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– ¿Un hechicero? ¿En la ciudad? -preguntó Therese, aterrada.

Victoria entrecerró los ojos.

– Él no está todavía en la ciudad, ¿verdad que no?

– Que yo sepa, Kristof Nast se encuentra aún en Los Ángeles -respondí y decidí no complicar más la situación mencionándoles a Sandford-. Yo me ocuparé de la acusación de brujería y del desafío por la custodia.

Therese asintió.

– Tienes que manejar la situación adecuadamente, querida. Consigue un abogado. Los Cary son excelentes.

¿Meter a un abogado humano en este lío? No me parece oportuno. Un momento: a lo mejor no es tan descabellado después de todo.

Acababa de darme una idea.

La belleza de la ciencia

Una vez que la puerta de la calles se cerró tras las Hermanas Mayores, lancé de nuevo hechizos de cerrojo y los perimetrales; después, cogí el listín telefónico. En ese momento entró Savannah.

– De modo que realmente hay una batalla por la custodia, ¿no? -dijo mientras se dejaba caer en el sofá.

– Creí que lo sabías.

– Cuando dijiste que Leah quería mi custodia, supuse que ella sólo quería que tú me entregaras.

– No importa. Ellos no tienen argumentos de peso…

– ¿Así que Leah ha conseguido un abogado y todo? ¿Qué es él? Apuesto a que se trata de un hechicero.

– Sí, pero no tienes por qué preocuparte.

– A mí no me asusta ningún hechicero. Ni ningún abogado. ¿Sabes una cosa? Deberíamos contratar uno.

– Justamente estaba pensando en llamar al señor Cary.

– Me refería a un abogado hechicero. Realmente son muy buenos en lo suyo. Los mejores abogados son hechiceros. Bueno, hasta que envejecen y se transforman en políticos. Eso era lo que decía siempre mamá.

Esa conversación podría ser el principio perfecto para seguir indagando en la paternidad de Savannah, bastaba con preguntarle algo parecido a «¿tu madre conocía a muchos hechiceros?». Por supuesto no se lo pregunté. Jamás pregunto nada acerca de Eve. Si a Savannah le apetecía decírmelo, ya lo haría.

– Las brujas no suelen trabajar con hechiceros -dije.

– Oh, por favor, eso solo sirve para las brujas del Aquelarre. Una bruja auténtica trabaja con cualquiera capaz de ayudarla. Un abogado hechicero podría sernos muy útil, siempre y cuando lo eligiéramos cuidadosamente. La mayoría son verdaderos imbéciles y no quieren tener nada que ver con brujas, pero mamá conocía a algunos que sí llevarían un caso como éste si les pagáramos lo suficiente.

– Yo no pienso contratar a un hechicero. Prefiero un abogado humano.

– No seas estúpida, Paige. No puedes…

– ¿Por qué no puedo? Ellos no se lo esperan. Si tomo un abogado humano, Leah tendrá que llevar adelante su recurso de manera exclusivamente legal. Si quieren acogerse a las leyes de los humanos, que lo hagan. Les seguiré el juego.

Ella se recostó en los cojines del sofá.

– Tal vez esa idea no sea tan estúpida como parece.

– Me alegra que la apruebes.

¡

* * *

La mañana del viernes arrancó con una sensación muy familiar. Una vez más, decidí mantener a Savannah en casa, fuera del colegio, cogí sus libros y sus deberes, la llevé a casa de Abby y después me fui al bufete de Cary para otra reunión a las diez en punto.

Esta vez la reunión era con Grant Cary hijo. Sí, elegí a Grant hijo. A pesar de los recelos que me provocaba su conducta moral, era un buen abogado. Y me conocía… Bueno, no tan bien como él quisiera, pero lo suficientemente bien. Cuando hablé con él por teléfono el día anterior, pareció interesarse en el caso. Concertamos encontrarnos a las diez y entrevistarnos con Leah y Sandford a las once.

