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– Tiene sentido. Admito que me vendría bien incrementar mi práctica de lanzar hechizos en situaciones adversas. ¿Qué piensas de…?

Un silbido estridente lo hizo callar. Frunció el entrecejo y miró en dirección al sonido, a través del pasillo que conducía a la cocina y hacia el contestador automático que estaba sobre la mesa.

– Parece que tu contestador, abrumado por la sobrecarga de trabajo, se ha dado por vencido -dijo.

Cuando la máquina volvió a silbar me puse de pie.

– No es el contestador.

Fui a la cocina y aumenté el volumen.

– ¡Paige! ¡Levanta el auricular! -Los gritos de Adam resonaron por toda la cocina-. Si no contestas voy a pensar en lo peor y tomaré el próximo vuelo…

Descolgué.

– Buena excusa. Estoy segura de que puedes adivinar perfectamente por qué no estoy contestando el teléfono.

– Porque estás abrumada y escasa de personal o de amigos.

– ¿Escasa de amigos?

– Que te falta el apoyo de los amigos… Debería haber una palabra para expresar eso. Lo cierto es que te vendría bien mi ayuda.

– Y para ello, ¿qué tendría que hacer, contestar el teléfono? -Cubrí el micrófono y me giré hacia Cortez, que todavía estaba en el salón-. Lo siento, pero tengo que contestar esta llamada. Estaré de vuelta contigo en un par de minutos.

Llevé el teléfono a mi dormitorio y le conté a Adam lo que estaba sucediendo, pero no le hablé de los Manuales. Si lo hubiera hecho, puedo imaginarme cuál habría sido su respuesta. Yo le habría dicho que era posible que finalmente hubiera descubierto los secretos de la auténtica magia de brujas, y entonces él me diría algo como «Vaya, qué fantástico, Paige… Ah, eso me recuerda que yo por fin he conseguido que mi jeep dejara de hacer ese ruidito tan molesto». Adam es un gran tipo y un amigo maravilloso, pero hay cosas en mi vida que él, sencillamente, no comprende.

Charlamos hasta que oí, desde lejos, el reloj del horno.

– Caramba -dije-. He perdido la noción del tiempo. La cena está lista, así que debo cortar.

– ¿Seguro que no me necesitas?

– Seguro. Y no trates de llamar a casa; me comunicaré contigo para darte las novedades en cuanto pueda.

Puse punto final a la conversación y me dirigí al pasillo. La voz de Savannah flotó desde la cocina:

– … sólo amigos. Buenos amigos, pero eso es todo.

Oí el ruido de la puerta del horno que se cerraba. Al entrar vi que Cortez sacaba la lasaña mientras Savannah lo observaba apoyada en la mesa.

– ¿Lo estás supervisando? -pregunté.

– Alguien tiene que hacerlo -sonrió ella.

– Ya que estás ahí, saca los platos. -Mi incliné para apagar el horno-. Yo me haré cargo a partir de ahora. Gracias.

Cortez asintió.

– Yo lavaré los platos.

Savannah lo observó alejarse y después se puso de pie de un salto y se me acercó.

– Me estaba haciendo preguntas acerca de Adam -anunció en un susurro teatral.

Le quité el papel metálico a la lasaña.

– ¿Hmmm?

– Lucas me estaba preguntando acerca de Adam. De ti y Adam. Yo vine, tú no estabas y él me dijo que estabas hablando por teléfono, así que miré la pantalla de mi teléfono y le dije que era Adam. Entonces añadí que tardarías un rato porque soléis tener conversaciones interminables, y entonces él dijo: «Oh, así que son realmente muy amigos», o algo así.

– Aja. -Hice un pequeño corte en el medio de la lasaña para estar segura de que estaba bien cocida-. Creo que la lechuga ya estará seca, pero ¿podrías echarle un vistazo?

– Paige, te estoy hablando a ti.

– Ya te he oído. Lucas preguntó si Adam era amigo mío.

– No, no preguntó si era un amigo. Bueno, sí, lo hizo, pero lo que quiso decir fue, ya sabes, si Adam era un amigo. No solamente estaba preguntando, estaba preguntando, ¿entiendes?

