Quilan miró a Jarra. Los ojos del coronel eran grandes, y el pelo de su cabeza se erizó al moverla. Sintió que la suya daba vueltas, por la incredulidad.
—¿Todo eso es cierto? —preguntó— ¿De verdad?
El coronel se levantó, como si su rabia lo hubiera hecho saltar de la silla.
—Deberías ver las noticias, Quil. —Miró hacia ambos lados, como si esperase que algo o alguien le extrajera la rabia acumulada, y luego respiró hondo—. Esto no acaba aquí, puedes creerme. Esto no terminará hasta dentro de mucho, mucho tiempo. Te veré más tarde, Quilan. Adiós, por ahora. —El coronel salió de la habitación dando un portazo.
Y Quilan encendió un monitor, por primera vez en meses, y descubrió que todo era como el coronel le había contado, y que las pautas del cambio de su propia sociedad las había marcado la Cultura que, con su propia confesión, había ofrecido lo que ellos mismos denominaban ayuda, y que otros podían considerar como un soborno, para las elecciones de quienes creían que debían ser elegidos, y aconsejados y persuadidos y casi amenazados, para obtener lo que la Cultura creía que era mejor para los chelgrianos.
Su implicación había empezado a descender, y la Cultura había iniciado el retiro de las fuerzas que había acercado secretamente a la esfera de influencia y colonización chelgriana por si las cosas iban mal cuando, sin precedente alguno, todo había ido estrepitosamente mal.
Sus excusas eran las que había enumerado el coronel, aunque, bajo la perspectiva de Quilan, también existía el hecho de que no estaban tan acostumbrados a especies evolucionadas desde depredadores como lo estaban a otras especies, y aquello había resultado ser un factor importante en su fracaso a la hora de anticiparse al catastrófico cambio de comportamiento que se inició con Muonze y cayó como una cascada por toda la sociedad recién reestructurada, o a la ferocidad y velocidad con que este tuvo lugar una vez que hubo empezado.
Apenas podía creerlo, pero no tenía otro remedio. Pasó horas frente a la televisión y habló con el coronel y con otros pacientes que habían empezado a visitarlo. Era todo verdad. Todo.
Un día, la víspera de la primera vez que le permitían levantarse de la cama, oyó cantar a un pájaro en el exterior, junto a su ventana. Pulsó los botones del panel de control de la cama para girarla y elevarla, y así poder mirar al exterior. El ave ya se había marchado, pero Quilan vio un cielo con algunas nubes dispersas, los árboles de la orilla lejana del resplandeciente lago, las olas que rompían en la rocosa costa y la hierba del jardín que ondeaba al son del viento.
(Una vez, en un mercado de Robunde, había comprado para ella un pájaro enjaulado porque su canto era hermoso. Lo llevó a la habitación que habían alquilado mientras ella terminaba su tesis sobre la acústica en los templos.
Ella le dio las gracias con mucha elegancia, se acercó a la ventana, abrió la puerta de la jaula y ahuyentó al pajarillo, que salió volando, sin dejar de cantar. Lo contempló durante un momento, hasta que desapareció, y luego se volvió hacia él con una expresión que reflejaba disculpa, desafío y preocupación, todo a un tiempo. Él estaba de pie, bajo el quicio de la puerta, dedicándole una sonrisa).
Sus lágrimas disolvieron el paisaje.
7
COMITÉ DE BIENVENIDA
Los visitantes importantes viajaban normalmente a Masaq en una barcaza ceremonial gigante de madera dorada, con gloriosas banderas y un aspecto fabuloso, encajonada en un envoltorio elipsoide de aire perfumado cosido con medio millón de globos vela aromatizados. Para el emisario chelgriano Quilan, el Centro pensó que tan flagrante ostentación podía desencadenar una nota discordante, de excesiva celebración, por lo que decidió enviar un módulo sencillo, pero bien decorado y personalizado, a la cita con el ex buque de guerra La resistencia fortalece el carácter..
El comité de bienvenida estaba formado por uno de los delgados avatares de piel plateada del Centro, por el dron E. H. Tersono, el homomdano Kabe Ischloear y una hembra humana que representaba a la Junta General del orbital, llamada Estray Lassils, que parecía anciana y lo era. Lucía una larga melena blanca, sujeta en un moño, y su tez bronceada estaba llena de arrugas. Para su edad, era alta y delgada, y mantenía una postura bien erguida. Llevaba un vestido negro, formal pero sencillo, al que iba sujeto un único broche. Sus ojos brillaban y Kabe imaginó que la mayor parte de los surcos de su rostro eran líneas de expresión creadas por las risas y sonrisas. Le causó buena impresión desde el primer momento y, dado que la Junta General había sido elegida por la población de drones y humanos del orbital, y la habían designado específicamente para representarla, el embajador homomdano supuso que también había gustado a los demás.
—Centro —dijo Estray Lassils con voz alegre—, tu piel parece más mate de lo habitual.
El avatar del orbital llevaba unos pantalones blancos y una chaqueta ceñida que destacaban sobre su argentada piel que, ciertamente, parecía menos reflectante de lo normal a ojos de Kabe. La criatura asintió.
—Hay tribus aborígenes chelgrianas que, tiempo atrás, tenían creencias supersticiosas en lo referente a los espejos —respondió el avatar con su incongruente voz profunda. Sus grandes ojos negros parpadearon. Estray Lassils se encontró contemplando dos minúsculas imágenes de sí misma representadas en los párpados de la criatura que, por un momento, se habían vuelto completamente reflectantes—. Y he considerado, en pro de la seguridad…
—Comprendo.
—¿Y qué tal están los otros miembros de la Junta, señora Lassils? —le preguntó el dron Tersono. Parecía, más que cualquier cosa, más iridiscente que nunca, con su piel rosada de porcelana y su diáfano petrelumen bien pulido.
La mujer se encogió de hombros.
—Como siempre —respondió—. De hecho, hace un par de meses que no los veo. La próxima asamblea es… —se detuvo, con aire pensativo.
—Dentro de diez días —le sopló el broche.
—Gracias, casa —contestó ella y le hizo una seña al dron con la cabeza—. Ahí lo tienes.
La Junta General debía representar a los habitantes de la Cultura en el Centro a su mayor nivel; pero era un ministerio más bien honorario, puesto que cada individuo podía hablar con el Centro siempre que quisiera. No obstante, como aquello conllevaba una ínfima posibilidad teórica de que un Centro malicioso o enfadado pudiera enfrentar a cualquier habitante de un orbital con otro y crear un entorno hostil, se consideró la sensata posibilidad de formar una junta convenientemente elegida. Eso también significaba que los visitantes de otras sociedades más autocráticas o estratificadas podían recurrir a alguien que identificasen como una representación oficial de toda la población.