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Cuando el coche se detuvo, Billy se volvió al agente.

– Entre, Frank. Tengo que hablar con usted.

– Por supuesto.

El mobiliario de la sala de estar parecía comprado en la subasta de un motel en bancarrota: sofá y sillas de imitación de piel, mesas de formica, moquetas de un anaranjado subido. Un ruidoso aparato de aire acondicionado pugnaba por refrescar el ambiente.

Sterling vio que Nor había intentado dar un aire acogedor al aposento. Unos grabados de muy buen gusto desviaban la mirada del espantoso mobiliario. Un jarrón con flores y varias plantas grandes de interior contribuían a aligerar el ambiente deprimente.

La sala de estar daba a lo que estaba pensado como comedor. Billy lo había convertido en su estudio: había un viejo piano vertical cargado de partituras, un reproductor de CD y estantes llenos de discos. Su guitarra descansaba sobre una butaca cerca del piano.

– ¿Qué puedo hacer por usted, Billy? -preguntó el agente.

– Ayudamos con el equipaje. Yo no me quedo aquí ni una noche más. Ya estoy harto.

– Billy, la culpa no es de Frank -dijo Nor, tratando de apaciguarle.

– Al paso que vamos, este juicio no se va a celebrar nunca. ¿Y yo tengo que pudrirme el resto de mi vida en esta casa? Frank, deje que le explique una cosa. La semana pasada, cumplí treinta años. En el mundo de la música eso es ser viejo, sabe. Ni más ni menos. Los que triunfan ahora empiezan a los diecisiete años, incluso antes.

– Cálmate, Billy -le imploró Nor.

– No puedo, mamá. Marissa está creciendo sin nosotros. Y está empezando a odiarme. Cada vez que hablo con Denise me dice lo preocupada que está por Rissa, y tiene toda la razón. Voy a correr el riesgo. Si me sucede algo, al menos será porque estoy viviendo mi vida.

– Escuche, BilIy -le interrumpió el agente-. Sé lo frustrante que debe de ser para usted y para su madre. No es el primero que pasa por una situación así. Pero es que el peligro que corre es real. Tenemos manera de averiguar las cosas. No había motivos para decírselo antes, pero los están buscando a usted y a su madre desde enero. Y en vista de que sus matones no tenían éxito, los hermanos Badgett decidieron contratar a un asesino a sueldo.

Nor palideció al instante.

– ¿Cuánto hace de eso?

– Tres meses. Sabemos quién es, y nuestros hombres lo están buscando. Bien, ¿todavía quiere que les ayude a hacer la maleta?

Billy se desinfló.

– Supongo que no. -Se acercó al piano-. Tendré que seguir escribiendo canciones para que las pueda cantar otro.

El agente saludó con la cabeza a Nor y salió de la habitación. Momentos después, Nor se aproximó a BiIly y le puso las manos en los hombros.

– Esto no puede durar siempre, hijo.

– Pero es un infierno.

– Estoy de acuerdo.

Lo mismo digo, pensó Sterling. Pero ¿ qué podría hacer yo? A medida que sabía más cosas, menos capaz se sentía de hallar una solución.

Miró a Nor ya Billy y salió. Estoy habituado a la altitud en el cielo, pero no en Colorado, pensó, notando que se le iba un poco la cabeza.

Es duro creer que Nor y Billy todavía estén aquí para diciembre. Su estado emocional para cuando llegue esa fecha no podrá ser peor. ¿Adónde ir? ¿Qué puedo hacer? Todo gira alrededor de ese juicio. Quizá debería ir a ver al abogado de los Badgett. Después de todo, él es quien vio salir a BiIly y Nor del despacho de Junior.

Será un descanso dejar este calor, decidió Sterling mientras cerraba los ojos. El verano siempre fue la estación que menos me gustaba.

Una vez más se dirigió mentalmente al Consejo Celestial. ¿Podría ser trasladado a donde se encuentra Charlie Santoli, y podría ser a primeros de diciembre? Amén, añadió.

– Deberíamos haber colocado las luces hace al menos una semana -comentó Marge mientras desenrollaba otra tira de bombillas y se las pasaba a Charlie, que estaba subido a una escalera por la parte exterior de la ventana de la sala de estar.

