Pero cuando bajé del camastro y lo moví con mi noga desnuda, tuve una sensación de fría rigidez, de modo que me acerqué a la litera del doctor y lo sacudí; siempre le costaba mucho despertarse por la mañana. Pero esta vez salió del camastro bastante scorro, y lo mismo hicieron los otros, excepto la Pared, que dormía como un muerto. -Muy lamentable -dijo el doctor-, seguramente fue un ataque al corazón. -Luego continuó, recorriéndonos con los ojos:- Realmente, no debieron pegarle así. La verdad, no fue una idea muy buena. -Pero Jojohn dijo:
– Vamos, doc, tú también le diste unos buenos puñetazos. -Entonces el Judío Gordo se volvió hacia mí:
– Alex, fuiste demasiado impetuoso. Ese puntapié final fue una cosa muy fea. -Al oír esto sentí que el rasdrás me nublaba los glasos, y dije:
– ¿Quién empezó todo, eh? Yo entré al final, ¿no es así? -Señalé a Jojohn y dije: -Fue idea tuya. -La Pared lanzó un ronquido, y yo añadí: -Despierten a ese brachno vonoso. Él le trabajó la rota mientras el Judío Gordo lo sostenía contra los barrotes.
– Nadie niega haberle dado algunos golpecitos suaves -comentó el doctor-, para enseñarle una lección, por así decirlo, pero es evidente que tú, querido muchacho, con el vigor y aún diría la irresponsabilidad de la juventud, le diste el cup de gras. Qué lástima.
– Traidores -grité-. Traidores y mentirosos -pues yo videaba que era todo como dos años antes, cuando mis supuestos drugos me habían abandonado a las rucas brutales de los militsos. En este mundo no se podía confiar en nadie, hermanos míos, eso estaba muy claro. Y entonces Jojohn fue a despertar a la Pared, que se mostró muy dispuesto a jurar que Vuestro Humilde Narrador era el auténtico culpable de los tolchocos sucios y toda esa brutalidad. Cuando vinieron los chasos, y después el jefe de los chasos y al fin el propio director, todos mis drugos de la celda hacían chumchum contando cómo yo había ubivado a ese pervertido cuyo ploto croboso estaba arrumbado en el piso como un saco de cartófilos .
Fue un día muy extraño, hermanos míos. Se llevaron al ploto muerto, y luego todos los prisioneros tuvieron que quedarse encerrados hasta nueva orden, y no se repartió la pischa, ni siquiera un tazón caliente de chai. Cada uno sentado en su camastro, y los chasos que se paseaban por los corredores, y de tanto en tanto crichaban: -jCállense!- o -¡A cerrar esa trampa! -si slusaban siquiera un murmullo de cualquiera de las celdas. Luego, a eso de las once hubo un movimiento general y cierta excitación, y como un vono de miedo que venía de fuera de las celdas, y entonces aparecieron el director y el jefe de los chasos, y varios chelovecos muy bolches, de aspecto importante, y todos caminaban muy scorro y goboraban como besuños . Pareció que iban derecho hacia el extremo del bloque, y después se los slusó regresar, pero ahora iban más despacio, y se slusaba al director, un veco gordo y sudoroso, de cabellos rubios, que decía slovos como: -Pero, señor…- y -Bien, ¿qué puede hacerse, señor? -etc. Entonces el montón de vecos se detuvo frente a nuestra celda, y el jefe de los chasos abrió la puerta. En seguida se videaba quién era el veco realmente importante, un tipo muy alto, de glasos azules, con platis de veras joroschós, el traje más hermoso, hermanos míos, que yo haya visto nunca, absolutamente el último grito. Apenas echó una mirada a los pobres plenios, mientras decía con una golosa muy agradable y educada: -El Gobierno no puede continuar aplicando teorías penales pasadas de moda. Amontonamos a los criminales en una cárcel, y vea lo que ocurre. Sólo se consigue criminalidad concentrada, delitos en el mismo lugar del castigo. Pronto necesitaremos todo el espacio disponible en las cárceles, para los criminales políticos. -Yo no ponimaba nada de todo esto, hermanos, pero en fin de cuentas el veco no goboraba conmigo. Luego agregó: -El problema de los delincuentes comunes como esta turba repugnante -hermanos, hablaba de mí, y también de los otros, que eran verdaderos prestúpnicos, y además traicioneros- puede resolverse mejor sobre una base puramente curativa. Hay que destruir el reflejo criminal. El plan puede aplicarse en un año. Ya ven que para esta gente el castigo no significa nada. Más aún, parece que les agrada, y se matan unos a otros. -Aquí fijó en mí los severos glasos azules. Así que me animé a hablar:
– Con todo respeto, señor, me opongo firmemente a lo que acaba de decir. Señor, no soy un delincuente común, ni soy repugnante. Los otros pueden ser repugnantes, pero no yo.
El jefe de los chasos se puso púrpura, crichando : -Cierra esa maldita trampa. ¿No sabes a quién le hablas?
– Está bien, está bien -dijo el veco importante. Luego se volvió al director y continuó: -Empezaremos con este joven. Es audaz y perverso. Lo pondremos mañana en manos de Brodsky, y ustedes podrán observar también. El sistema funciona, no se preocupen. Lo cambiaremos tanto a este joven y maligno granuja que no podrán reconocerlo.
Y esos slovos tan duros, hermanos, fueron el comienzo de mi libertad.
3
Esa misma tarde fui arrastrado limpia y gentilmente por unos chasos brutalmente tolchocadores a videar al director en su propia oficina: el sagrado santuario de lo sagrado. El director me miró con aire de fatiga y dijo: -Supongo que no conoces al hombre que vino esta mañana, ¿no es así, 6655321? -Y sin esperar mi respuesta continuó: -Era nada menos que el ministro del Interior, el nuevo ministro del Interior, y lo que llaman una escoba muy nueva. Bien, estas ridículas ideas modernas se aplicarán al fin, y órdenes son órdenes, aunque puedo decirte en confianza que no las apruebo. En efecto, las rechazo vigorosamente. Mi fórmula es ojo por ojo. Si alguien te pega, tú le devuelves el golpe, ¿no es así? Entonces, ¿por qué el Estado castigado gravemente por esa chusma brutal que son todos ustedes no ha de devolver el golpe? Pero la nueva idea es decir no. La nueva idea es la de convertir lo malo en bueno. Y eso me parece una grave injusticia, ¿eh?