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Lo conseguiremos, Marissa, pensó.

– Buenas noches, Marissa -dijo Denise mientras arropaba a su hija y se inclinaba para darle un beso.

– Buenas noches, mamá. Estoy impaciente por que sea mañana. Es mi cumpleaños y además es Nochebuena.

– Verás lo bien que lo vamos a pasar -le prometió Denise antes de apagar la luz.

Se reunió abajo con Roy, que estaba secando los cacharros.

– ¿Todo el mundo acostado? -preguntó alegremente.

– Sí, pero es extraño. Yo pensaba que Marissa estaría inquieta esta noche, pero se la ve muy excitada y contenta, como si esperara un milagro, como si Billy y Nor tuvieran que estar aquí mañana.

– Pues le espera una gran decepción -dijo Roy compungido mientras doblaba el trapo de secar.

– He comprado todo lo que necesitan -dijo Charlie-. Los hábitos de monje, las sandalias, los libros de oraciones, las maletas… unas bien cascadas, como si hubieran hecho voto de pobreza y lo hubieran cumplido.

Charlie, Marge y Sterling estaban en el salón de casa de los Santoli, los tres tensos Y preocupados de que los Badgett pudieran olerse algo antes de que despegara el avión.

– ¿Y los pasaportes? -preguntó Marge-. ¿Crees que puede fallar algo?

– Son falsificaciones de primera clase -dijo Charlie-. De eso se han ocupado ellos mismos.

– ¿Cómo pensaban ir a Teterboro? -preguntó Marge-. Espero que no lo hayan hecho en esa limusina.

– Iban a hacer que la limusina los llevara a una de las lavanderías que tienen en Nueva York. Allí se cambiarían de ropa y tomarían un taxi barato hasta el aeropuerto.

Eran las doce menos cinco. El avión debía despegar a medianoche.

– No sé. Esos dos tienen como un sexto sentido -dijo Charlie-. Si en el último momento sospecharan que esto es una trampa, y no subieran al avión, soy hombre muerto.

– ¿Tuviste alguna sensación de se olían algo cuando los viste esta mañana? -preguntó Marge, haciendo trizas una servilleta de papel.

– En absoluto. Y ahora soy su mejor amigo. No olvides que es gracias a mí que podrán ver a su mamá. Si esto no sale bien, seré yo el culpable de haber sugerido el plan, pensó Sterling con una punzada de culpa.

El sonido del teléfono los hizo saltar a los tres. Charlie contestó.

– Diga.

– ¿El señor Santoli?

– Yo mismo.

– Aquí Rich Meyers. Le gustará saber que cierto vuelo chárter acaba de despegar, con los hermanos Stanislas y Casper a bordo.

La sonrisa de alivio de Charlie bastó para decir a Marge y a Sterling lo que necesitaban saber.

– Deberían llegar a Valonia dentro de ocho horas. La policía estará esperando para arrestarles.

Nuestros agentes a bordo del avión se quitarán el disfraz clerical y volverán aquí tan pronto el avión haya repostado.

Charlie notó como si le quitaran de encima un peso de varias toneladas.

– Imagino que querrá tomarme una nueva declaración.

– La semana próxima. Disfrute de las fiestas. -Meyers hizo una pausa-Sé que cooperará con nosotros. No se preocupe demasiado. Creo que ya sabe a qué me refiero.

– Gracias -dijo Charlie.

Sterling se puso en pie.

– Todo va a ir bien -dijo-. No te pasará nada, Charlie. Eres un buen hombre. Bien, debo irme.

– ¿Cómo se lo podemos agradecer, Sterling? -preguntó Marge.

– Eso no tienes ni que pensarlo. Aprovecha bien el tiempo que estés en la tierra. Créeme, pasa volando.

Marge y Charlie entrelazaron las manos.

– No le olvidaremos -susurró Marge.

– Nunca -dijo Charlie con fervor.

– Ya nos veremos. De eso estoy seguro -dijo Sterling antes de desaparecer.

– ¡Falta mucho! Este hábito me da picores -dijo Eddie entre dientes, a lo que Junior respondió propinándole un codazo en las costillas.

Junior sacó un bloc de su bolsillo Y escribió:

«Voto de silencio. Cállate. Ya casi estamos».

En ese momento se oyó la voz de la azafata por megafonía: «Dentro de veinte minutos aterrizaremos en el aeropuerto del monasterio…». Siguieron las instrucciones de rigor.

