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Kyla salió de la cocina y fue escaleras arriba con Aaron. Babs la siguió.

– Pensaba que tenías una cita -dijo Kyla con enfado mientras llevaba a su hijo a la habitación libre que habían convertido en dormitorio del niño.

– Tengo tiempo.

– ¿Lo conozco, o es uno nuevo?

– No te va a funcionar, Ky -dijo Babs mientras se dejaba caer en la mecedora y se sentaba como los indios, con las piernas cruzadas.

– ¿Qué es lo que no va a funcionar? -preguntó Kyla, haciéndose la desentendida al tiempo que bajaba los tirantes del pantalón de Aaron y se lo quitaba.

– Tratar de evitar el tema de ese pedazo de hombre tan guapo, alto y moreno. ¿Crees que estará casado?

– ¿Cómo voy a saberlo? Además, ¿qué puede importar?

– ¿Quieres decir que tendrías una relación con un hombre casado?

– ¡Babs! -exclamó Kyla dándose la vuelta para mirar a su amiga-. No voy a tener ninguna relación con nadie. Se ha ofrecido a traerme a casa, por todos los santos. ¿Qué tal el día en la tienda?

– Regular. No creo que esté casado -insistió Babs-. No llevaba anillo.

– Eso no significa nada.

– Ya lo sé. Pero no tenía pinta de casado, ¿me entiendes?

– No, no te entiendo. No me he fijado tanto.

– Pues yo sí. Medirá como uno noventa. Y hablando de medidas, ¿te has fijado en cómo rellenaba los pantalones por delante?

– ¡No sigas! -Babs había dado en el blanco. Se quedó de espaldas a su amiga para que ésta no descubriera el rubor que la delataba-. Eres tremenda.

– ¿Y qué te parece el parche en el ojo?

– No me parece nada

Babs se estremeció.

– Es increíblemente sexy. Y, unido a ese bigote tan perverso, le da un aire de bandolero o algo así.

– ¿Sexy, perverso? Me parece que has estado leyendo demasiadas novelas rosa.

– ¿Y ese ojo azul?

– Es verde -en cuanto lo dijo, se dio cuenta de que se había delatado. Esperaba que Babs no se hubiera percatado y miró a su amiga por encima del hombro.

La sonrisa de Babs era angelical, pero su mirada estaba llena de malicia.

– Creía que habías dicho que no te habías fijado mucho -la provocó.

– ¿Quieres hacer el favor de irte? -Kyla levantó a Aaron, que ya estaba desnudo-. Voy a bañar a Aaron para acostarlo en cuanto cene. Y tú vas a salir esta noche… -respiró hondo-. No quiero seguir hablando del señor Rule. No quiero volver a pensar en él.

– Pues apostaría a que él sí está pensando en ti -dijo Babs, descruzando las piernas y poniéndose de pie. La irritación de Kyla no la afectaba en absoluto.

– No digas ridiculeces. ¿A santo de qué va a estar pensando en mí?

– Parecía reacio a marcharse. Si no hubieras reaccionado como si te acabaras de sentar encima de una chincheta. Y, además, se ha fijado en tu blusa mojada, igual que yo.

– ¡No es verdad! -gritó Kyla, indignada.

– Sí lo es. Adiós.

Antes de que Kyla pudiera volver a protestar, Babs ya estaba bajando las escaleras.

Durante la cena, los Powers mostraron su curiosidad por el hombre que los había «rescatado», como Meg se empeñaba en llamarlo. Sus preguntas no eran tan explícitas como las de Babs ni contenían alusiones de tipo sexual, pero también eran muy concretas.

Cuando no pudo resistir por más tiempo el interrogatorio, Kyla se levantó.

– Ojalá hubiera tomado un taxi para volver, no sabía que esto fuera a provocar semejante conmoción. No vamos a volver a verlo. Y ahora, buenas noches.

Subió las escaleras con Aaron en brazos y lo acostó. Una vez en su propio dormitorio, intentó leer, pero no podía dejar de pensar en Trevor Rule.

– No me extraña, si los demás llevan toda la tarde hablando de él… -refunfuñó, cerrando de golpe el libro-. Diga lo que diga Babs, no estaba mirándome la blusa -declaró mientras se la quitaba-. No, no y no -murmuró de nuevo mientras se quitaba el sujetador.

Pero la idea de que la hubiera estado mirando la mantuvo despierta largo rato.

