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– ¿Hay algo malo en ello?

– No me gusta que hables con otros hombres de nosotros, especialmente a tus antiguos enamorados.

– Mira, Teddy, no quiero ocultarte nada y tampoco quiero que tú ocultes nada de mí. Nunca. No dejemos que haya sombras en nuestra vida que pudieran salir a la luz algún día aciago. ¿Qué te parece si esta noche, en lugar de hablar sobre el presupuesto y toda esta aburrida cuestión, por qué no te hablo de todos aquéllos con quienes he estado y tú me cuentas…?

– No quiero oír hablar de ellos -interrumpió Teddy.

– Quiero que confíes en mí y si sabes exactamente el…

– ¡No quiero oír hablar de todo eso!

– Bueno -dijo Ethel- si es así como quieres que sigamos.

– Lo quiero.

– Pero no es «todo eso». Realmente no lo es, del modo que tú lo has dicho: «Todo eso.»

– Ahora somos felices. No hurguemos en el asunto.

– De acuerdo.

– Y no recibas más cartas, y si las recibes, no las dejes tiradas por ahí para que yo las lea.

– Yo no la dejé tirada para que tú la leyeras.

– Claro que lo hiciste. Te gusta fastidiarme de ese modo. Es uno de tus condenados trucos. No lo hagas más. No me gusta. No es gracioso ni divertido y no lo quiero. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

– Si pusieras papel de aluminio debajo de la carne te ahorrarías ese trabajo.

– De acuerdo. Ahora quiero pedirte algo.

– ¿Qué?

– No quiero que me llames Kitten nunca más. Y tampoco Kit.

– ¿Lo hago?

– Casi siempre. Olvidémoslo, ¿quieres?

– De acuerdo. Comencemos de nuevo.

Cuando Ethel terminó de lavar los platos, Teddy estaba en la cama, apoyado en todos los cojines, una libreta multicopista en el regazo -estaba utilizando el dorso de las páginas del curriculum- y un bolígrafo de punta fina en la mano.

– ¿Quieres café? -le preguntó Ethel.

– Después no me deja dormir. Prepara un poco de Sanka [17] para los dos.

– Es caro -dijo ella.

– Menos que el café. Vamos, ven aquí conmigo.

Ethel se sentó al borde de la cama sin desnudarse.

– Hace tiempo que quería hablar de todo esto -dijo Teddy.

– Ya lo sé.

– No es una cuestión aburrida, como tú has dicho, y tampoco es un ataque contra ti. ¿Vas a meterte en la cama?

– Yo no me lo tomo de esa manera, como un ataque. Quiero solucionar nuestros problemas de dinero tanto como tú.

Ethel fue al cuarto de baño y se desnudó, excepto las bragas.

A él le excitaba quitárselas. Dejó encendida la luz del cuarto de baño y la puerta abierta algunos centímetros -un arreglo que ella había hecho entre la preferencia de Teddy por hacer el amor en la oscuridad y el placer que ella sentía al mirar su rostro cuando él culminaba su placer sexual.

Ethel se metió en la cama y lo observó mientras él trabajaba en sus números.

Entonces algunos ruidos provenientes de arriba la distrajeron.

– Escucha a esos ahí arriba -dijo Ethel-. Ese hombre ya está de nuevo metido en el asunto.

– ¿Y quién es ése? ¿Lo sabes?

– He leído su nombre en la lista junto a los botones de los timbres abajo. Jack no sé qué más.

– Probablemente Rabbit. [18] ¿Lo has visto alguna vez?

– Creo que sí. Es un tipo pequeño y flaco. Calvo como una bola de billar. No alzará más del metro sesenta.

– Ya lo he visto. Sí, seguro que es él.

– ¿Notaste sus manos? Tiene unas manos enormes.

– Eso ya es superstición sobre las manos.

– No las manos, los pulgares. Y la nariz. La nariz, sí es grande…

– Yo tengo una nariz grande y unas manos pequeñas, así que, ¿en qué me convierte eso?

– Algunas veces es grande, y otras es pequeña.

– Ya está bien, mira estos números, ¿quieres?

Los números cubrían una página.

– ¿No podríamos hacer esto por la mañana? -preguntó Ethel.

– Eso mismo dijimos la semana pasada, y comenzamos a juguetear y…

– Hagamos eso otra vez.

