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Existía una inevitable imprecisión asociada al proceso completo que los Implicados de toda la galaxia acostumbraban a practicar con cualquier cosa relacionada con la sublimación, pero se había probado, para satisfacción incluso de los observadores más escépticos, que las personalidades de los chelgrianos muertos sobrevivían tras la muerte, y la comunicación con ellas era posible a través de determinada gente o de dispositivos aptos para ella.

Aquellas almas describían un cielo muy similar al de la mitología chelgriana, e incluso hablaban de entidades que podían ser las almas de chelgrianos fallecidos mucho tiempo antes del desarrollo de la tecnología de los Guardianes de Almas, aunque ninguno de dichos remotos ancestros se comunicaba directamente con el mundo mortal, lo que hizo crecer la sospecha de que eran conceptos creados por el Puen-Chelgriano, imágenes de lo que aquellos ancestros podían ser si el Cielo hubiera existido realmente desde el principio.

No obstante, no cabía duda alguna de que la gente era salvada por su Guardián de Almas e ingresaba en el cielo, recreado por el Puen-Chelgriano en la imagen de un paraíso que idearon sus ancestros.

Pero, los muertos que regresan, ¿son realmente aquellos a los que conocíamos, Custodio?

Eso parece, Tibilo.

¿Y con eso basta? ¿Con que lo parezca?

Tibilo, también podrías preguntar si, al despertarnos, somos los mismos que se acostaron la noche anterior.

Quilan esbozó una amarga sonrisa.

Eso ya lo he preguntado dijo.

¿Y cuál fue la respuesta?

Que, por desgracia, sí lo somos.

Dices «por desgracia» porque te sientes triste.

Digo «por desgracia» porque si fuéramos distintos a cada despertar, el yo que se despierta no sería el que ha perdido a su esposa.

Y, sin embargo, también somos distintos, aunque sea ligeramente, en cada nuevo día.

Somos distintos, aunque sea ligeramente, con cada nuevo parpadeo, Custodio.

Solo en el sentido más trivial, por el tiempo que ha transcurrido desde el momento de ese parpadeo. Crecemos a cada momento, pero los incrementos reales de nuestra experiencia se miden en días y noches. En dormir y soñar.

Soñar repitió Quilan, apartando de nuevo la mirada. Sí. Los muertos escapan de la muerte en el Cielo, y los vivos escapan de la vida en los sueños.

¿Hay algo más que te hayas preguntado?

No era raro, en aquella época, que la gente con terribles recuerdos se sometiera a una extirpación de los mismos, o se retirase a sus sueños, y viviese de ellos en un mundo virtual desde el que resultase relativamente fácil excluir los recuerdos y sus efectos, que convertían a la vida normal en algo insoportable.

¿Quiere decir si he considerado esa posibilidad?

Sí.

No me lo he planteado seriamente. Me sentiría como si estuviera renegando de ella. Quilan suspiró. Lo siento, Custodio. Debe de estar aburrido de escucharme decir lo mismo días tras día.

Nunca es exactamente lo mismo, Tibilo. El monje sonrió. Porque existe un cambio.

Quilan también sonrió, aunque lo hizo por ofrecer una respuesta cortés.

Lo que no cambia, Custodio, es que lo único que deseo de verdad con toda mi sinceridad y mi pasión ha muerto.

Tal y como te sientes en estos momentos, resulta difícil creer que llegará un momento en que pienses que la vida vale la pena, pero llegará.

No, Custodio. No creo que llegue. Porque no quisiera ser aquel que se había sentido como me siento ahora y luego hubiera avanzado u olvidado ese sentimiento hasta estar mejor. Ese es precisamente mi problema. Prefiero la idea de la muerte a sentirme como me siento ahora, pero preferiría sentirme así para siempre que sentirme mejor, porque sentirme mejor significaría haber dejado de ser aquel que la amó, y eso no podría soportarlo.

Quilan miró al anciano con lágrimas en los ojos.

Fronipel se acomodó en el siento, parpadeando.

Debes creer que incluso eso puede cambiar dijo, pero no significará que la ames menos.

Quilan se sintió casi tan bien como se había sentido antes de enterarse de que Worosei había muerto. No era placer, pero sí una especie de claridad, de ligereza. Sintió que, al menos, había tomado algo parecido a una decisión, o que estaba a punto de hacerlo.

No puedo creerlo, Custodio.

Entonces, ¿qué, Tibilo? ¿Tu vida será un mar de dolor hasta el momento de tu muerte? ¿Es eso lo que quieres? Tibilo, yo no veo ninguna señal de eso en ti, pero existe una forma de vanidad en el dolor, por la que se disfruta en lugar de sufrir. He visto a gente que piensa que el dolor les proporciona algo que nunca antes han tenido, y, por terrible y real que sea su pérdida, prefiere abrazarse a ese horror a apartarlo de su vida. Odiaría ver que te pareces siquiera a este tipo de masoquistas emocionales.

Quilan asintió. Intentó parecer tranquilo, pero una aterradora rabia se había adueñado de él mientras el anciano pronunciaba aquellas palabras. Sabía que Fronipel tenía las mejores intenciones, y que era sincero cuando decía que no consideraba así a Quilan, pero solo el hecho de haber sido comparado con gente tan egoísta y caprichosa casi lo hizo temblar de furia.

Habría preferido morir con honor a tener que soportar esta carga.

¿Es eso lo que quieres, Tibilo? ¿Morir?

Me parece la mejor opción. Cuanto más pienso en ello, más me gusta.

Y dicen que el suicidio conduce al olvido total.

La antigua religión se había mostrado ambivalente con respecto a quitarse uno la vida. Nunca había sido un acto apoyado, pero existieron muchas visiones de sus pros y sus contras a lo largo de varias generaciones. Desde el advenimiento de un cielo real y demostrable, el Puen-Chelgriano lo desaconsejó fervientemente tras una serie de suicidios en masa y aclaró que aquellos que se quitaban la vida solo para llegar antes al Cielo no tendrían permitido entrar en él. Ni siquiera permanecerían en el limbo; sus almas no serían salvadas. No todos los suicidios se tratarían necesariamente con la misma dureza, pero la impresión que quedó era que era mejor tener un motivo irrecusable para presentarse en las puertas del Paraíso con las manos manchadas de sangre propia.

Sería algo poco honorable, Custodio. Preferiría que mi muerte no fuera en vano.

¿En una batalla, por ejemplo?

Por ejemplo.

En tu familia no existe una gran tradición de tal rigor marcial, Tibilo.

Los miembros de la familia de Quilan habían sido terratenientes, comerciantes, banqueros y aseguradores durante mil años. Él fue el primero en sostener algo más letal que un arma ceremonial en varias generaciones.

Tal vez ha llegado el momento de empezar esa tradición.