Empecé a bajar la escalera, lento y silencioso, admirando en el descenso grasñas imágenes de otros tiempos -débochcas con pelo largo y cuello alto, cosas del campo con árboles y caballos, el santo veco barbado todo nago colgando de la cruz. Había un vono realmente mohoso a gatitos y a pescado y a polvo starrio en este domo, diferente de lo que se olía en los edificios de viviendas. Y cuando llegué a la planta baja pude videar el cuarto iluminado del frente, donde ella había estado sirviendo moloco a los cotos y las cotas. Más, pude ver las grandes scotinas bien rellenas que iban y venían ondulando la cola y como frotando el piso con la barriga. Sobre un arcón de madera, en el vestíbulo oscuro, había una bonita y malenca estatua que brillaba a la luz de modo que decidí crastarla para mí: era una débochca delgada y joven, de pie sobre una noga con las rucas extendidas; en seguida vi que era de plata. De modo que la tenía en la mano cuando me metí en el cuarto iluminado, diciendo: -Ja, ja, ja. Al fin nos encontramos. Nuestra breve goborada por el agujero de las cartas no fue, digamos, satisfactoria, ¿sí? Reconozcamos que no, oh ciertamente no lo fue, hedionda y starria vieja filosa. -Tuve que frotarme los ojos cuando vi el cuarto y a la vieja ptitsa . Había cotos y cotas por todas partes, yendo y viniendo sobre la alfombra, y mechones de pelo amontonados, y las scotinas gordas eran de diferentes formas y colores, blanco, negro, moteado, jengibre, carey, y también de todas las edades, así que había cachorritos que jugaban, y gatos crecidos, y otros realmente starrios y de muy mal carácter. La dueña, la vieja ptitsa, me miró agresiva como un hombre, y dijo:
– ¿Cómo entró? Mantenga la distancia, perverso joven, o me veré obligada a pegarle.
No tuve más remedio que smecar realmente joroschó, videando que ella tenía en la ruca venosa un bastón de madera oscura que alzó, amenazante. Así que mostrándole los subos blancos me le acerqué un poco más, sin prisa, y en eso vi sobre un estante una veschita hermosa, la cosa malenca más linda que un málchico aficionado a la música como yo hubiese podido videar con los propios glasos, pues era la golová y los plechos del propio Ludwig van, lo que llaman un busto, una vesche como de piedra, con largos cabellos de piedra y los glasos ciegos, y la corbata suelta y ancha. Me le eché encima sin pensarlo, mientras decía: -Bueno, qué hermoso y todo para mí. -Pero al acercarme, los glasos clavados en la vesche, y la ruca hambrienta extendida, no vi los platos en el suelo, metí el pie en uno y casi pierdo el equilibrio.- Huuup -dije, tratando de enderezarme, pero la viejita ptitsa se había acercado por detrás sin que yo la notara, con mucho scorro para su edad, y ahí comenzó a hacer crac crac sobre la golová con el palo. Y entonces me encontré apoyado en las rucas y las rodillas, tratando de incorporarme y diciendo: -Mala, mala, mala. -Y ella seguía crac crac, gritando:- Perverso piojo de albañal, metiéndose en las casas de la gente auténtica. -No me gustaba el crac crac crac, así que tomé un extremo del palo cuando volvió a bajarlo sobre mi golová, y ella perdió el equilibrio y quiso apoyarse en la mesa, pero entonces se vino abajo el mantel con la jarra y la botella de leche, y se oyó splosh splosh en todas direcciones, y la vieja ptitsa cayó al suelo gruñendo y gritando: -Maldito seas, muchacho, esto me lo pagarás. -Ahora todos los gatos comenzaron a spugarse , y corrían y saltaban aterrorizados, y se agarraban entre ellos, y había tolchocos de gatos con mucha movida de lapas , y ptaaaaa y grrrr y craaaaaarc. Me enderecé sobre las nogas y ahí estaba la maligna y vengativa forella starria con los pelos alborotados y gruñendo mientras trataba de levantarse del suelo, de modo que le di un malenco puntapié en el litso, y no le gustó nada, y gritó: -Guaaaaaah -y se podía videar que el litso venoso y manchado se le ponía púrpura donde yo había aplicado la vieja noga.
Cuando retrocedí después de encajarle la patada, seguramente le pisé la cola a uno de los gatos crichantes y dratsantes , porque slusé un gronco yauuuuuuu y descubrí que un montón de pelos, dientes y garras se me había aferrado a la pierna, y de pronto me encontré lanzando maldiciones y tratando de sacudirme el coto, mientras sostenía la malenca estatua de plata en una ruca y procuraba pasar sobre la vieja ptitsa en el suelo para alcanzar al hermoso Ludwig van que me miraba con enojo de piedra. Y aquí metí el pie en otro plato lleno de moloco cremoso, y así salí volando de nuevo, y toda la vesche era realmente muy graciosa si uno podía imaginarse que le sluchaba a cualquier otro veco, y no a Vuestro Humilde Narrador. Y entonces la starria ptitsa del suelo extendió la ruca pasando por encima de todos los gatos dratsantes y maullantes, y me agarró la noga, sin dejar de gritar -Guaaaaaah-, y como yo casi había perdido el equilibrio, ahora me fui de veras al suelo, en medio del moloco derramado y los cotos scraicantes, y la vieja forella empezó a darme puñetazos en el litso -los dos estábamos en el suelo- al mismo tiempo que crichaba: -Denle látigo, péguenle, arránquenle las uñas, es una chinche venenosa -y sólo hablaba a sus gatitos; y entonces, como obedeciendo a la vieja ptitsa starria, un par de cotos se me arrojó encima y comenzaron a arañarme como besuños. Así que, hermanos, yo mismo me puse verdaderamente besuño, y repartí algunos tolchocos, pero la bábuchca dijo: -Escuerzo, no toques a mis gatitos -y me arañó la cara. De modo que yo criché: -Sumca vieja y hedionda -y alcé la malenca estatua de plata y le di un buen tolchoco en la golová, y así la callé realmente joroschó .