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EL RETIRO DE CADRACET

Al cabo de un rato, apartó la vista del paisaje.

Estray Lassils llegó desde uno de los bailes de la ruidosa fiesta, con el rostro sonrojado y la respiración pesada, y lo acompañó a la sección de la barcaza dispuesta para su recepción.

¿Está seguro de que le apetece conocer a toda esta gente, comandante? le preguntó la mujer.

Sí, gracias.

Bien, no dude en decírmelo cuando quiera marcharse. No pensaremos mal de usted. He investigado un poco a su orden. Parecen algo… ascéticos y monásticos. Estoy segura de que todo el mundo lo entenderá si nuestro grupo le cansa o le resulta algo pesado.

Me pregunto hasta dónde habrán investigado.

Seguro que sobreviviré.

Así me gusta. Se supone que yo soy veterana en este tipo de cosas, pero a veces también me parecen algo tediosas. No obstante, las recepciones y las fiestas son panculturales, o, al menos, eso dicen. Nunca he sabido si sentirme reconfortada u horrorizada ante ello.

Supongo que ambas sensaciones son apropiadas, en función del estado de ánimo del momento.

Bien dicho, hijo. Creo que me vuelvo a mi retiro. Concéntrate en ella; parece muy astuta. Puedo sentirlo.

Comandante Quilan, espero que sea consciente de lo mucho que lamentamos lo que le ocurrió a su pueblo prosiguió la mujer, mirando al suelo y después al chelgriano. Imagino que ya estará harto de oírlo a estas alturas, en cuyo caso, me disculpo también por haberlo dicho, pero en ocasiones una siente que debe dejar constancia de ciertas cosas. Estray apartó la vista en dirección a la brumosa profundidad del paisaje. La guerra fue culpa nuestra. Enmendaremos y repararemos todo lo que podamos, pero, por si sirve de algo, y soy consciente de que no es demasiado, pedimos nuestras más sinceras disculpas. Hizo un ademán con sus viejas y arrugadas manos. Creo que todos nosotros sentimos que estamos en deuda con usted y con su gente. Volvió a bajar la vista antes de mirarlo de nuevo a los ojos. No dude en apelar a ello.

Gracias. Aprecio mucho su sentimiento y su ofrecimiento. Mi misión no es ningún secreto.

Ella entornó los ojos y esbozó una tímida e indecisa sonrisa.

Sí. Bien. Veremos lo que podemos hacer. Espero que no tenga demasiada prisa, comandante.

No demasiada repuso él.

Ella asintió y siguió caminando. En un tono más distendido, dijo:

Espero que la casa que le ha preparado el Centro sea de su agrado, comandante.

Como bien ha dicho, en mi orden no somos conocidos por gustar de grandes caprichos o lujos. Estoy seguro de que tendré más de lo que necesito.

Imagino que así será. Pero si necesita cualquier cosa, no dude en pedirla, aunque sea tener menos de lo que sea.

Supongo que la casa no estará junto a la de mahrai Ziller.

Ella sonrió.

Ni siquiera se encuentra junto a la siguiente plataforma, sino a dos de distancia. Pero me han dicho que tiene unas vistas fantásticas y acceso privado a su propia subplataforma. ¿Sabe a lo que me refiero? ¿Conoce el significado de todos estos términos?

Yo también he investigado, señora Lassils sonrió Quilan.

Sí, por supuesto. Bien, veamos qué clase de terminal o de dispositivo desea utilizar. Si ha traído con usted su propio comunicador, estoy segura de que el Centro podrá adaptárselo, y si no, puede proporcionarle un avatar o algún otro familiar a su disposición o… bueno, lo que usted decida. ¿Qué prefiere?

Creo que uno de sus terminales bolígrafo estándar será suficiente.

Comandante, tengo la fuerte sospecha de que, en el momento en el que llegue a su casa habrá alguien esperándolo allí. Se estaban acercando a una gran cubierta superior decorada con muebles de madera, parcialmente cubierta por marquesinas y salpicada de gente. Y será una bienvenida bastante más agradable que esta: una tropa de gente desesperada por hablar con usted. No olvide que puede marcharse cuando quiera.

Amén.

Todo el mundo se volvió a mirarlo.

Unamos fuerzas, comandante.

* * *

Había unas setenta personas para recibir a Quilan, entre las que se encontraban tres miembros de la Junta General a quienes Estray Lassils reconoció, saludó, y con los que se reunió en cuanto el decoro se lo permitió, varios eruditos en asuntos chelgrianos o cuya especialidad incluía el prefijo xeno, profesores en su mayor parte, y un grupo de seres no humanos, de especies que Quilan desconocía completamente y que se enroscaban, flotaban, se mecían o se despatarraban por la cubierta, las mesas y los sillones.

La situación aún se complicaba más con otras criaturas varias que, excepto el avatar, Quilan podía haber confundido con otros alienígenas inteligentes, pero que resultaron ser simples mascotas de compañía. Y todo aquello se sumaba a una apabullante diversidad de otros humanos que ostentaban títulos que no eran títulos y oficios que nada tenían que ver con el trabajo.

¿Transcripcionista mimético cultural? ¿Qué demonios significa eso?

Ni idea. Imagínate lo peor. Debe de ir por debajo de informador.

El avatar del Centro le había presentado a todo el mundo; alienígenas, humanos y drones, a los que se trataba realmente como ciudadanos con plenos derechos y libertades como el resto. Quilan asentía con la cabeza y sonreía, o asentía y estrechaba manos y efectuaba cualquier otro ademán que le pareciera apropiado.

Supongo que este tipo raro de piel plateada es el anfitrión perfecto para toda esta tropa. Los conoce a todos. Y los conoce íntimamente, también, con sus debilidades, sus gustos, sus aversiones y demás.

No es eso lo que nos han dicho.

Ah, claro. Solo sabe tu nombre y que estás bajo su jurisdicción. Eso es lo que dicen. Solo sabe lo que tú quieres que sepa. ¡Ja! ¿No te parece un poco difícil de creer?

Quilan no sabía lo cerca que podía vigilar el Centro de un orbital de la Cultura a todos sus ciudadanos. En realidad, tampoco importaba. Pero se dio cuenta de que sabía muchas cosas sobre aquellos avatares cuando pensó en ello, y lo que Huyler había comentado sobre su don de gentes era totalmente cierto. Incansables, amables hasta la saciedad, con una memoria de elefante, y con algo similar a una capacidad telepática para determinar quién se llevaría bien con quién, la presencia de un avatar era comprensiblemente considerada indispensable en cualquier evento social de determinada magnitud.

Con una de esas cosas plateadas y un implante, aquí la gente no tiene ni que molestarse en recordar los nombres de los demás.

~ Me pregunto si también olvidarán los suyos.

Quilan habló, cautelosamente, con un montón de gente, y probó los alimentos que se ofrecían sobre las mesas, todos servidos en platos y bandejas con imágenes codificadas para indicar cuáles eran aptos para cada especie.