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En el Club World todos parecían cómodos y agradecidos de estar allí menos Luke, que tenía cara de desagrado. Volaría en primera clase a Los Angeles, donde lo esperaría un chofer uniformado que iba a llevarlo en una limousine o un auto hasta el Pinnacle Trumont en Avenue of the Stars. No era nada extraordinario viajar en primera. En el mundo de la poesía nadie pensaba “qué bueno que viajo en primera”. Eso no se discutía, era parte del reglamento. Viajar en primera era un negocio como todo lo demás.

Luke estaba tenso, muy exigido. Cifraba muchas cosas en “Soneto”. Si “Soneto” no tenía éxito, ya no podría seguir en el departamento ni con su novia. Lo de Suki lo superaría pronto. Pero no el hecho de no poder mantenerla ni pagar ese alquiler. En realidad el arreglo por “Soneto” no era para tanto. Luke estaba furioso con Mike excepto el agregado de una cláusula sobre posibles comercializaciones de la obra, por ejemplo juguetes o remeras, y una cierta reducción de impuestos que logró. Y Joe…

Llama Joe:

– Realmente creemos que “Soneto” va a anclar, Luke. Jeff piensa lo mismo. Acaba de entrar. ¡Jeff! Estoy hablando con Luke. ¿Quieres decirle algo? ¡Luke!, Luke, ahí viene Jeff. Quiere decirte algo sobre “Soneto”.

– ¿Luke? -dice Jeff-. Soy Jeff. ¿Luke? Es usted un escritor muy talentoso. Es fantástico trabajar en “Soneto” con usted. Le doy con Joe.

– Era Jeff -dice Joe-. Está enloquecido con “Soneto”.

– ¿Y de qué tenemos que hablar? -pregunta Luke-. A grandes rasgos.

– ¿Con respecto a “Soneto”? Bien, el único problema con “Soneto”, Luke, por lo que yo veo, en todo caso, y estoy seguro de que en esto Jeff coincide conmigo, ¿verdad, Jeff?, y también Jim, justamente… es la forma.

Luke se quedó mudo unos instantes. Después dijo:

– ¿Te refieres a la forma en que está escrito “Soneto”?

– Eso es, Luke, la forma de soneto.

Luke esperó hasta el último llamado, y finalmente lo llevaron, con mucha cortesía que no devolvió, a la puerta delantera del avión.

“Estimado señor Sixsmith”, escribió Alistair,

“El otro día estaba revisando mis archivos, y recordé vagamente que le había enviado un trabajito titulado Ofensiva desde Quasar 13… hará cosa de siete meses o un poco más. ¿Debo entender que no le interesa? Podría mandarle otro… o dos que he terminado últimamente. Espero que se encuentre bien. Muchas gracias por el estímulo que me brindó en el pasado. “No hace falta que diga cuánto admiro su obra. Tan austera, tan profunda. ¿Cuándo saldrá su próximo ‘pequeño volumen’?”

Despachó esta carta con tristeza un húmedo domingo en Leeds. Esperaba que el sello del correo diera cuenta de su actividad y su garra.

En realidad se sentía mucho más firme ahora. Había pasado por un período de cinco semanas en que, percibía, estuvo clínicamente loco. Esa carta a Sixsmith era una entre varias docenas que había escrito. También había tomado la costumbre de merodear alrededor de las oficinas de Holborn en Little Magazine: se quedaba horas sentado en los bares y sandwicherías de la acera de enfrente, con la vaga intención de saltar y cortarle el paso a Sixsmith si lo veía alguna vez, cosa que nunca sucedió. Comenzó a preguntarse si Sixsmith existiría realmente. ¿No sería un actor, un fantasma, una curiosa ficción? Alistair llamó a números telefónicos de LM tomados de guías telefónicas especiales. Respondieron diversas personas, pero nadie sabía dónde estaba ninguna de las personas por las que les preguntaban y sólo alguna vez conectaron a Alistair con un ataque de tos que parecía permanente en el otro extremo de la línea. Entonces colgaba. No podía dormir, o creía que no podía dormir, Hazel le decía que se pasaba la noche gimiendo y rechinando los dientes.