Eddie no cabía en la camisa de contento. ¡Mama Heddy- Anna!, pensó, ¡Ya estoy llegando, mamá!

Junior no supo decir cuándo exactamente empezó a tener aquella sensación. Miró por la ventanilla y entornó los ojos. Estaba nublado y, a medida que el avión descendía, una ligera nevada empezó a pasar frente a las ventanillas.

Alargó el cuello, aguzó la vista Y divisó el monasterio con la pista de aterrizaje en un lado. Bueno, pensó. Por un momento había tenido la sensación de que Charlie nos la había jugado.

Oyeron otra vez la voz de la azafata:

– Nos acaban de informar de que, debido a la capa de hielo que cubre la pista, no será posible aterrizar en el monasterio. Lo haremos en el aeropuerto vecino de Valonia Ciry.

Junior y Eddie se miraron. Eddie se echó atrás la capucha del hábito:

– ¿Tú qué opinas?

QUE TE CALLES, escribió Junior furioso.

– Serán trasladados inmediatamente en autocar al monasterio de San Esteban -trinó la azafata con optimismo-. Lamentamos estos inconvenientes, pero lo principal es velar por la seguridad de nuestros pasajeros.

– ¿Qué pasará en la aduana? -Eddie trataba de susurrar sin conseguirlo-. ¿Los pasaportes están bien, si se les ocurre examinarlos con una luz especial o algo así?

QUE TE CALLES, garabateó Junior. Quizá no pasa nada. Quizá es todo normal, pensó. Miró a su alrededor, escrutando las caras de los otros pasajeros. La mayoría estaban absortos en sus libros de rezos.

TRANQUILO. LOS PASAPORTES SON BUENOS, escribió. LO QUE ME PREOCUPA ERES TÚ, BOCAZAS.

Eddie se inclinó hacia él para mirar por la ventanilla.

– Estamos sobre la montaña. ¡Mira! Ahí está el pueblo. ¡Mira! Creo que se ve la casa de mamá.

Estaba alzando la voz. Para disimular, Junior se puso a toser violentamente. Al momento, la azafata apareció a su lado ofreciéndole agua.

Necesito un trago, pensó él desesperado. Si volvemos a Long Island; juro que voy a descuartizar a ese Charlie Santoli.

El avión tomó tierra, deteniéndose por fin a buena distancia de la terminal. Lo que Junior y Eddie vieron en el asfalto los dejó más callados que todos los votos de silencio juntos.

En medio de docenas de policías valonios de uniforme, una figura daba saltos sobre el terreno y agitaba los brazos con frenesí.

Mama Heddy- Anna.

Junior meneó la cabeza:

– No parece que esté moribunda.

La cara de Eddie era la imagen del desconcierto:

– Parece que está sanísima. No me lo puedo creer.

La puerta del avión se abrió y cuatro policías corrieron pasillo abajo. Se les pidió a Junior y a Eddie que se levantaran y que pusieran las manos a la espalda. Mientras se los llevaban, los demás pasajeros empezaron a quitarse cuellos clericales y velos de monja y prorrumpieron en una gran ovación.

Al pie de la escalerilla, Mama Heddy- Anna los abrazó como un gran oso a sus cachorros.

– Estos policías tan simpáticos vinieron a decirme que queríais darme una sorpresa. Sé que estáis en un apuro, pero tengo buenas noticias. Papá acaba de ser nombrado director de la prisión donde vais a estar a partir de ahora. -Les miró radiante-. Mis tres chicos juntos, qué bien, podré ir a haceros una visita cada semana.

– Mamá -sollozó Eddie con la cabeza apoyada en el hombro de ella-. No sabes lo preocupado que estaba por ti. ¿Cómo te encuentras?

– Mejor que nunca -le aseguró Heddy- Anna.

Junior pensó en la finca de Long Island, en la limusina, en el dinero y el poder, en Jewel, que sin duda tendría una pareja nueva en menos de dos semanas. Mientras Eddie se convulsionaba de emoción, Junior no paraba de pensar: Pero ¿cómo he podido ser tan estúpido?

Billy y Nor estaban mirando sus respectivos desayunos sin el menor interés por comer. La cruda realidad de que fuera el día de Nochebuena y el cumpleaños de Marissa se cernía sobre ellos como una molesta mortaja.