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George Allen, vendedor de utensilios quirúrgicos, primer trombón de la orquesta y el gracioso de la clase, hizo una broma y todo el mundo a su alrededor se empezó a reír.

Durante toda su vida, Thomas había trabajado duro para triunfar y nunca miró hacia atrás. No hasta que abrió la carta de la reunión del instituto. Cuando leyó por primera vez el nombre de Brina en la lista de los que iban a acudir, sintió curiosidad por ella. Se preguntaba si se habría vuelto gorda y tendría cinco hijos. Y cuánto más se preguntaba, mayor curiosidad le entraba.

Siendo completamente honesto consigo mismo, parte de las razones por las que estaba esa noche allí, era para ver si ella todavía podía hacer que su pecho se encogiera cuando la miraba. Si su visión le agarrotaría la garganta.

No lo hizo.

Levantó su bebida mientras miraba a Brina a través del cristal de su vaso. Ella se giró a la izquierda y miró por encima del pelo de Karen Jhonson. Entonces sonrió con una femenina inclinación de su boca que le había torturado desde el octavo curso hasta el duodécimo. Un misterio femenino que hacia que se quedara sin respiración y que sus manos le dolieran por poder tocarla. Recordaba las veces que estando en la habitación de ella, en su casa o sentado en la vieja mecedora de su abuela, había estado tan duro que se preguntaba que hubiera hecho Brina si lo supiera. Si hubiera cogido su mano y le dejara sentir lo que le hacia. Le había vuelto loco de deseo y eso que nunca llegó a hacer algo más allá de besarla.

Thomas apuró su bebida mientras George contaba otro chiste, éste sobre una mujer y un pez, y otra vez, Thomas fue la única persona que no se rió. Él no necesitaba golpear su pecho o degradar a alguien para sentirse hombre. Quizá no hubiera perdido su virginidad hasta su primer año de universidad, pero había aprovechado el tiempo perdido y honestamente no podía decir que hubiera estado con alguna mujer que oliera a pescado. Se rió de lo que ello implicaba y francamente, le hacía preguntarse sobre el calibre de las mujeres que George había conocido.

– Hablaremos más tarde -dijo y se dirigió hacia el bar.

Algunas personas pensarían que Thomas no tenía sentido del humor. Lo tenía, pero había crecido, y él ya había sido el objetivo de muchas bromas, como para reírse ahora con ellas.

Pidió un whisky con agua, se dio la vuelta y su mirada cayó sobre Brina, quien se movió para situarse delante de él. Su cabeza le llegaba a la altura de la boca, y deslizó su mirada hacia los ojos de color gris verdoso que conocía tan bien.

– Hola, Thomas -dijo.

Su voz no sonaba igual. Era más grave, femenina. Más de mujer que de niña.

– Hola, Brina.

– ¿Estás solo esta noche?

– Esta noche y todo el fin de semana.

Había pensado en traerse a alguna mujer. Su última novia era modelo de lencería para Victoria’s Secret. Mantenían la amistad y sabía que le habría acompañado si se lo hubiera pedido.

– ¡Gracias a dios! -dijo y soltó una suave risa-. Pensé que iba a ser la única soltera.

– George Allen esta solo.

– Excepto que hubiera cambiado mucho, no me sorprende -Brina sacudió un poco la cabeza-. Estás esplendido, Thomas. No te reconocí al principio.

Él la reconoció el mismo segundo que entró en la sala.

– Cambié después del instituto.

– Yo también. He crecido seis centímetros.

No era todo lo que en ella había crecido y Thomas mantuvo a propósito la mirada en su cara en lugar de dejarla recorrer el cuerpo de su antigua amiga. Que era justamente lo que quería hacer. No es que sintiera pasión por ella, pero todavía le picaba la curiosidad. Ese crecimiento que había mencionado había conformado un bonito par de tetas y fuera de toda curiosidad, no le importaba mucho quitarle el vestido y echar realmente un vistazo. Arrugó las cejas e intentó pensar en otra cosa. El tiempo. La política mundial. ¿Quién ganaría la copa Stanley esta temporada? Cualquier cosa menos en desvestir a la única mujer que le destrozó el corazón.

