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y los infiernos holandeses con puercoespines y demás?

No es que soñemos un sueño demasiado descabellado:

lo malo es que no lo hacemos parecer

suficientemente inverosímil; porque lo más 230

que podemos imaginar es un fantasma doméstico.

¡Qué ridículos estos esfuerzos por traducir

en la propia lengua personal un destino de todos!

¡En vez de una poesía divinamente tersa,

desarticuladas notas, los malos versos del Insomnio!

La vida es un mensaje garabateado en la oscuridad .

Anónimo.

Sorprendido en la corteza de un pino,

mientras volvíamos a casa el día que ella murió,

un estuche de esmeralda vacío, rechoncho, ojos de sapo,

abrazando el tronco, y haciendo juego, 240

una hormiga embardunada de resina.

¡Aquel inglés en Niza,

lingüista orgulloso y feliz: Je nourris

les pauvres cigales , queriendo decir que

alimentaba a las pobres "sea gull" [gaviotas]!

Lafontaine se equivocaba:

muerta está la mandíbula, vivo el canto.

Y así me corto las uñas y sueño y oigo

tus pasos arriba, y todo está bien, querida.

Sybil, en la escuela secundaria yo sabía

que eras preciosa, pero me enamoré de ti

durante una excursión de las clases superiores 250

a las New Wye Falls. Almorzamos sobre la hierba húmeda.

Nuestro profesor de geología explicaba

la catarata. Su rugido y el polvo irisado

daban al parque insulso un aire romántico. Me tendí

en la bruma de abril justo detrás

de tu grácil espalda y miraba tu cabecita bien peinada

inclinada a un lado. Una palma, los dedos separados,

entre una estrella de trillium y una piedra,

se apoyaba en la tierra. Un huesito de falange

se estremecía. Después te volviste y me ofreciste

un dedal de té brillante y metálico.

Tu perfil no ha cambiado. Los dientes relumbrantes

mordiendo el labio atento; la sombra de las largas pestañas

debajo del ojo; el durazno

bordeando el pómulo; la seda castaño oscuro

del pelo levantado por el cepillo desde las sienes y la nuca;

el cuello muy desnudo; la forma persa

de la nariz y las cejas: todo eso lo has conservado

y en las noches silenciosas escuchamos la cascada.

¡Ven que te adore, ven que te acaricie,

mi sombría Vanessa de rayas carmesí, mi bendita,

admirable mariposa! Explícame ¿cómo

en las sombras crepusculares de Lilac Lane,

has podido dejar que ese palurdo, este histérico John Shade

te humedeciera el rostro y la oreja y el hombro?

Hace cuarenta años que nos casamos. Tu almohada

cuatro mil veces por lo menos fue arrugada

por nuestras dos cabezas. Cuatrocientas mil veces

el gran reloj de ronco carillón de Westminster

ha dado nuestra hora común. ¿Cuántas veces más 280

los calendarios de propaganda adornarán la puerta de la cocina?

Te amo cuando, de pie sobre el césped,

miras algo en un árbol. "Se ha ido.

Era tan pequeño. Tal vez vuelva" (todo esto

dicho en un murmullo más suave que un beso).

Te amo cuando me llamas para que admire

la huella rosa de un avión sobre el fuego del poniente.

Te amo cuando canturreas haciendo

una valija o el cómico bolso del auto

con su cierre relámpago todo alrededor. Y te amo sobre todo 290

cuando con un cabeceo pensativo saludas su fantasma

y tienes su primer juguete en tu palma, o miras

una postal que te había mandado, encontrada en un libro.

Ella hubiera podido ser tú, yo, o cualquier mezcla rara:

la naturaleza me eligió para torcer y desgarrar

tu corazón con el mío. Al principio decíamos, sonriendo:

"Todas las niñitas son regordetas", o "Jim Mc Vey

(el oculista de la familia) corregirá ese ligero estrabismo

en poco tiempo". Y más tarde: "Será muy bonita,

ya verás", y tratando de calmar 300

la tormenta que se acerca: "Es la edad ingrata".

"Debería tomar lecciones de equitación", decías

(tus ojos y los míos no se cruzaban). "Debería jugar