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Según parece ahora no podía mantenerme consciente mucho tiempo, pues volví a dormirme casi en seguida, muy scorro, pero dos minutos más tarde tuve la seguridad de que esta ptitsa enfermera había vuelto con varios chelovecos de chaquetas blancas, y que me videaban con el ceño muy fruncido, haciendo hum hum hum frente a Vuestro Humilde Narrador. Y estoy seguro que con ellos estaba el viejo chaplino de la staja goborando: -Oh, hijo mío, hijo mío -y despidiendo un vono muy rancio de whisky y diciendo luego:- Pero no quise quedarme allí, oh no. De ningún modo podía aceptar lo que estos brachnos les están haciendo a los pobres prestúpnicos. Así que me fui y ahora predico sermones denunciando todo, mi pequeño y bienamado hijo en J. C.

Más tarde desperté de nuevo, y alrededor de la cama estaban los tres, los vecos de la casa de donde yo había saltado, es decir D. E. da Silva, qué sé yo cuántos Rubinstein y Z. Dolin. -Amigo -estaba diciendo uno de esos vecos, pero no pude videar o slusar joroschó quién era-, amiguito -seguía diciendo la golosa-, la gente arde de indignación. Has destruido las posibilidades de reelección de esos horribles e infatuados villanos. Has prestado un buen servicio a la Libertad. -Traté de decir:

– Si hubiese muerto habría sido todavía mejor para ustedes, brachnos políticos, ¿verdad, drugos falsos y traidores? -Pero lo único que me salió fue er er er. Entonces me pareció que uno de los tres desplegaba un montón de recortes de gasettas, y pude videarme en una horrible fotografía, todo cubierto de crobo y tendido en una camilla que llevaban dos vecos, y me pareció recordar algo así como fogonazos que seguramente eran de los vecos fotógrafos. Con un glaso pude leer los titulares de los recortes, que temblaban en la ruca del cheloveco, cosas como NIÑO VÍCTIMA DEL CRIMINAL PLAN DE REFORMA y GOBIERNO ASESINO, y aparecía la foto de un veco que me pareció conocido, y decía QUE LO ECHEN, y seguro que era el ministro del Inferior o Interior. En eso la ptitsa enfermera dijo:

– No tienen que excitarlo tanto. No hagan nada que lo ponga nervioso. Ahora, vamos, salgan de aquí. -Intenté hablar:

– Que los echen -pero otra vez salió er er er. En fin, los tres vecos políticos se marcharon. Y yo también me fui, pero de regreso a mi mundo, a la oscuridad total que se interrumpía únicamente con sueños raros que yo no sabía si eran sueños o no, oh hermanos míos. Por ejemplo, se me ocurrió que todo mi cuerpo o ploto se vaciaba de algo que era como agua sucia, y que después lo llenaban con agua limpia. Y después tenía sueños realmente hermosos y joroschós, y estaba en el auto de un veco que yo había crastado, y recorría el mundo odinoco, atropellando liudos y oyéndolos crichar que se morían, y yo no sentía náuseas ni dolor. Y también otros sueños en que les hacía el viejo unodós a las débochcas, obligándolas a tirarse en el suelo y que me la aguantaran bien, y todos alrededor mirando, golpeando las rucas y vivando como besuños. Y ahí me desperté otra vez y eran mi pe y mi eme que venían a videar al hijo enfermo, y mi eme hacía bujú realmente joroschó. Yo ya podía goborar mucho mejor, y les dije:

– Bueno bueno bueno bueno bueno, ¿qué pasa? ¿Qué les hace pensar que son bienvenidos? -Mi papá dijo con un aire medio avergonzado:

– Saliste en los diarios, hijo. Dicen que te hicieron mucho daño. Explican que el gobierno te obligó a que trataras de matarte. Y en cierto modo también fue culpa nuestra, hijo. En fin, tu casa es tu casa, hijo. -Y mi ma seguía haciendo bujuju, y fea como bésame los scharros . De modo que les dije:

– ¿Y cómo está el nuevo hijo, Joe? Bien, sanito y próspero, espero y deseo. -Mi ma dijo:

– Oh, Alex, Alex. Ouuuuuu. -Y mi papapa continuó:

– Una cosa muy triste, hijo. Tuvo problemas con la policía y lo golpearon.

– ¿De veras? -dije-. ¿De veras? Un cheloveco tan bueno y tan virtuoso… Sinceramente, estoy sorprendido.

– No se metía con nadie -dijo mi pe-, y la policía le dijo que no se quedara allí. Estaba en una esquina, hijo, esperando a una chica. Y le dijeron que se moviera, y él dijo que tenía derecho a estar allí, y entonces se le fueron encima y lo golpearon mucho.

– Terrible -dije-. De veras terrible. ¿y dónde está ahora el pobre chico?

– Ouuuuu -sollozó mi ma-. Volvió a su caaaaasa. -Sí -dijo papá-. Volvió a su pueblo para curarse.

Aquí tuvieron que darle el empleo a otro.

– Así que ahora -dije- ustedes quieren que yo vuelva a casa, y que todo quede como antes.

– Sí, hijo -contestó mi papapa-. Por favor, hijo. -Lo pensaré -dije-. Lo pensaré con mucho cuidado.

– Ouuuuu -seguía mi ma.

– Oh, basta -dije-, o te daré algo apropiado para chillar y crichar. Un buen puntapié en los subos, eso es lo que necesitas. -Y cuando se lo dije, hermanos míos, me sentí de veras un malenco mejor, como si el crobo rojo rojo y nuevo me estuviese subiendo y bajando por todo el ploto. Realmente, tenía que pensarlo. Era como si para sentirme mejor tuviese que sentirme peor.

– No le hables así a tu madre, hijo -dijo mi papapa-. Después de todo, ella te trajo al mundo.

– Sí -contesté-, y qué grasño mundo vonoso. -Cerré fuerte los glasos, como si me dolieran, y dije:- Ahora váyanse. Pensaré en eso de volver. Pero las cosas tendrán que ser muy distintas.

– Sí, hijo -contestó mi pe-. Lo que tú digas.

– Tendrán que entender de una vez -continué- quién es el amo.

– Ouuuuu -seguía mi ma.

– Muy bien, hijo -dijo mi papapa-. Las cosas se harán como tú digas. Pero ahora cúrate.

Cuando se marcharon me quedé tendido y pensé un poco en diferentes vesches, como diferentes visiones que me pasaban por la golová, y cuando volvió la ptitsa enfermera y me arregló las sábanas de la cama, le dije: