Выбрать главу

– Me parece que el Niño Jesús ha salido volando por la sala de estar -dijo, arqueando las cejas.

– Perdona, Billy -dijo ahora Denise-. Mira, esto es un caos. Los críos están excitadísimos con la Navidad. Llámame dentro de quince minutos, aunque no creo que sirva de nada. Marissa no quiere hablar contigo ni con Nor.

– Ya sé que no das abasto, Denise -dijo serenamente Billy Campbell-. Aparte de lo que te mandamos, ¿hay alguna cosa que realmente le haga falta a Marissa? Si te ha comentado algo, yo aún tendría tiempo de comprado.

Se oyó un ruido fuerte y el gemido de uno de los mellizos.

– Oh, no, el ángel de Waterford. -Denise Ward lo dijo casi sollozando- Ni te le acerques, Robert. ¿Me has oído bien? Te vas a cortar. -Con la voz tensa por el enfado, le espetó a Billy-: ¿Quieres saber lo que realmente necesita? Os necesita a ti y a Nor, y os necesita ya. Estoy muy preocupada por Marissa. Y Roy también. Él hace todo lo que puede, pero ella no reacciona.

– ¿Cómo crees que me siento yo, Denise? -preguntó Billy, alzando un poco la voz- Daría el brazo derecho por estar con Marissa. Se me retuercen las tripas cada día que paso sin estar con ella. Me alegro de que Roy le eche una mano, pero es mi hija y la echo de menos.

– Pienso en lo afortunada que soy de haber conocido a un hombre cumplidor, con un trabajo estable, que no está hasta altas horas de la noche tocando por ahí con un grupo de rock, y que no se mete en situaciones que le obligan a salir por piernas de la ciudad. -Denise no se detuvo a respirar-. Marissa lo está pasando mal. ¿Te das cuenta de eso, Billy? Dentro de cuatro días es su cumpleaños. No sé cómo se va a tomar que no estés aquí por Navidad. La niña se siente abandonada.

Nor Kelly reparó en la expresión de congoja que se apoderaba del rostro de su hijo, le vio llevarse la mano a la frente. Su ex nuera era una buena madre, pero estaba llegando al límite soportable de frustración. Quería que volvieran los dos, por Marissa, pero se habría vuelto loca de preocupación pensando que si lo hacían Marissa podía correr peligro.

– Bien, Billy, le diré que has llamado. He de colgar. Oh, espera un momento. El coche acaba de llegar. Veré si Marissa quiere hablar contigo.

Bonita casa, pensó Sterling mientras seguía a Marissa y a Roy hasta la entrada. Estilo tudor. Abetos cubiertos de luces azules. Un pequeño trineo con

Santa Claus y los ocho renos en el césped. Todo como los chorros del oro. Roy tenía que ser un maníaco de la limpieza.

Roy abrió la puerta.

– ¿Dónde están mis polluelos? -Dijo alegremente en voz alta- Roy Junior, Robert: papá ha vuelto.

Sterling se apartó de un salto al ver a dos niños idénticos de cabellos rubios que corrían hacia ellos.

En la sala de estar había una mujer joven y bonita que sostenía un teléfono sin cable (sin duda otra innovación desde la partida de Sterling). La mujer hizo señas a Marissa.

– Tu papá y NorNor tienen muchas ganas de hablar contigo -dijo.

Marissa entró en la sala de estar, le cogió el teléfono a su madre y, para asombro de Sterling, colgó el auricular y corrió escaleras arriba con los ojos llenos de lágrimas.

¡Caramba!, pensó Sterling.

Todavía no sabía cuál era el problema, pero se solidarizó con la mirada de impotencia que la madre intercambió con su marido. Me parece que tendré que sudar la gota gorda. Marissa necesita ayuda pero ya.

La siguió escaleras arriba y llamó a la puerta de su habitación.

– Déjame, mamá, por favor. No tengo hambre y no quiero comer nada.

– No soy mamá, Marissa -dijo Sterling.

Oyó que ella giraba el picaporte, y la puerta se abrió despacio. Marissa compuso una expresión de asombro absoluto.

– Te he visto cuando estaba patinando y luego al subir a la furgoneta -dijo ella en voz baja- Pero después no te he visto más. ¿Eres un fantasma?

Sterling le sonrió.