Alistair esperó casi dos meses. Después mandó tres nuevos guiones. Uno era sobre un hombre que abandona su temprana jubilación cuando su mujer muere a manos de un asesino en serie. Otro sobre la infiltración de las tres Gorgonas de una agencia de seguridad en la Nueva York de hoy. El tercero era un musical heavy metal en la Isla de Skye. Envió un sobre con respuesta paga del tamaño de una mochila pequeña.

Ese invierno fue inusitadamente templado.

– ¿Desea algo de beber antes de la comida? ¿Un capuccino? ¿Agua mineral? ¿Una copa de Sauvignon blanco?

– Un espresso descafeinado doble -dijo Luke-. Gracias.

– A usted.

– Bueno, bueno… -dijo Luke después que todos pidieron lo que querían-, ya no me dicen simplemente “de nada” sino que me agradecen ellos a mí.

Los demás sonrieron pacientemente. Estos comentarios tenían que ver con una cuestión de jerarquías: Luke, a pesar de su aspecto y su acento, era inglés. Estaban sentados en la terraza de Bubo's: Joe, Jeff, Jim.

– ¿Cómo anduvo la “Égloga junto a un portón de rejas”?

– ¿Aquí, en el país? -Miró a Jim, a Jeff-. Más o menos… ¿mil quinientos?

– ¿Y en todo el mundo? -preguntó Luke.

– No fue a todo el mundo.

– ¿Y “Cuervo negro en la lluvia”?

Joe hizo un gesto negativo.

– Ni siquiera vendió lo mismo que “Ovejas en la niebla”.

– No hacen más que nuevas versiones de cosas antiguas -dijo Jim-. Bodrios de época.

– ¿Y “La encina en el pantano”?

– ¿La encina? Alrededor de dos mil quinientos.

– Me dicen que anda bien “El viejo Jardín Botánico” -dijo Luke con acritud.

Hablaron de otros fuegos artificiales, demorando todo lo posible llegar al tema de “El que desdeña la pasada noche” de TCT, que no había costado prácticamente nada hacer y ya había vendido ciento veinte millones en las tres primeras semanas.

– ¿Qué pasó? Dios mío, ¿qué presupuesto para publicidad tenían?

– ¿Para “El que desdeña”? Nada. Doscientos, trescientos.

Todos menearon la cabeza. Jim se puso filosófico.

– Es lo que pasa con la poesía -dijo.

– ¿No están haciendo ningún otro soneto, no? -preguntó Luke.

– Binary está en posproducción con un soneto. “Compuesto en el Castillo de…” Otro bodrio de época.

Llegaron las sopas y las ensaladas. Luke pensó que a esa altura probablemente ya era un error seguir insistiendo con los sonetos. Después de un rato dijo:

– ¿Cómo anduvo “Para Sophonisba Anguisciola”?

– ¿“Para Sophonisba Anguisciola”? No me hables de “Para Sophonisba Anguisciola”.

A altas horas de la noche Alistair estaba en su habitación trabajando en un guión sobre un hombre negro de alto cociente intelectual, que vive en la calle y que se transforma en traficante de drogas de sexo femenino, bajo el bisturí de un médico de Indonesia que es a la vez un terrorista y un brujo. De pronto arrancó el papel de la máquina con un gruñido, puso una hoja limpia y escribió:

Estimado señor Sixsmith:

Ya hace bastante más de un año que le envié Ofensiva desde Quasar 13. Pero a usted no le alcanzó con este abandono: tampoco respondió a otros tres textos que le envié en los últimos cinco meses. Me hubiera parecido decente que me contestara enseguida, ya que usted es un colega guionista, aunque a mí nunca me interesó mucho su obra, que encuentro demasiado florida y superficial (leí la nota de Matthew Sura el mes pasado y creo que lo captó a la perfección). Por favor devuélvame los guiones más recientes: El destructor, Medusa invade Manhattan y Francotirador. Ya mismo.

Firmó y selló. Salió, recorrió a grandes pasos la distancia con el correo y despachó la carta. Volvió y, con gesto altivo, se quitó la ropa empapada de sudor. La cama de una plaza le parecía enorme, como una cama con dosel diseñada para orgías. Se acurrucó y durmió mejor que cualquier noche anterior de ese año.