Sí, claro, la gente podía ir en coche a Boston en busca de comida y refugio… siempre y cuando tuvieran suficiente combustible, pues todas las estaciones locales de servicio habían cerrado a las nueve. Esto no impidió que los reporteros y necrófagos más intrépidos se quedaran en el lugar, pero la mayoría decidió que sencillamente no valía la pena hacerlo. Nadie iba a aceptar entrevistas. Yo no pensaba salir de casa. Los muertos no se levantaban de sus tumbas en el cementerio local. En realidad, en East Falls no había nada que valiera la pena ver. Al menos por ahora.
– Son mentiras -dijo Savannah y barrió los periódicos de la mesa-. La gente no se ha marchado por esa razón. Todos se han ido gracias a mí, a mi hechizo.
– Es bastante posible que tu hechizo haya atemorizado a algunos -admitió Cortez-. Pero en circunstancias normales eso sólo habría aumentado el nivel de interés del público. Sí, algunos se habrían ido: aquellos que fueron meras víctimas del hechizo y que no desempeñaron ningún papel activo en la violencia. Un hechizo de confusión exacerba las tendencias agresivas. Quienes disfrutaban de esa descarga emocional se quedarían. Y llegarían más; la clase de personas que confían en una repetición de las situaciones. Sin esa «evitación» a rechazo, la situación sólo habría empeorado. Sé que tú no entiendes por completo las ramificaciones del hechizo que lanzaste.
La mirada de ella se endureció.
– Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo, hechicero.
– No le hables así -intervine.
Cortez levantó una mano.
– No, tú no lo entendías, Savannah. Lo sé. Nadie te responsabiliza…
– ¡Pero es que yo soy responsable! Yo me libré de ellos. ¡Yo! Tú… Vosotros dos… no tenéis idea… -Agarró el mantel, lo arrancó de la mesa y arrojó los platos al suelo. Después se dio media vuelta y se alejó.
Cuando me puse de pie para seguirla, sonó el timbre de la puerta.
– ¡Maldición! -farfullé-. ¿Es que esto no acabará nunca? -Deja que yo me ocupe de la puerta. Y, por el momento, te aconsejo que no le prestes atención a Savannah. Se dirigió a la puerta y yo lo seguí.
Cortez me persuadió de que esperara en un rincón mientras él abría. Aunque detestaba la sola idea de esconderme, la posición de Cortez tenía cierto sentido. Había todavía nueve o diez personas en mi jardín esperando que yo apareciera. Después del alboroto de la noche anterior, no podía arriesgarme a otra escena parecida.
– Buenos días, agente -saludó Cortez.
Me aplasté contra la pared. ¿Y ahora, qué? En los últimos días había visto más policías que en un maratón de fin de semana de Ley y orden.
– Son del Departamento de Servicios Sociales -dijo el agente-. Vienen a ver a la señora Winterbourne. Me pareció que era mejor acompañarlos hasta la puerta.
¿Qué podía ser peor que una visita policial en ese momento? La visita de una asistente social.
– Tengo entendido que su cita era para esta tarde -dijo Cortez-. Si bien apreciamos su interés en el bienestar de Savannah, realmente debo pedirle que regrese entonces. Anoche tuvimos aquí un incidente y, como puede imaginar, mi cliente pasó una noche difícil y no está todavía preparada para recibir visitas.
– Ese «incidente» es precisamente la razón por la que vengo temprano -respondió una voz de mujer-. Estamos muy preocupados por la niña.
¿La niña? Ah, sí… Mi amorosa pupila, la adolescente atrincherada en este momento en su cuarto. Oh, Dios. ¿Querrían ver a Savannah? Por supuesto que sí. Para eso estaban aquí, para evaluar mis habilidades como tutora. Me habría echado a reír si no estuviera a punto de llorar.
Cortez estuvo discutiendo durante varios minutos, pero pronto fue evidente que comenzaba a ceder. No lo culpé. Si nos negábamos a recibir a los de Servicios Sociales, ellos pensarían que teníamos algo que ocultar. Pues bien, sí teníamos algo que ocultar. De hecho, bastante. Pero tal vez si no los dejábamos pasar ahora, las cosas podían empeorar cuando volvieran.
