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Fred ya no tiene el ridículo perfil de ornitorrinco de cuando se llamaba Jan van Dongen. El terror a que su nariz lo delatara a la Interpol, lo decidió por fin a someterse a aquella operación cuya sola idea, le provocaba disneas y taquicardias. Ahora puede hacer el amor sin antifaz. Ahora puede tocar la flauta aunque lo estén mirando. Ha perdido el miedo escénico que frustrara su vocación juvenil por la música.

A Cuba había regresado para Navidades, después de dos años de ausencia. Y el 28 de diciembre tuvo la mayor alegría de ese año. ¡Carmen no lo había olvidado! Lo seguía queriendo. Y sí sí, con un inefable brillo de felicidad en los ojos, se declaró dispuesta a seguirlo hasta el fin del mundo.

Muy en breve, Jan le contó la historia de las dos maletas que comprara iguales; de los 30 000 dólares en billetes de 100, que había invertido para usarlos como tapa de los 300 fajos falsos; y del hueco que preparara en el maletero del carro para esconder allí su fraude. Todo lo había preparado en 48 horas, cuando se dio cuenta de que muerto Rieks, también él se quedaría en la calle.

Carmen se enteró, por fin, de su periplo final a través de México, los EE.UU., Alemania, donde se hiciera operar y comprara sus nuevos documentos, que hoy lo acreditan inobjetablemente como Alfred Werner.

Mucho recordaría después aquel crepúsculo del reencuentro con Carmen, en el Hotel Nacional. La lujuria del aire que entraba por su ventana del cuarto piso en aquella loca ciudad de su adoración; la vista del Malecón sinuoso; el ron vespertino, aquellos añorados labios gordos… Asomado al júbilo de sus ojos chinos, o sumergido entre sus muslos el sticos y calientes, tuvo la certeza de estar viviendo, sin posibilidad de hipérbole ni olvido, el día más feliz de su vida.

Cuando le contó a Carmen que se había pellizcado un par de veces para asegurarse de que no soñaba, ella creyó que se burlaba. Pero era verdad. l no acababa de convencerse. ¿De modo que ya nunca más estaría solo? ¿Así que ahora, abrazado de su cintura, en los paradisíacos Mares del Sur, podría dedicar el resto de su vida a pintar, tocar la flauta, leer…?

Sí, tanta bienaventuranza le parecía irreal. Y volvió a darse un pellizcón. Y ella estalló en carcajadas.

Fred Werner, acaba de regresar a Bali. El viaje a La Habana lo ha exonerado de los débiles y últimos remanentes de su mala conciencia.

La policía cubana confirmó, en efecto, que Hendryck Groote había muerto por incrustarse una punta de hierro en el bulbo raquídeo. Y como aparecieran huellas de su sangre en el piso de la sala, los técnicos detectaron, en el cantero de la planta que adornaba un rincón, la punta lanceolada que Groote se ensartara en la nuca. Una vez localizada, a nadie cupo dudas de que aquella lanza había sido la causante de la muerte. Y según llegó a oídos de Carmen, que fuera sometida a varios interrogatorios, los técnicos quedaron convencidos de que la muerte fue producto de una caída. El ngulo con que aquella lanza penetrara en la región occipital, muy difícilmente podría deberse a una agresión manual, deliberada. Nadie que hubiera escogido matarlo golpe ndole la nuca contra aquellos hierros, le habría provocado el ngulo tan sesgado que presentaba la herida del occiso.

Uno de los detectives cubanos que tenía cierta amistad con un pariente de Carmen, suponía que Van Dongen lo halló muerto, congeló el cadáver, y luego fraguó el secuestro. Y Carmen jamás sospechó de Jan. Lo lloró mucho y llegó a sentirse traicionada por su fuga, sin despedida; pero nunca tuvo dudas de su lealtad a Groote. Y Jan no era un asesino.

