– Somos de todas partes -respondió la líder-. Somos misioneras ambulantes, espíritus libres que no están esclavizados por ningún sistema tradicional de creencias. La Diosa nos habla de manera directa y nos envía donde ella lo desea.
– Alabada sea la Diosa -corearon sus compañeras.
– Sí, bueno, eso es muy bonito -dije-. Si bien aprecio su apoyo -Oh, Dios, ¡que por favor salgan de mi jardín antes de que alguien las vea!-, me parece que éste no es el mejor momento para hablar.
– Podríamos volver -propuso la líder.
– ¿De veras podrían hacerlo? Sería maravilloso. ¿Qué les parecería el próximo lunes? ¿Digamos, a las ocho de la mañana?
Recogí las túnicas y comencé a repartirlas y con las prisas estuve a punto de tropezar y caer. Muy pronto las Wiccanas estaban vestidas y se dirigían al portón lateral.
– En realidad -les dije-, creo que sería mejor que salieran por atrás. A través del bosque. Es una caminata maravillosa. Plena naturaleza.
La líder asintió y sonrió.
– Suena estupendo. Haremos eso. Ah, un momento. -Metió la mano en los pliegues de su túnica y me entregó una tarjeta-. Aquí está el número de mi teléfono móvil y mi dirección de correo electrónico, por si deseara ponerse en contacto conmigo antes del lunes.
– De acuerdo. Y gracias.
Abrí la puerta que conducía a los bosques y la sujeté mientras ellas la cruzaban. Justo cuando la última se alejaba, una figura pasó junto a ellas y sujetó la puerta antes de que la cerrara. Leah pasó por ella y giró la cabeza para observar a las Wiccanas que se alejaban.
– Qué amigas tan agradables -dijo-. También brujas, imagino.
– Lárgate de aquí.
– Vaya, por lo visto estás malhumorada. ¿Una semana difícil, quizá?
– ¿Qué quieres?
– He venido -arrancó una rama y la blandió- a desafiarte a un duelo. No, espera, no es eso. He venido a hablar contigo, aunque un duelo sería bastante divertido, ¿no te parece?
– Sal de mi propiedad.
– De lo contrario… -Miró por encima de mi hombro y calló-. Oh, mira quién sigue estando aquí: el bebé Cortez.
Cortez se colocó detrás de mí.
– Esto es incorrecto, Leah.
Ella se echó a reír.
– Ah, eso me gusta. Incorrecto. No sorprendente, descortés o temerario. No, es incorrecto. Tiene una manera especial de usar las palabras, ¿no opinas lo mismo?
– Me has entendido perfectamente bien -dijo Cortez.
– Así es, pero quizá deberíamos explicarlo mejor en beneficio de nuestra amiga, que no pertenece a la Camarilla. Lo que Lucas quiere decir es que mi presencia aquí, sin la compañía de Gabriel Sandford, el hechicero y, por consiguiente, el líder del proyecto, constituye una violación directa de las reglas de compromiso de la Camarilla. -Sonrió-. Ahí lo tienes, casi he hablado como él, ¿no? Entre tú y yo, Paige, estos tipos tienen demasiadas leyes. Dime, Lucas, ¿tu papá sabe que estás aquí?
– Si no lo sabe, estoy seguro de que se enterará, aunque eso no cambiará para nada la situación.
Leah se dirigió a mí.
– En inglés, eso significa que a su papá, Cortez le importa un cuerno… Siempre y cuando su precioso bebé no salga herido. Si crees que estoy loca, deberías conocer a su familia. -Se apoyó un dedo en la sien y lo hizo girar-. Todos locos de remate. Éste corre de aquí para allá como si fuera el último de los caballeros templarios. ¿Y qué hace entonces su papá? Se siente orgulloso de su hijito. El pequeño dirige negocios arriesgados y lucrativos para su propia familia, y su papá no podría sentirse más orgulloso. Tenemos, además, a su madrastra… ¿Se puede llamar a alguien madrastra cuando esa persona se casó con el padre tanto antes como después de la concepción? -Leah se inclinó hacia mí y dijo, en un susurro teatral-: Este nació en el lado equivocado de las sábanas.
– Tengo entendido que el término técnico es «bastardo» -dijo Cortez-. Ahora bien, si ya has terminado…
– Hasta este momento, Lucas, ¿cuál es la recompensa?
