Le doy algunos detalles rápidamente para que vea bien que Antoine no es responsable de nada. Detestaba a Damas tanto como yo pero es incapaz de tramar nada. Aparte de obedecer a la madre, y al padre cuando le daba una tunda, todo lo que sabía hacer de niño era estrangular a los pollos y a los conejos para desahogar su rabia. Automáticamente, no ha cambiado. Nuestro padre quizás fuese el rey de la aeronáutica, pero sobre todo era el rey de los cabrones, tiene que comprenderlo. No sabía más que preñar y largar palizas. Tuvo un primer hijo, uno declarado que fue educado entre sedas en París. Hablo de ese pirado de Damas. Nosotros éramos la familia de la vergüenza, los proletarios de Romorantin y él nunca quiso reconocemos. Cuestión de reputación, decía. En cambio, en cuestión de bofetadas, no se andaba con chiquitas, y tanto mi madre como mi hermano y yo encajamos unas palizas de padre y muy señor mío.
A mí me traía sin cuidado, había decidido matarlo un día pero finalmente se jodió él solo. Y en cuestión de pasta, no le daba ni una perra a mamá, sólo para sobrevivir, porque tenía miedo de que los vecinos se hiciesen preguntas, si nos veían vivir la gran vida. Un cabrón, un animal y un cobarde, eso es lo que era.
Cuando la palmó, Antoine y yo nos dijimos que no veíamos por qué no íbamos a tener derecho a una parte de la pasta, puesto que ya no teníamos el nombre. Teníamos derecho, no en vano éramos sus hijos. De acuerdo, pero nos quedaba probarlo. Automáticamente, sabíamos que no había posibilidad de conseguir la prueba genética, pues se había pulverizado sobre el Atlántico. Pero podíamos hacerla con Damas que se llevaba la tarta sin compartirla con nadie. Sólo que estábamos convencidos de que el Damas no iba a aceptar hacerse la prueba genética porque aquello le quitaría los dos tercios de la pasta, automáticamente. A menos que le gustásemos, pensé yo. A menos que se encaprichase conmigo. Soy bastante ducha en ese jueguecito. Pensamos en eliminarlo pero yo le dije a Antoine que estaba fuera de cuestión: cuando nos presentásemos a reclamar la herencia, ¿de quién habrían sospechado? De nosotros, automáticamente.