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– ¿Qué pasa, hijo? ¿Qué problema es ése?

– Quiero snufar -dije-. Ya tengo suficiente, eso me pasa. La vida es demasiado para mí.

Un veco starrio que leía a mi lado dijo: -Shhhh- sin apartar los glasos de una besuña revista, llena de vesches bolches y geométricas. El otro cheloveco dijo:

– Eres demasiado joven para eso, hijo. Caramba, tienes la vida por delante.

– Sí -dije con amargura-. Como un par de grudos artificiales. -El veco que leía la revista dijo «Shhhh» otra vez, pero ahora levantó los glasos y algo nos hizo clic en las golovás. Videé quién era. Y el otro dijo con voz muy gronca:

– Por Dios, nunca olvido una forma. Jamás olvido la forma de nada. Por Dios, cerdo inmundo. Ahora te tengo. -Sí, cristalografía. Eso era lo que había retirado de la biblio aquella vez. Los dientes postizos aplastados verdaderamente joroschó. Los platis desgarrados. Los libros rasreceados, y todos eran de cristalografía. Hermanos, se me ocurrió que lo mejor era salir de allí realmente scorro. Pero el starrio y viejo cheloveco se había puesto de pie, crichando como besuño a todos los starrios y viejos tosedores que miraban las gasettas frente a la pared, y a los que dormitaban sobre las revistas en las mesas.- Lo tenemos -crichó-. El cerdo perverso que destruyó los libros de cristalografía, obras raras, obras que es imposible conseguir de nuevo. -Y todo lo decía con un chumchum realmente enloquecido, como si el viejo veco hubiese perdido de veras la golová.- Un ejemplar especial de esas bandas de jóvenes bestias cobardes -crichó-. Aquí, entre nosotros, y en nuestro poder. Él y sus amigos me golpearon, me patearon y derribaron. Me desnudaron y destrozaron la dentadura. Se rieron viendo cómo yo sangraba y gemía. Y me despidieron a patadas, mareado y desnudo. -Como ustedes saben, hermanos, eso no era del todo cierto. Le dejamos algunos platis, y no estaba completamente nago.

Entonces yo criché: -Eso fue hace más de dos años. Después me castigaron y he aprendido la lección. Vean allí… mi foto está en los diarios.

– Castigo, ¿eh? -dijo un dedón que parecía un ex soldado-. Habría que exterminarlos a todos ustedes. Como si fueran una plaga maligna. Sí, no me vengan con castigos.

– Está bien, está bien -dije-. Todos tienen derecho a opinar. Perdónenme todos, ahora tengo que marcharme. -Y empecé a salir de este mesto de viejos besuños. Aspirina, no se necesitaba más. Se podía snufar con cien aspirinas. Aspirina que se compraba en la vieja farmacia. Pero el veco de la cristalografía crichó:

– No lo dejen ir. Ahora le enseñaremos cómo se castiga, basura criminal. Agárrenlo. -Y créanme, hermanos, o hagan la otra vesche, dos o tres de estos starrios tembleques, de unos noventa años por cabeza, me aferraron con las viejas rucas temblorosas, y casi me derribó el vono de vejez y enfermedad que despedían estos chelovecos medio muertos, casi me enfermó de veras. El veco de los cristales estaba ahora sobre mí, y había empezado a acariciarme el litso con malencos y débiles tolchocos, y yo trataba de apartarme y de itear, pero esas rucas starrias que me sujetaban eran más fuertes de lo que yo había creído. En eso otros vecos starrios vinieron cojeando desde los atriles de las gasettas para darle lo suyo a Vuestro Humilde Narrador. Crichaban vesches como «Mátenlo, aplástenlo, asesínenlo, rómpanle los dientes» y toda esa cala, y videé bastante claro lo que ocurría. La vejez tenía la oportunidad de cobrárselas a la juventud, eso era lo que ocurría. Pero algunos decían: -Pobre viejo Jack, casi mató al pobre viejo Jack, puerco asesino -y así sucesivamente, como si todo hubiera ocurrido ayer. Supongo que así era para ellos. Ahora una multitud de viejos sucios, agitados y vonosos trataba de alcanzarme con las débiles rucas y las viejas y afiladas garras, crichando y jadeando, y el drugo de los cristales siempre al frente, tirándome un tolchoco tras otro. Y yo no me atrevía a hacer una sola y solitaria vesche, oh hermanos míos, porque era mejor recibir golpes que enfermarse y sentir ese horrible dolor; aunque, por supuesto, la violencia de los vecos me hacía sentir como si la náusea estuviese espiando desde la esquina, para videar si había llegado el momento de salir al descubierto y dominar la situación.