– No me lo puedo creer -dijo de pronto Babs, y el balancín del porche se quedó balanceándose adelante y atrás cuando se puso repentinamente de pie.

– ¿Qué es lo que no te puedes creer? -inquirió Kyla con un bostezo. Estaba estirada en una de las butacas del porche, con la cabeza apoyada en el respaldo y los ojos cerrados. Era domingo por la tarde. Hacía sol y calor, y se sentía perezosa e indolente.

– Es él.

Kyla abrió un ojo y vio a quién se refería Babs. Inmediatamente abrió el otro. Trevor Rule detenía el coche en ese instante delante de la casa.

– ¿Qué te había dicho? -anunció Babs-. Vuelve para echar otro vistazo.

– Si se te ocurre empezar a decir tonterías y ponerme en una situación violenta, te mataré -amenazó Kyla a su amiga. Sonrió a Trevor, que avanzaba por el sendero hacia el porche.

– Hola.

– Hola -respondieron las dos a coro.

Trevor dirigió una rápida mirada a Babs y luego sus ojos se concentraron en Kyla. Ella se dio cuenta de pronto de que estaba en pantalón corto y descalza, y eso la turbó. Había dejado las sandalias a un lado, pero empezar a ponérselas en ese momento habría resultado forzado y habría atraído aún más la atención sobre el desenfado de su atuendo.

– Estaba preocupado por tu coche, pero veo que ya lo tienes de nuevo en casa -señaló el vehículo azul claro estacionado en la entrada al garaje.

– Sí. Papá llamó al taller al que va siempre, y el mecánico fue al centro comercial, cargó la batería y me trajo el coche. Aunque funciona de momento, probablemente tenga que cambiarla y poner una nueva.

– Sería buena idea. ¿Fuiste con él?

– No.

– ¿Y cómo localizó el coche entre todos los que había allí ayer por la tarde?

Ella se rió.

– Es el único que tiene el logo de «Traficantes de pétalos» en la puerta.

La risa espontánea de Trevor resonó en el porche.

– Bueno, me alegro de que ya te lo hayan traído.

– Yo también.

Nerviosa, Kyla se retiró un mechón de pelo detrás de la oreja mientras se preguntaba si su pelo no estaría muy despeinado.

La reacción nerviosa de Trevor ante el declive de la conversación fue meterse las manos en los bolsillos traseros de los téjanos, de modo que éstos se ciñeron a sus caderas, que eran estrechas. Kyla habría deseado no tener tan presente como las tenía las palabras de Babs sobre el físico de Trevor. Pero recordaba muy bien lo que había dicho y eso hacía que su mente se lanzara a especulaciones impropias de una dama.

Babs, por su parte, habría estrangulado a Kyla por estar actuando como una boba. Se hizo cargo de la situación.

– ¿Por qué no te sientas, Trevor? ¿Te gustaría beber algo?

– Eh, no, no -respondió él sacando las manos de los bolsillos-. La verdad es que pasaba por aquí con la esperanza de llevar a Kyla y a Aaron a tomar un helado. Sé que le gustan los helados.

Kyla abrió la boca para rehusar la invitación, pero Babs reacéionó de inmediato.

– Es una pena. Aaron está durmiendo la siesta -de repente abrió mucho sus ojos azules, como si hubiera recibido una inspiración-. Pero tú si puedes ir, Kyla.

Kyla se puso aún más nerviosa y respondió:

– No…

– ¿He interrumpido algo? -Trevor miró a Babs inquisitivamente.

– Ah, no te preocupes por mí -respondió ella riéndose-. No vivo aquí, pero tampoco soy una visita de la que haya que ocuparse. Kyla y yo somos amigas desde hace mucho. Bueno, se puede decir que sus padres casi me han criado. Esta tarde hemos estado tomando el sol. Mira, en esa parte del tejado, justo fuera del dormitorio de Kyla, se puede tomar el sol con total privacidad -le guiñó un ojo audazmente-. No sé si entiendes lo que quiero decir.

Claro que lo había entendido, no era tonto. Y en lo que se refería a ese tipo de juegos de palabras, podría hacer que Babs pareciera una simple aficionada a su lado. ¿Sería posible?, pero si él mismo había inventado algunos de esos juegos. Podría haberse lanzado y, con una sonrisa sugerente, haber hecho un comentario ingenioso y haber lanzado varias insinuaciones sobre las ventajas de tomar el sol sin bañador. Pero había tanta tensión en la sonrisa de Kyla que desistió de hacerlo.