2

Brina estudió los serios ojos azules de Thomas e inclinó la cabeza. Excepto por el color de su pelo y de sus ojos, el hombre que estaba frente a ella no se parecía demasiado al desgarbado chico de su pasado.

– No se si lo sabes -dijo en un esfuerzo de entablar conversación- pero todo el mundo está hablando sobre ti esta noche.

Él levantó una ceja.

– ¿De verdad? ¿Qué dicen?

– ¿No lo sabes?

Thomas lo negó con la cabeza y bebió un poco.

– Bueno -empezó-, se dice que eres más rico que Donald Trump y que estas saliendo con Elle Mcpherson y Kathy Ireland a la vez.

– Debo ser mejor de lo que pensaba.

Por primera vez desde que le vio esa noche, Brina observó como las comisuras de sus ojos se arrugaban en lo que podía ser un gesto de diversión.

– Pero siento desilusionar a todo el mundo, nada de eso es cierto.

– Hmm… Eso significa que el otro rumor probablemente tampoco es cierto.

– ¿Cuál?

– Pues lo peor que puedes ser en un pueblo como éste.

Los lados de sus labios se curvaron.

– ¿Alguien dice que soy gay?

– No, peor. Dicen que te has vuelto demócrata.

Y en ese momento sonrió. Empezó como una lenta curva de sus labios y terminó en un gesto de placer.

– ¡Dios no lo permita!

Se empezó a reír, primero con cautela y después con un rico y profundo sonido masculino que salía de su pecho y que conseguía que a ella se le despertaran las mariposas del estómago y se le pusiera la piel de gallina.

– No me gustaría que la NRA [1] viniera armada a por mí.

El humor que denotaban sus ojos, hizo que su cara se transformara de simplemente hermosa a totalmente devastadora.

– No -pudo decir Brina a la vez que su mirada recorría su rostro, desde la nariz hasta el profundo surco situado en su labio superior-. No querrías que pasara eso.

– ¿Cómo esta tu familia? -preguntó el.

– Bien -consiguió decir a la vez que le miraba fijamente. Ella había dejado a este chico por Mark Harris. ¿En qué demonios había estado pensado?- Ninguno de nosotros vive ya por aquí. ¿Cómo están tus abuelos?

– Haciéndose mayores. Les trasladé a Palm Springs por su salud. Al principio no les gustó, pero ahora lo adoran. -Levantó su copa y bebió un trago-. ¿En donde vives ahora?

– Portland.

Y mientras le hablaba sobre su trabajo, buscó en su cara algún rastro del chico que había sido, pero no pudo encontrarlo. Físicamente el parecido era escaso. Sus ojos todavía eran azul añil y sus pestañas eran gruesas. Las mejillas ya no eran huecas y el cabello oscuro estaba cortado por encima de las orejas, las salvajes ondas habían sido domadas.

Cuando ella le volvió a mirar, el preguntó.

– ¿Qué estas mirando, Brina?

– A ti -respondió-, me preguntaba si ahora conozco algo de ti.

– Lo dudo.

– Eso no es bueno. ¿Recuerdas el verano que pasamos cazando brujas y vampiros en el bosque?

– No

– Hicimos lanzas y estacas de madera.

– Es verdad. Lo recuerdo -dijo a la vez que las luces de la sala se atenuaban, y volvieron su atención al escenario. Cuando el foco alumbró el empavesado blanco y la brillantina plateada, de repente era como si fueran las primeras nieves del invierno.

– ¡Hola a todos!, soy Mindy Franklin Burton -anunció desde el escenario. Bienvenidos a la reunión escolar de la clase de 1990 del Instituto de Gallinton Pass.

Todo el mundo aplaudió, excepto Brina que tenía un vaso en la mano. Miró a su izquierda y vio que Thomas tampoco lo hizo. Y de repente, se preguntó por que Thomas habría venido. Desde que podía recordar, él siempre había dicho que cuando se fuera de Gallinton nunca más regresaría. Una vez ella le preguntó si no vendría a verla a ella, y Thomas le contestó que mejor se fueran juntos.

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[1] NRA – Asociación nacional del rifle.