Ya Fred Werner pueda estar tranquilo: sabe que Víctor no fue culpable del crimen. Nunca habría asesinado a quien lo protegía y defendía sus propios intereses. Y por el delito menor de fraguar un secuestro con miras de sacarle dinero a la familia Groote, Jan no lo condenaba. más bien lo aplaudía. Pero eso sí, por desaparecer y echarse todas las culpas, el antiguo Van Dongen decidió cobrarle a Víctor los tres millones del rescate.

Aquella tarde del regreso, desde un templete de piedra verdosa a la vera de un camino, la diosa Pârvatí dedica a Carmen una sonrisa de bienvenida.

Pero Carmen ya no se llama Carmen y desde hace dos meses, estudia intensamente inglés y se ha olvidado del español. Ahora se llama Zaratu, "la que vuelve a nacer", en lengua yorubá.

Zaratu es oriunda de una etnia africana y chapurrea un poco de inglés. Ni siquiera en la cama habla ya el español. Y aunque su inglés todavía es pésimo, cuando le dice ternezas de alcoba con su voz ronca, Fred Werner respira hondo, la huele, la bebe, se emborracha de hembra, puros y ron.

Sí, carajo. Ya era hora de que cambiara su suerte. Por fin le ha tocado ganar en la vida.

44

En cuanto a Alicia, tras haber sufrido una gran decepción con Fernando, sigue batallando. El supuesto heredero, hombre de negocios de gran futuro, resultó ser un mitómano insolvente, un pobre diablo que la puso a vivir en condiciones indignas, muy por debajo de sus esperanzas. Pero como mujer emprendedora, dispuesta a timonear su propio destino, Alicia permaneció con Fernando sólo trece días.

Como amante de un tal Gamboa, rico industrial, su vida ha dado un salto cualitativo. Sus cosas van mejorando día a día.

Dispone de un pisito elegante en la calle Corrientes, y sobre todo, de algo que ella considera muy valioso y a lo que espera sacarle un gran partido… Ha conseguido una invitación permanente en un elegante club de equitación de San Isidro, donde acaba de inaugurar, para asombro de muchos, un estilo que está causando sensación. Usa los estribos extremadamente cortos, y en vez de valerse de la clásica inmovilidad corporal que caracteriza la hípica más canónica, Alicia, ¡caribeña, al fin! no puede dejar de imprimir a sus nalgas de amazona un cierto movimiento rotatorio, que le ha valido ya nuevas e interesantes propuestas…

Y gracias a un accidente absolutamente casual, ocurrido en un bosquecillo aledaño, por culpa de un estribo que se le desprendió inexplicablemente, también ella está a punto de lograr sus sueños.

De aquel accidente regresó a su pisito de la calle Corrientes, acompañada de un quincuagenario dueño de una cadena de supermercados y de tres mil hectáreas de campo en la Provincia de Santa Fe.

Casualmente, Margarita había preparado ese día un arroz a la cubana, que el salvador de su niña tuvo que probar, además de un par de daiquirís.

El millonario ha vuelto cada vez con mayor frecuencia, a interesarse gentilmente por la salud de Alicia. Y tuvo la delicadeza de enviarles un aire acondicionado, pues el de la alcoba de Alicia se había roto casualmente el día en que él recibía allí su primera clase de baile horizontal.

El hombre, a duras penas consiguió que Alicia le aceptara el ofrecimiento. Ella se molestó mucho. Era una inmigrante, no tenía donde caerse muerta, pero no aceptaba regalo de los hombres. En fin, a ella un tipo le gustaba y se lo dormía, pero se preocupaba mucho por su dignidad, por su imagen. Bueno, sí, claro, al final, por no herirlo, se dejó convencer y aceptó el regalo.

Tal como van sus cosas, Alicia vaticina que en pocos días volverá loco al millonario. Hasta ahora sólo le ha enseñado el danzón y el chachachá, y el tipo está completamente arrebatado, planeando divorciarse. Cuando le haya enseñado los meneos del son y del mambo, si la suerte la acompaña un poquitico, habrá logrado en Buenos Aires, gracias a los estribos, lo que no consiguió con los pedales en La Habana.