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– ¿Cómo sabes mi nombre, vonoso matón hediondo? Que Bogo te hunda en el infierno, grasño brachno , sucia basura. -Al oír esto todos smecaron, y uno de los militsos malolientes que estaban atrás me retorció el uco . El veco de cuello gordo que iba adelante dijo entonces:

– Todos conocen al pequeño Alex y a sus drugos. Nuestro Alex ya es un chico bastante famoso.

– Son los otros -criché-. Georgie, el Lerdo y Pete. Esos hijos de puta no son mis amigos.

– Bien -dijo el veco de cuello gordo-, tienes toda la noche para contamos la historia completa de las notables hazañas de esos jóvenes caballeros, y cómo llevaron por mal camino al pobrecito e inocente Alex. -En eso se oyó el chumchum de otra sirena policial que se cruzó con la nuestra, pero avanzando en dirección contraria.

– ¿Va a buscar a los bastardos? -pregunté-. Ustedes, hijos de puta, ¿van a detenerlos?

– Eso -dijo el veco del cuello ancho- es una ambulancia. Seguramente para tu anciana víctima, repugnante y perverso granuja.

– Ellos tienen la culpa -criché, pestañeando, pues los glasos me ardían-. Los bastardos estarán piteando en el Duque de Nueva York. Agárrenlos, malolientes militsos. -Y ahí nomás recibí otro malenco tolchoco y oí risas, oh hermanos míos, y la pobre rota me dolía más que antes. Y así llegamos al hediondo cuchitril de los militsos, y a patadas y empujones me ayudaron a salir del auto, y me tolchocaron escaleras arriba, y comprendí que estos pestíferos grasños brachnos no me tratarían bien, Bogo los maldiga.

7

Me arrastraron a una cantora muy iluminada y encalada, y había un vono fuerte, mezcla de enfermería y lavatorios, cerveza rancia y desinfectante, y todo venía de las piezas enrejadas que estaban cerca. Algunos de los plenios encerrados en las celdas maldecían y cantaban, y me pareció slusar a uno que aullaba:

Y volveré a mi nena, a mi nena,

cuando tú, nena mía, te hayas ido.

Pero también se oían las golosas de los militsos que ordenaban silencio, y hasta se slusaba el svuco de alguien al que tolchocaban verdaderamente joroschó y que hacía ouuuuu, y era como la golosa de una ptitsa starria borracha, no de un hombre. En la cantora estaban conmigo cuatro militsos, y todos piteaban chai en gran estilo: había una gran jarra sobre la mesa, y sorbían y eructaban y las jetas eran sucias y bolches. Por cierto que no me ofrecieron ni una gota. Lo único que me dieron, hermanos míos, fue un espejo starrio y cal o so para que me mirase, y de veras yo ya no era vuestro bello y joven Narrador, sino un auténtico straco , con la rota hinchada, los glasos enrojecidos, y la nariz un poco machucada. Todos smecaron realmente joroschó cuando videaron mi cara de desaliento, y uno dijo: -Como una joven pesadilla del amor. -Y entonces apareció un jefe de los militsos con cosas como estrellas en los plechos , para demostrar que picaba alto alto alto, y al videarme dijo: -Hum. -Y así empezaron.

– No diré un solo y solitario slovo si no viene mi abogado -les grité-. Conozco la ley, bastardos. -Por supuesto, todos largaron una gronca smecada al oírme, y el militso de las estrellas me miró y dijo:

– Muy bien, muchachos, comenzaremos demostrándole que también nosotros conocemos la ley, pero que conocerla no es suficiente. -Tenía una golosa de caballero y hablaba con aire muy fatigado; y al hacerlo asintió con sonrisa de drugo a un bastardo grande y gordo. El bastardo grande y gordo se quitó la túnica, y uno podía videar que tenía una panza grande y starria; y entonces se me acercó no muy scorro, y cuando abrió la rota en una mueca lasciva y muy cansada, le olí el vono del chai con leche que había estado piteando. Para ser militso no tenía la cara muy bien afeitada, y uno podía videarle parches de sudor seco en la camisa, bajo los brazos, y despedía ese olor parecido a cera de oídos. De pronto cerró la ruca roja y hedionda y me la descargó justo en la barriga, lo que no estuvo bien, y todos los demás militsos smecaron con ganas, excepto el jefe, que conservó la sonrisa como cansada y aburrida. Tuve que apoyarme en la pared encalada, de modo que los platis se me mancharon de blanco, y traté de recobrar el aliento, sintiendo un dolor agudo, y me pareció que iba a vomitar el pastel pringoso que había tragado por la tarde. Pero no pude soportar la idea de vomitar sobre el suelo, de modo que me contuve. Entonces vi que el matón gordo se volvía hacia los drugos militsos para festejar realmente joroschó lo que había hecho, así que levanté la noga derecha, y antes que pudieran cricharle aviso le apliqué un puntapié limpio y claro en la espinilla. Crichó como un besuño, y se puso a dar saltos de un lado a otro.