– Te estoy pidiendo que te vayas.
– Dame el gusto. ¿De cuánto es? ¿De un millón? ¿Dos? A mí me vendría bien esa clase de dinero.
– No me cabe ninguna duda. Ahora…
– ¿Paige sabe lo de la recompensa? Apuesto a que no. Apuesto a que te olvidaste mencionarle ese detalle, como probablemente te olvidaste también mencionar el porqué. Aquí tienes un dato, Paige. Si alguna vez quieres hacer una fortuna, conversa un poco con Delores Cortez. O con uno de los hermanos de Lucas. Todos están dispuestos a pagar una buena suma para librarse de él. ¿Adivinas por qué?
– Porque mi padre me nombró su heredero -contestó Cortez-. Una estratagema política, como tú bien sabes, Leah, así que por favor deja de tratar de armar bronca. Estoy seguro de que a Paige lo que menos le importa es mi situación personal.
– ¿No te parece que podría molestarle involucrarse tanto con un futuro líder de la Camarilla?
– Estoy seguro de que ella sabe perfectamente que esa coronación jamás tendrá lugar. Aunque mi padre insista en ello, yo no tengo ningún interés en ocupar ese cargo.
– Oh, vamos. Todos hemos visto El padrino. Todos sabemos cómo terminará esta historia.
– Coge tus malditas mentiras y vete -dije-. Nada de lo que dices me interesa.
– ¿Ah, no? ¿Y si te hago un ofrecimiento que no podrás rehusar? -Sonrió y me guiñó un ojo-. A estos tipos de la Camarilla hay que hablarles en un lenguaje que ellos entiendan.
Hubo en Leah algo tan cautivador, tan infantil, que resultaba difícil permanecer de pie frente a ella y recordar lo peligrosa que era. Mientras hacía carantoñas y bromeaba, tuve que repetirme todo el tiempo: «Ésta es la mujer que mató a mi madre».
– Ahora entraré en casa -anuncié.
– Ambos lo haremos -agregó Cortez y apoyó una mano en mi codo.
Leah puso los ojos en blanco.
– Vaya, vaya. No sois nada divertidos. De acuerdo. Entonces me pondré seria. Quiero que hablemos.
Yo me alejé y Cortez me siguió. Cuando estuvimos adentro, cometí el error de mirar por la ventana de la cocina. Leah seguía allí parada blandiendo un teléfono móvil. Vi la luz de una llamada que se encendía en mi teléfono y descolgué.
– ¿Así es mejor? -preguntó ella-. El alcance de un Voló es de aproximadamente quince metros, algo que estoy segura que tú ya sabes, siendo tan inteligente como eres. ¿Qué tal si yo empiezo a caminar hacia atrás y tú me dices cuándo te sientes segura?
Con un golpe colgué el teléfono y traté de serenarme.
– No puedo hacer esto -susurré-. Ella… Ella mató a mi madre.
– Ya lo sé -dijo Cortez y apoyó una mano en mi espalda-. Deja que yo lleve esto.
Un grito brotó del jardín delantero. Tratando de hacerme insensible… entré en el salón y espié por la cortina. Una cámara de vídeo rodó por el jardín como una planta rodadora, y su dueño adolescente corrió dando trompicones tras ella. La docena de curiosos que había observaban y reían. Entonces, voló por los aires el sombrero de una mujer.
– Esa bi… -me mordí el resto de la palabra, di la vuelta y fui a la cocina-. ¿Quiere que hablemos? Pues bien, hablaremos. Saldré y le demostraré que no me asusta.
– No -dijo la voz serena de Savannah detrás de nosotros-. Deja que entre. Demuéstrale que realmente no nos asusta.
Dejamos entrar a Leah. Tal como dijo Cortez, en casa no podía causar más daño del que causaría afuera. Triste pero verdadero. Si Leah quería matarnos, tenía un radio de quince metros en el que actuar. Ninguna pared podía detenerla. Lo único que todos podíamos hacer era estar alerta.
– Tiene algo que la delata -le dije a Cortez-. Cada vez que está a punto de mover algo, se le nota. Trata de estar atento a los tics, las sacudidas, los movimientos repentinos… cualquier cosa.