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Ahora, mientras me incorporaba entre todos los cotos y las cotas cracantes , slusé nada menos que el chumchum de la vieja sirena policial a la distancia, y comprendí scorro que la vieja forella de los gatos había estado hablando por teléfono con los militsos cuando yo creí que goboraba con sus bestias maulladoras, pues se le habían despertado scorro las sospechas cuando yo toqué el viejo svonoco pretendiendo que necesitaba ayuda. Así que ahora, al slusar el temido chumchum del coche de los militsos, corrí hacia la puerta del frente y me costó un raboto del infierno quitar todos los cerrojos y cadenas y cerraduras y otras vesches protectoras. Al fin conseguí abrir, y quién estaba en el umbral sino el viejo Lerdo, y ahí mismo alcancé a videar la huida de los otros dos de mis llamados drugos. -Largo de aquí -criché al Lerdo-. Llegan los militsos. -El Lerdo dijo: -Tú te quedas a recibirlos juh juh juh juh -y entonces vi que había desenroscado el usy , y ahora lo levantaba y lo hacía silbar juisssss y me daba un golpe rápido y artístico en los párpados, pues alcancé a cerrarlos a tiempo. Y cuando yo estaba aullando y tratando de videar y aguantar el terrible dolor, el Lerdo dijo: -No me gustó que hicieras lo que hiciste, viejo drugo. No fue justo que me trataras de ese modo, brato . -Y luego le slusé las botas bolches y pesadas que se alejaban, mientras hacía juh juh juh juh en la oscuridad, y apenas siete segundos después slusé el coche de los militsos que venía con un roñoso y largo aullido de la sirena, que iba apagándose, como un animal besuño que jadea. Yo también estaba aullando y manoteando, y en eso me di con la golová contra la pared del vestíbulo, pues tenía los glasos completamente cerrados y el jugo me brotaba a chorros, y dolor dolor dolor. Así andaba a tientas por el vestíbulo cuando llegaron los militsos. Por supuesto, no podía videarlos, pero sí podía slusarlos y olía condenadamente bien el vono de los bastardos, y pronto pude sentirlos cuando se pusieron bruscos y practicaron la vieja escena de retorcer el brazo, sacándome a la calle. También slusé la golosa de un militso que decía desde el cuarto de los cotos y las cotas: -Recibió un feo golpe, pero todavía respira -y por todas partes maullidos y bufidos.

– Un verdadero placer -oí decir a otro militso, mientras me tolchocaban y metían scorro en el auto-. El pequeño Alex, todo para nosotros.

– Estoy ciego -criché-. Bogo los maldiga y los aplaste, grasños bastardos.

– Qué lenguaje -dijo la golosa de otro que se estaba riendo, y ahí mismo recibí en plena rota un tolchoco con el revés de una mano, que tenía anillo. Exclamé:

– Bogo los aplaste, brachnos vonosos , malolientes. ¿Dónde están los demás? ¿Dónde están mis drugos hediondos y traidores? Uno de mis malditos y grasños bratos me dio con la cadena en los glasos. Agárrenlos antes que escapen. Ellos quisieron hacerlo, hermanos. Casi me obligaron. Soy inocente; que Bogo termine con ellos. -Aquí todos estaban smecándose con ganas, y la mayor perfidia, y así, tolchocándome, me empujaron al interior del auto, pero yo continué hablando de esos supuestos drugos míos, y entonces comprendí que era inútil, porque todos estarían ya de vuelta en la comodidad del Duque de Nueva York, metiendo café y menjunjes y whiskies dobles en los gorlos sumisos de las hediondas ptitsas starrias, mientras ellas decían: -Gracias, muchachos, Dios los bendiga, chicos. Aquí estuvieron todo el tiempo, muchachos. No les quitamos los ojos de encima ni un instante.

Y entretanto, con la sirena a todo volumen, iteábamos en dirección al cuchitril de los militsos , yo encajonado entre dos, y de vez en cuando los prepotentes matones me largaban algún ligero tolchoco. Entonces descubrí que podía abrir un malenco los párpados de los glasos, y a través de las lágrimas vi la ciudad que corría a los costados, como si las luces se persiguieran unas a otras. Y con los glasos que me escocían vi a los dos militsos smecantes sentados atrás conmigo, y al conductor de cuello delgado, y al lado el bastardo de cuello grueso, y éste me goboraba sarco , y me decía: -Bueno, querido Alex, todos esperamos pasar una grata velada juntos, ¿no es cierto?