* * *

Ya llevaba veinte minutos sentada en la oficina de Cary, mirando por el enorme ventanal que había detrás de su escritorio mientras él leía los papeles que le había llevado. Hasta el momento todo había salido sobre ruedas. Aparte de quedarse mirando mis tetas, no había hecho ninguna otra cosa inadecuada. Creo que tal vez me había mostrado demasiado severa con él. No sé por qué, pero suelo atraer a los tipos como Cary, casados y de cuarenta y tantos, hombres que deben verme no como una belleza despampanante, pero sí como una mujer joven capaz de disfrutar y de apreciar las atenciones de un hombre maduro.

Por lo que yo intuía de Grantham Cary II, lo más probable era que tuviera un lío con cada mujer que conocía. Era el clásico muchacho norteamericano de 1975, la estrella más brillante de la ciudad, todas las chicas babeaban si él se dignaba siquiera mirarlas. Avanza directo al siglo XXI Su partido semanal de golf ya no logra compensar su falta de aventuras amorosas, últimamente tiene que peinarse de una manera especial para cubrir su calva incipiente, entrecierra los ojos para no tener que usar los bifocales que esconde en el cajón de su escritorio, y pasa sus días en una oficina llena de trofeos deportivos pertenecientes a décadas pasadas. Todavía atractivo, pero más codiciado por su cuenta bancaria que por sus bíceps.

– Muy bien -dijo Cary al pasar la última página-. Esto es, ciertamente, bastante inusual.

– Yo… Bueno, puedo explicarlo -dije… ¿realmente podía hacerlo?

– Deja que adivine -me interrumpió Cary-. En realidad tú no eres una bruja, simplemente es una estratagema para obtener la custodia de Savannah con el recurso de sacar a relucir un elemento incómodo del pasado de East Falls y aprovechar la paranoia histórica de esta región de Nueva Inglaterra.

– Sí, claro -respondí-. Algo así.

Cary se echó a reír.

– No te preocupes, Paige, es un plan muy transparente, imaginado por personas sin mucha idea del Massachussets actual. Dices que ese tal Kristof Nast no tiene ninguna prueba de que es el padre de Savannah. Pero supongo que estará dispuesto a someterse a un análisis de ADN, ¿no?

– ¿ADN?

– Su palabra no es suficiente en este asunto.

Por supuesto que no. Éste era un tribunal humano, que se regía por reglas humanas. Cualquier sobrenatural sabía que no podíamos correr el riesgo de que los humanos estudiaran nuestro ADN, pero para un juez era una prueba tan común que rehusar someterse a ella equivaldría a reconocer que se trataba de un fraude.

– Él no querrá someterse a una prueba de ADN -dije.

Cary levantó las cejas.

– ¿Estás segura de lo que acabas de decirme?

– Absolutamente -respondí y sonreí-. ¿Eso es bueno?

Cary se echó hacia atrás en su sillón y se rió.

– Es mejor que bueno. Es maravilloso, Paige. Si el cliente de Sandford se niega a someterse a una prueba de ADN, no tiene ninguna posibilidad de ganar el juicio. Me ocuparé de que así sea.

– Gracias.

– No me agradezcas nada todavía -dijo él-. Aún no has visto la cuenta de mis honorarios.

Soltó una sonora carcajada tras su gastada broma y, como yo me sentía de buen humor, también me eché a reír. Pasamos los siguientes treinta minutos discutiendo el caso. Después nos preparamos para la reunión que mantendríamos con Leah y Sandford. No les había dicho que Cary me representaría. Ellos creían que tendrían una conversación privada solamente conmigo.

Me encantan las sorpresas.

Me encontraba sola en la sala de reuniones, cuando Lacey hizo pasar a Sandford y a Leah a las once en punto. Cary había aceptado esperar algunos minutos antes de reunirse con nosotros.

Leah entró casi dando saltos, con la excitación de un niño nervioso el día de Navidad. Sandford la seguía mientras intentaba disimular -sin conseguirlo- su sonrisa de autosuficiencia.

– ¿Habéis traído los papeles? -pregunté impostando un cierto temblor de voz.

– Desde luego. -Sandford me los deslizó desde el otro lado de la mesa.