– Está bien -dije apareciendo en la entrada-. Pasen, por favor.
Una mujer de cincuenta y tantos años con melena color castaño rojizo se presentó como Peggy Daré. No pesqué el nombre de la rubia tímida que la acompañaba. No importaba; la mujer me saludó con un hilo de voz y nunca volvió a hablar. Las escolté al salón y les ofrecí café o té. Ellas rehusaron.
– ¿Podemos ver a Savannah? -preguntó Daré.
– Está descansando -respondió Cortez-. Como les he dicho, la de anoche fue una jornada muy difícil para todos nosotros. Como es natural, Savannah, dada su juventud, se vio particularmente afectada por la violencia.
– Está muy trastornada -logré decir.
– Lo entiendo -dijo Daré-. Ésa, desde luego, es la razón por la que estamos aquí. Si nos permitiera hablar con ella, tal vez nosotros podríamos verificar el grado del daño sufrido.
– ¿Daño? -Preguntó Cortez-. ¿No es eso establecer un juicio?
– No fue esa mi intención. Hemos venido con una actitud abierta, señor Cortez. Sólo queremos lo que sea mejor para la pequeña. ¿Podemos verla, por favor?
– Sí, pero a menos que me equivoque, parte de su misión es evaluar el medio físico que la rodea. Tal vez podríamos comenzar con eso.
– Yo preferiría empezar hablando con Savannah.
– Como le he dicho, ella está durmiendo, pero…
– ¡No estoy durmiendo, Lucas! -Gritó Savannah desde su habitación-. ¡Qué mentiroso que eres!
– Está muy trastornada -repetí.
Cortez giró hacia el pasillo.
– ¿Savannah? ¿Podrías, por favor, venir un momento? Aquí hay algunas personas de Servicios Sociales a quienes les gustaría hablar contigo.
– ¡Diles que se vayan a la porra!
Silencio.
– Hacía mucho que no oía ésa -dije, luchando por no reírme-. Lo siento. He procurado inculcarle buenos modales. Pero hoy anda bastante alterada.
– Más que alterada -añadió Cortez-. Los acontecimientos de anoche fueron extremadamente traumáticos. Paige ha estado toda la mañana tratando de tranquilizarla. Es posible que necesite ayuda profesional.
– ¡Yo no soy la que necesita ayuda profesional! -Gritó Savannah-. Yo no voy corriendo de un lugar a otro tratando de salvar el mundo. Me pregunto qué diría de eso un terapeuta.
– ¿De qué habla? -preguntó Daré.
– Está confundida -respondí.
– ¡No soy yo la que está confundida! Y no me refería sólo a Lucas. Me refería también a ti, Paige. Vosotros dos sí que estáis locos. Locos de remate.
– Discúlpeme -dije y corrí hacia el pasillo.
Cuando llegué al cuarto de Savannah, la puerta se abrió. Ella me lanzó una mirada asesina, luego se dirigió al baño y cerró la puerta con llave. Agarré el pomo y lo sacudí.
– Abre la puerta, Savannah.
– ¿No puedo hacer pis primero? ¿O ahora quieres controlar también eso?
Vacilé y después volví al salón. Daré y su compañera se encontraban sentadas en el sofá, atónitas, y parecían un par de sujetalibros.
– Parece que usted está teniendo algunos problemas con la disciplina -dijo Daré.
Savannah gritó. Yo corrí hacia la puerta del cuarto de baño y mientras lo hacía lancé en voz muy baja un hechizo abrecerraduras. Antes de que tuviera tiempo de girar el pomo, la puerta se abrió de par en par y Savannah salió a trompicones al pasillo.
– ¡Está aquí! -exclamó-. ¡Finalmente! Comenzaba a pensar que nunca llegaría.
– ¿Qué es lo que está aquí? -pregunté y me fui hacia ella-. ¿Cuál es el problema?
– No es ningún problema. -Sonrió-. Estoy sangrando.
– ¿Sangrando? ¿Dónde? ¿Qué ha sucedido?
– Ya sabes. El período. Mi primera menstruación. ¡Está aquí!