– Y ya era prácticamente de día cuando nos dormimos. Y después vino el domingo por la tarde y…

– Había dos partidos de fútbol…

– De modo que tampoco pensamos mucho ni buscamos un apartamento… No hagas eso.

– Sólo la sostengo.

– Y así comienza todo. No lo hagas. Esta noche veamos estos números y así terminamos con ello. Tenemos que hacerlo, estoy preocupado.

– Y estás furioso. ¿Qué te ha puesto casado… quiero decir… -se echó a reír- quería decir, qué te ha puesto furioso? [19] ¿La carta de Ernie?

– No. Pon atención. No, no estoy furioso. Quiero que pongas atención. Aquí. Mira esta página.

– Escucha a ésos ahí arriba.

A través del techo llegaba el ruido de persecuciones y juegos, murmullos y risas.

– Has de admitir -dijo Ethel- que es un hombrecito gracioso, aunque sea calvo y lleve lentes. Me gustaría saber a quién se ha traído hoy.

Su voz expresaba un dejo de admiración, pensó Teddy.

– Por lo visto siempre es una mujer distinta -dijo Teddy-. Algunas chillan, algunas gruñen y algunas gritan.

– Y algunas le devoran «gluc, gluc, gluc» -dijo Ethel-. ¡Ese bribonzuelo!

– Bueno, ahora veamos, pon atención -dijo Teddy -. En esta hoja, aquí… ¡Mira! No, no es ésa. Aquí. Mi paga en la base es de cuatrocientos cincuenta dólares con sesenta centavos. Tu paga es de cuatrocientos diecisiete dólares y treinta centavos.

– Me gustaría espiarlos -dijo Ethel-. ¿No te gustaría a ti?

– No. Esta cifra es nuestra asignación básica para alojamiento, noventa y nueve con treinta cada uno, lo que suma, para los dos a ciento noventa y ocho con sesenta. ¿Vas entendiendo hasta aquí?

– Es una bonita cifra de dinero.

– ¡Dios mío!

– ¿Qué pasa?

– Que no lo es. Tú no tienes ni idea del dinero que necesitamos para vivir.

– Pues dímelo.

– A eso voy. Me gustaría que ese tío disparara ya su carga y terminase de una vez.

– Sí, pero comienza de nuevo, como hizo la otra noche, al cabo de media hora.

– Bueno, eso por lo menos nos daría media hora de tiempo -dijo Teddy-. Sigamos.

– Por qué no esperamos hasta que él haya terminado y entonces…

– Debe de ser alguna especie de monstruo sexual. A lo mejor tiene unas gemelas ahí arriba. A lo mejor son dos chicas. Mira, ¿quieres mirar de una vez?

– ¿Qué es esto? ¿Qué significa COMRATS? ¿Es un animal?

– No sé lo que quiere decir, quizás asignación de subsistencia.

Cada uno de nosotros tenemos dos dólares y setenta y cinco centavos al día, que para treinta días del mes suma setenta y nueve con cincuenta por dos.

– ¿Por qué, por dos?

– Porque somos dos. Estás tú y estoy yo. Y esto suma dos. No estás poniendo ninguna atención.

– Teddy, ¿nosotros también hacemos ese ruido?

– Espero que no. Parece como si él le estuviera haciendo daño.

– Yo no creo que él le haga daño.

Tumbados de espaldas, uno al lado del otro, ambos miraban al techo. Teddy cogió de nuevo su papel.

– Ahora voy a sumar -señaló -. Suma, como ves, mil doscientos veinticinco dólares y cincuenta centavos.

– ¿Al mes? Esto es mucho dinero.

– Nena, del dinero tú sabes muy poco.

– He gastado dinero durante toda mi vida, así que algo debo conocer sobre ese tema.

– ¡Exactamente! Sabes cómo gastarlo. Pero ahora vas a tener que ahorrarlo, que es algo muy distinto. Esta hoja, ahora, son nuestros gastos. El alquiler que pagamos por esta caja de paredes y techo de papel es de dieciocho dólares y sesenta centavos por treinta, que suma, con impuestos y extras de todas clases incluyendo esta maldita televisión que no funciona y donde siempre está nevando, casi seiscientos dólares de nuestros mil doscientos veinticinco, sólo para eso.

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[17] Café descafeinado. (Nota del Traductor.)

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[18] Conejo. (Nota del Traductor.)

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[19] Juego de palabras: to be married, estar casado. To he mad, estar furioso o loco. (Nota del Traductor.)