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Pero lo peor de todo fue que esa noche, cuando me quedé dormido, oh hermanos, tuve una pesadilla, y como todos se imaginarán soñé con una de esas escenas de película que yo había visto a la tarde. Un sueño o una pesadilla es en realidad una película dentro de la golová, excepto que entonces parece que uno puede caminar y participar en todo. Y eso es lo que me ocurrió. Era la pesadilla de una de las películas que me habían mostrado al final de la tarde, acerca de los málchicos smecantes que le hacían la ultraviolencia a una joven ptitsa, y la ptitsa crichaba mientras le salía el crobo rojo rojo, con todos los platis rasreceados realmente joroschó. Yo participaba de la vesche , smecando y siendo el líder de todo, vestido a la última moda nadsat. Pero en lo mejor de la dratsada y los tolchocos me sentí como paralizado y quise vomitar, y todos los demás málchicos smecaron realmente gronco . De modo que dratsé para volver a despertar, chapoteando en mi propio crobo, y había litros y galones, y al final me encontré en este dormitorio, en la cama. Quería vomitar, así que me levanté temblando para salir al corredor donde estaba el viejo WC. Pero ¿saben?, hermanos, habían cerrado la puerta del dormitorio con llave. Y al volverme videé por primera vez que había barrotes en la ventana. Y entonces, cuando extendí la ruca para retirar la bacinilla guardada en la malenca mesa de noche, al Iado de la cama, videé que no tenía modo de escapar de todo esto. Pero todavía no me atrevía a meterme de nuevo en la golová dormida. Pronto descubrí que, después de todo, no deseaba vomitar, pero me sentía puglio ante la idea de acostarme de nuevo en la cama. En fin, poco después me dormí, y ya no volví a soñar.

6

– Basta, basta, basta -crichaba yo sin parar-. Paren eso, grasños bastardos, que ya no aguanto. -Hermanos, era el día siguiente, y había hecho de veras lo posible por la mañana y la tarde, siguiéndoles el juego, sentado en esa silla de tortura como un málchico joroschó amable y bien dispuesto, mientras pasaban en la pantalla sucias escenas de ultraviolencia, y yo tenía los glasos bien abiertos para videarlo todo, y el ploto, las rucas y las nogas atados al sillón, de modo que no podía moverme. Lo que ahora me obligaban a videar no era en realidad una vesche que antes me hubiese parecido muy mala; sólo eran tres o cuatro málchicos crastando una tienda y llenándose de dinero los carmanos, al mismo tiempo que jugaban con la ptitsa starria y crichante de la tienda, y la tolchocaban y le hacían brotar el crobo rojo rojo. Pero el latido y el bum bum bum bum en mi golová y las ganas de vomitar y la sed asquerosa y raspante en la rota, todo eso era peor que el día anterior. -Oh, basta, basta -exclamé-. No es justo, sodos vonosos -y traté de despegarme de la silla, pero no era posible, yo estaba allí como clavado.

– Excelente -crichó este doctor Brodsky-. Está yendo muy bien. Una más y hemos terminado.

Bueno, otra vez la starria guerra de 1939-1945, y era una película toda manchada, con rayas y grietas, y se podía videar que había sido hecha por los alemanes. Comenzaba con las águilas alemanas y la bandera nazi y esa cruz toda retorcida que a los málchicos de la escuela les gusta dibujar, y había oficiales alemanes muy altaneros y nadmeños caminando por calles polvorientas, entre agujeros de bombas y edificios caídos. Después se vieron unos liudos fusilados contra la pared, oficiales dando órdenes y también horribles plotos nagos tirados en las alcantarillas, todos como jaulas de costillas peladas y las nogas blancas y delgadas. Después aparecían otros liudos que crichaban, pero eso no se oía en la banda de sonido, oh hermanos -el único sonido era la música-, y los oficiales los tolchocaban mientras se los llevaban a la rastra. Y en eso, a pesar de todo el dolor y las náuseas, comprendí que la música que resonaba y crepitaba en la banda de sonido era de Ludwig van, el último movimiento de la Quinta Sinfonía, y entonces criché como un besuño: -¡Basta! -criché-. Basta, sodos grasños y asquerosos. ¡Un pecado, sí, eso, eso, un sucio e imperdonable pecado, brachnos! -No suspendieron en seguida la filmación, porque sólo faltaban un minuto o dos- unos liudos apaleados y crobosos, más pelotones de fusilamiento, luego la vieja bandera nazi y FIN. Pero cuando se encendieron las luces, este doctor Brodsky y también el doctor Branom estaban de pie frente a mí, y el doctor Brodsky decía:

– ¿Qué decías acerca del pecado, eh?

– Eso -dije, sintiéndome muy enfermo-. Usar de ese modo a Ludwig van. Él no le hizo daño a nadie. Beethoven no hizo más que escribir música. -Y entonces me sentí realmente enfermo, y tuvieron que traerme un recipiente que tenía forma de riñón.

– La música -dijo el doctor Brodsky, como hablándose a sí mismo-. De modo que le gusta la música. No sé nada de música, excepto que intensifica bien las emociones. Bueno, bueno. ¿Qué opina, doctor Branom?

– No puede evitarlo -replicó el doctor Branom-. El hombre destruye lo que ama, como dijo el poeta-prisionero. Quizás hemos encontrado el factor personal de castigo. Esto seguramente complacerá al director.