– No exactamente. Digamos que estoy más en la línea de un ángel, pero en realidad no soy ningún ángel. Por eso estoy aquí.

– Quieres ayudarme, ¿verdad?

Sterling sintió una gran ternura mientras observaba los atribulados ojos azules de la niña.

– Quiero ayudarte más que nada en el mundo. Por mí y por ti.

– ¿Tienes algún problema con Dios?

– Bueno, podríamos decir que no está muy satisfecho de mi conducta. Le parece que todavía no estoy a punto para el cielo.

Marissa puso los ojos, en blanco.

– Yo conozco a muchos que no entrarán nunca en el cielo.

– Yo pensaba que algunos no lo lograrían -rió Sterling-, y ahora están allá arriba entre los mejores.

– ¿Quieres pasar? -Dijo Marissa-. Tengo aquí una silla que era bastante grande para mi papá, cuando venía a ayudarme con mis deberes.

Es una niña encantadora, pensó Sterling al entrar en la espaciosa habitación. Todo un personaje, tan pequeña. Se alegró de que ella hubiera adivinado por instinto que era un espíritu afín, alguien en quien podía confiar. Se la veía ya un poco más contenta.

Sterling se acomodó en la butaca que ella le indicaba y se dio cuenta de que todavía llevaba puesto el sombrero. Murmuró un «Lo siento», se quitó el sombrero y lo colocó pulcramente sobre su regazo.

Marissa se sentó con aires de educada anfitriona en la silla de su escritorio.

– Me gustaría ofrecerte un refresco y algo para picar, pero si voy abajo querrán que me siente a la mesa. -Arrugó la nariz- Se me acaba de ocurrir una cosa. ¿Tú tienes hambre? ¿Puedes comer? Porque parece que estás ahí pero no del todo.

– Yo mismo estoy tratando de entenderlo -reconoció Sterling-. Es la primera vez que hago una cosa así. Y dime, ¿por qué no quieres hablar con tu papá?

Marissa cambió de expresión y bajó la vista.

– No viene nunca a verme y no me deja que le vaya a visitar, y a NorNor tampoco (ella es mi abuela). Pues si ellos no quieren verme, yo a ellos tampoco.

– ¿Dónde viven?

– No lo sé -respondió Marissa-. No me lo quieren decir, Y mamá no lo sabe. Me explicó que se escondían de unos hombres malos que quieren hacerles daño Y que no podrán venir hasta que sea seguro, pero en el colegio los niños dicen que papá y NorNor se metieron en líos y han tenido que huir.

Vete tú a saber, pensó Sterling.

– ¿Cuánto hace que no los ves?-preguntó.

– La última vez que los vi de verdad fue el año pasado, dos días después de Navidad. Papá y yo fuimos a patinar, y después almorzamos en el restaurante de NorNor. Habíamos quedado que iríamos al Radio City Music Hall el día de Año Nuevo, pero ellos tuvieron que marcharse. Yo apenas estaba despierta cuando entraron a despedirse de mí. No me dijeron cuándo iban a volver, y casi ha pasado un año. -Hizo una pausa- Tengo que ver a papá, tengo que ver a la abuela.

Está desconsolada, pensó Sterling. Entendía esa clase de dolor, era como el anhelo que había sentido al ver pasar a Annie camino del cielo. -Marissa… -Alguien llamó a la puerta.

– Lo sabía -dijo la niña- Mamá querrá que baje a cenar. No tengo hambre, y no quiero que te marches.

– Voy a tener que ponerme a trabajar en tu problema. Volveré luego a darte las buenas noches.

– ¿Lo prometes?

– Marissa. -Llamaron otra vez a la puerta.

– Sí, pero prométeme tú a mí otra cosa-dijo apresuradamente Sterling-· Tu mamá está muy preocupada. Complácela esta vez.

– De acuerdo. Complaceré también a Roy, y, de todos modos, me gusta el pollo. Ya voy, mamá -dijo en voz alta. Y volviéndose a Sterling- Choca esos cinco.

– ¿Cómo? -preguntó Sterling.

– Debes de ser muy viejo -dijo Marissa incrédula-. Todo el mundo sabe lo que es chocar esos cinco.

– He estado un poco desconectado -admitió él mientras, siguiendo el ejemplo de Marissa, levantaba la palma de la mano y abría los dedos para recibir una entusiasta palmada de la niña.

Qué precoz, pensó, sonriendo.