– He tenido demasiado trabajo, Marge. No me ha sido posible. -Charlie consiguió pasar la tira por encima del árbol, que desde el año anterior había crecido considerablemente-. ¿Sabes?, hay gente que cobra por hacer esto. Tienen escaleras más altas, son más jóvenes, más fuertes, y además lo harían mejor.

– Ya, pero entonces no sería tan divertido, Charlie. Hace cuarenta años que decoramos el árbol navideño juntos. Llegará el día en que ya no podrás, y entonces desearás poder hacerlo. Tienes que reconocer que te encanta este ritual.

Charlie sonrió de mala gana:

– Si tú lo dices…

Sterling estaba observando a la pareja. Él lo está pasando bien, pensó. Le gusta estar en familia.

Una hora más tarde, helados de frío pero satisfechos, Marge y Charlie entraron en la casa, se quitaron las chaquetas y los guantes y fueron como autómatas a la cocina en busca de un té. Una vez con la tetera y unas galletas recién horneadas ante ellos, Marge soltó la bomba:

– Quiero que dejes de trabajar para los hermanos Badgett, y quiero que renuncies mañana mismo.

– ¿Te has vuelto loca, Marge? No puedo hacer eso.

– Claro que puedes. No somos ricos, ya lo sé, pero tenemos suficiente para ir tirando. Si no quieres jubilarte todavía, abre otra vez tu bufete y dedícate a hacer testamentos y ventas de casas. No estoy dispuesta a que firmes tu sentencia de muerte trabajando un solo día más para esos dos.

– Tú no lo entiendes, Marge; no puedo renunciar -dijo Charlie. Estaba desesperado.

– ¿Por qué? Si te diera un infarto se buscarían otro abogado, ¿no?

– No se trata de eso, Marge. Es que… mira, dejémoslo.

Marge se levantó, apoyando ambas manos con firmeza sobre la mesa.

– Es que… ¿qué? -preguntó levantando la voz-. Charlie, dime la verdad. ¿Qué es lo que pasa?

Y Charlie, primero con mucho tiento, luego precipitadamente, confesó a su mujer que con los años se había dejado convencer por los Badgett para hacer amenazas a quienes ellos consideraban sus enemigos. Vio que la expresión de Marge pasaba de la sorpresa a la honda preocupación al darse cuenta de que su marido había sufrido una tortura emocional durante muchos años.

– Ese juicio que he conseguido ir aplazando tiene que ver con el incendio en el almacén de Syosset el año pasado. Los cantantes que habían sido contratados para la fiesta del cumpleaños de Heddy- Anna oyeron a Junior dar la orden de que le pegaran fuego. La gente cree que los cantantes están trabajando en Europa, pero de hecho están bajo custodia preventiva.

Ah, conque eso es lo que se decía de Nor y de Billy, pensó Sterling.

– ¿Por qué quieres aplazar el juicio?

– Hemos sobornado a expertos que jurarán que el incendio fue causado por un cortocircuito.

Hans Kramer, el dueño del almacén, desapareció del mapa, pero los Badgett descubrieron el mes pasado que él y su mujer están viviendo en Suiza.

Tienen familia allí, y después de lo que pasó, Kramer no quiere saber nada más de los hermanos.

– No me has contestado, Charlie.

– Mira, Marge, no soy yo quien quiere aplazar el juicio, sino los Badgett.

– ¿Por qué? -Marge le miró a los ojos.

– Porque no quieren que empiece hasta estar seguros de que Nor Kelly y Billy Campbell no podrán hablar.

– ¿Y tú les sigues el juego? -preguntó incrédula.

– A lo mejor no los encuentran.

– A lo peor sí, Charlie. ¡Tú no podrás evitarlo!

– Ya lo sé -explotó él-. No sé qué otra cosa hacer. Comprenderás que, en cuanto avise al FBI, los Badgett se enterarán. Tienen métodos para enterarse de estas cosas.

Marge rompió a llorar.

– ¿Cómo ha podido ocurrir? Charlie, sean cuales sean las consecuencias, tienes que hacer lo correcto. Espera a que pasen las navidades. Al menos pasemos esta sabiendo que estamos todos unidos. -Se enjugó los ojos con el dorso de la mano-. Rezaré para que ocurra un milagro.