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La guerra ha terminado, Tibilo.

Siempre hay guerras.

Pero no siempre son honrosas.

Uno puede morir de forma deshonrosa en una guerra honrosa. ¿Por qué no iba a poder aplicarse eso a la inversa?

Además, nos encontramos en un monasterio, no planeando estrategias en barracas.

Yo vine aquí a pensar, Custodio. Nunca renuncié al servicio.

Entonces, ¿estás decidido a volver al Ejército?

Creo que sí.

Fronipel miró a los ojos del joven durante un rato. Finalmente, estirándose en su lado del asiento curvado, dijo:

Eres un comandante, Quilan. Un comandante que dirige a sus tropas cuando su único deseo es solo morir podría resultar muy peligroso.

No arrastraría a nadie más a mi decisión, Custodio.

Eso es fácil decirlo, Tibilo.

Lo sé. Y hacerlo no es fácil. Pero no tengo ninguna prisa por morir. Estoy preparado para esperar hasta estar seguro de estar haciendo lo correcto.

El anciano monje se recostó en su asiento, se quitó las gafas y sacó un paño grisáceo y mugriento de un bolsillo. Respiró sobre las dos grandes lentes y las limpió. Las estudió atentamente. Quilan pensó que no estaban más limpias que antes. El monje se las puso de nuevo y lo miró, parpadeando.

Esto, comandante, ya es un cambio.

Quilan asintió.

Es más como un… como una aclaración dijo. Señor.

El anciano asintió lentamente.

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Dirigible

Uagen Zlepe, erudito, se estaba preparando una infusión de hojas de jhagel cuando Praf 974 apareció de repente en el alféizar de la ventana de la pequeña cocina.

El humano adaptado a simio y la tomadora de decisiones de quinto orden convertida en intérprete habían regresado al behemotauro dirigible Yoleus sin contratiempos, tras recuperar el bolígrafo errante de la placa de escritura glífica y tras avistar lo que fuera que avistaron bajo ellos en las azules profundidades de la aerosfera. Praf 974 había salido volando, literalmente, para informar a su superior. Y Uagen había decidido echar una cabezadita después de tantos nervios. Al despertarse, al cabo de una hora exacta, tenía la boca seca y llegó a la conclusión de que un té de hojas de jhagel sería lo mejor.

La ventana circular de su minúscula cocina daba a un bosque inclinado, que conformaba la superficie frontal superior de Yoleus. De ella, colgaba una serie de cortinas de gasa que podía abrir y cerrar a su antojo, pero que casi siempre dejaba recogidas a los lados. Las vistas, anteriormente, habían sido fantásticas y luminosas, pero a lo largo de los últimos tres años, solo consistían en una gran sombra bajo la acechadora presencia de Muetenive, la eventual pareja de Yoleus. El follaje de la piel del behemotauro Yoleus estaba empezando a adquirir un aspecto encogido y anémico bajo la oscuridad de la otra criatura. Uagen suspiró e inició el proceso de preparación de su infusión.

Las hojas de jhagel eran muy preciadas para él. Solo había traído consigo algunos kilos desde casa; y no le quedaba más que un tercio de aquella cantidad en aquel momento, por lo que se había impuesto un racionamiento de una taza cada veinte días para controlar el consumo. Debería haber traído semillas, supuso, pero, por alguna razón, lo había olvidado.

Preparar la infusión se había convertido en una especie de ritual para Uagen. Presuntamente, el té de jhagel debía tener efectos tranquilizantes, pero para él, solo el proceso de preparación ya lo relajaba notablemente. Tal vez cuando se terminasen las existencias, tendría que realizar los mismos movimientos con alguna mezcla placebo sin bebérsela, naturalmente, para observar qué grado de tranquilidad podía inducirse únicamente mediante la ceremonia de la preparación.

Con el ceño fruncido por la concentración, empezó a colar parte de la infusión de color verde pálido a una taza caliente con la ayuda de un hondo recipiente que contenía veintitrés capas graduadas de filtros, con temperaturas oscilantes entre los cuatro y los veinticuatro grados.

Entonces, la intérprete Praf 974 se posó en el alféizar de su ventana sin previo aviso. Uagen dio un respingo y parte del líquido caliente se vertió sobre su mano.

¡Ay! Mmm, hola, Praf. Mmm, sí, ¡ay!

Dejó la taza y la tetera sobre la encimera y puso la mano bajo el grifo de agua fría.

La criatura saltó a través de la ventana circular, con las alas fuertemente plegadas. En el pequeño fregadero, pareció de pronto enormemente grande.

Miró el pequeño charco que había dejado la infusión.

Momento de relax observó.

¿Eh? Ah, sí repuso Uagen. ¿Qué puedo hacer por ti, Praf?

El Yoleus quiere hablar contigo.

Aquello no era algo habitual.

¿Cómo? ¿Ahora?

Inmediatamente.

¿Por qué iba…? ¿Sobre…?

Sí.

Uagen se sintió algo asustado. Podía intentar tranquilizarse un poco. Señaló la tetera que reposaba sobre los fogones.

¿Y mi té de hojas de jhagel?

Praf 974 miró la tetera y luego a Uagen.

Su presencia no ha sido requerida.

* * *

¿Estás seguro, Yoleus? Mmm. Es decir, que…

Suficientemente seguro. ¿Necesitas un porcentaje de expresión?

No. No hace falta. Es terriblemente. Solo es que. No estoy seguro de. Es muy…

Uagen Zlepe, erudito, no estás acabando las frases.

Ah, ¿no? Bueno, me refiero a… Uagen tragó saliva. ¿Realmente crees que es necesario que vaya allí abajo?

Sí.

Ah.

—Mmm. El. Mmm. Sea lo que sea, ¿no subirá hasta aquí?

No.

¿Seguro?

Suficientemente seguro. Ese lo que sea piensa que la mejor forma de experimentar es en una situación/circunstancia similar a esta.

Ah. Ya veo.

Uagen se encontraba de pie, de una forma algo precaria, sobre lo que parecía una zona pantanosa especialmente inestable. De hecho, estaba en el interior más profundo del cuerpo del behemotauro dirigible Yoleus, en una estancia que solo había visto una vez anteriormente, y que hubiera preferido no tener que visitar de nuevo a lo largo de toda su estancia.

El lugar era del tamaño aproximado de un salón de baile. Era semiesférico, con nervios y curvas por todas partes. Incluso el suelo tenía ondulaciones, olas bajas y huecos. Las paredes parecían gigantescas cortinas plegadas, reunidas en forma de esfínter en la cumbre. Estaba oscuro y Uagen se veía obligado a utilizar su sensor interno de infrarrojos, que hacía que todo pareciera gris y granulado, y si cabía, aún más aterrador.