Fruncí el entrecejo y la miré por encima del hombro. Cortez entró en la cocina. Savannah me miró, levantó las manos y se dirigió al baño.

– ¿Cambios de humor? -preguntó Cortez.

– Mala comunicación. Te juro que las chicas de trece años hablan un lenguaje que ningún lingüista ha logrado descifrar jamás. Recuerdo algo de ese lenguaje, pero nunca conseguí decodificar conversaciones enteras. ¿Tomarás vino con la cena? ¿O es demasiado arriesgado?

– Algo de vino sería maravilloso.

– Sí tú bajas las copas del estante que está sobre la cocina, yo bajaré a buscar una botella.

Después de la cena, mientras Cortez y Savannah quitaban la mesa, yo me cambié de ropa. Recoger enebro requería salir a buscarlo en el bosque, así que me cambié la falda por el único par de vaqueros que tenía. Con una madre modista, crecí adorando las telas -el lujurioso crujido de la seda, la calidez cómoda de la lana, el tacto suave del lino- y jamás entendí el atractivo de los vaqueros acartonados y del algodón sin cuerpo de las camisetas. A menos, desde luego, que el plan de salida incluyese recorrer el bosque en busca de ingredientes para un hechizo. Finalmente, opté por dejarme puesta la blusa de seda de manga corta y echarme encima un abrigo.

Una vez vestida, fui al salón y aparté un poco la cortina para ver si la cantidad de gente seguía siendo suficientemente reducida como para una huida fácil. Pero no pude ver nada porque la ventana estaba tapada con papel.

– Bueno, entonces yo tampoco quiero veros a vosotros -murmuré.

Estaba a punto de dejar caer la cortina en su lugar cuando vi algo escrito en las hojas de papel. No, no escrito sino impreso. Eran periódicos. Alguien había recortado artículos sobre mi persona y después los había pegado sobre el cristal de la ventana del frente de casa.

Había decenas de artículos, recortados no sólo de los periódicos sensacionalistas sino también de revistas aparecidas en Internet y periódicos comunes y corrientes. La prensa amarilla era la que tenía titulares más truculentos: Abogado asesinado en un horripilante rito satánico; Cuerpos mutilados vuelven a la vida. Los artículos de Internet eran más sobrios pero al mismo tiempo más desagradables, menos preocupados por la amenaza de ser acusados de difamación:

Bebé secuestrado es brutalmente asesinado en una misa de magia negra; El culto a los zombies provoca un infierno en las funerarias de Massachusetts.

Pero las voces más inquietantes eran, sin embargo, las aparentemente más tranquilas, los titulares lúgubres y casi asépticos de la prensa normaclass="underline" Homicidio vinculado a acusaciones de brujería; Los familiares alegan la presencia de cadáveres resucitados. Revisé el nombre de los periódicos en los que habían aparecido los artículos: The Boston Globe, The New York Times, incluso The Washington Post. No eran noticias de primera plana, pero un poco más atrás aparecía mi historia, y mi nombre, salpicado en las publicaciones de los medios más importantes de la nación.

– Todavía están afuera. -Cortez me arrancó la cortina de la mano y la dejó caer, ocultando de mi vista los papeles-. No son muchos, pero no te recomiendo que saquemos el coche. Seguramente los Nast han asignado a alguien para que vigilara la casa, y no queremos que ellos nos sigan.

– Decididamente no.

– Puesto que debemos pasar por la casa de Margaret Levine, te sugiero que caminemos hasta allí, lo hagamos a través del bosque y nos llevemos prestado su coche.

– Si es que nos lo presta. ¿Y qué hay de tu coche alquilado… o de tu motocicleta? La dejamos en la funeraria. Habría qué llamar a un remolque y…

– Ya lo he hecho.

– Bien. ¿La llevaron a un lugar seguro?

El dudó un momento y luego dijo:

– Yo no estaba allí cuando llegaron. ¿Podrías avisar a Savannah? Llamé a su puerta, pero tiene la música a todo volumen no me debe de haber oído, y no me animé a entrar.