Dellen lo miró sin alterarse.
– Por supuesto que lo sientes.
Aquello podía significar cualquier cosa. Cadan cambió de posición. Todavía tenía un pincel en la mano y de repente, como un tonto, se preguntó qué debía hacer con él, o con la lata de pintura. Se los habían traído y nadie le había dicho dónde dejarlos al final de la jornada. Y a él no se le había ocurrido preguntar.
– ¿Lo conocías? -dijo Dellen Kerne con brusquedad-. ¿Conocías a Santo?
– Un poco, sí.
– ¿Y qué pensabas de él?
Aquél era terreno pantanoso. Cadan no supo qué responder.
– Le compró una tabla de surf a mi padre. -No mencionó a Madlyn, no quería mencionar a Madlyn y no quería pensar por qué no quería mencionarla.
– Entiendo, sí. Pero eso no responde mi pregunta, ¿verdad? -Dellen entró un poco más en la habitación. Por alguna razón, se acercó al armario empotrado y lo abrió. Miró dentro. Habló al interior del armario, aunque pareciera extraño-. Santo se parecía mucho a mí. Quien no lo conociera, no lo sabía. Y tú no le conocías, ¿verdad? En realidad no.
– Ya se lo he dicho, un poco. Le veía por ahí. Más cuando empezó a aprender a surfear que después.
– ¿Tú también practicas el surf?
– ¿Yo? No. Bueno, lo he practicado, claro, pero no es lo único… Tengo otros intereses, quiero decir.
Se dio la vuelta.
– ¿Ah, sí? ¿Cuáles? El deporte, supongo. Pareces estar bastante en forma. Y también las mujeres. Normalmente las mujeres son uno de los principales intereses de los chicos de tu edad. ¿Eres como los otros chicos? -Frunció el ceño-. ¿Podemos abrir esa ventana, Cadan? El olor a pintura…
Cadan quiso decirle que era su hotel, así que podía hacer lo que quisiera, pero dejó con cuidado el pincel, fue a la ventana y forcejeó para abrirla, lo cual no fue fácil. Había que arreglarla o engrasarla o algo, lo que se hiciera para rejuvenecer una ventana.
– Gracias -dijo Dellen-. Ahora voy a fumarme un cigarrillo. ¿Tú fumas? ¿No? Qué sorpresa. Tienes pinta de fumador.
Cadan sabía que debía preguntar qué pinta tenía un fumador; si la mujer hubiera tenido entre veinte y treinta años lo abría hecho. Su actitud habría sido que las preguntas de este tipo, de una naturaleza potencialmente metafórica, podían generar respuestas interesantes, lo que a su vez podía generar acontecimientos interesantes. Pero en este caso, mantuvo la boca cerrada y Dellen dijo:
– Espero que no te importe que fume.
Él dijo que no con la cabeza. Esperaba que ella no contara con que le encendiera el cigarrillo -parecía la clase de mujer a quien los hombres colmaban de atenciones-, ya que no llevaba ni cerillas ni mechero. Pero no se había equivocado con él. Era fumador, pero lo había dejado hacía poco, diciéndose como un tonto que la raíz de sus problemas era el tabaco y no el alcohol.
Cadan vio que Dellen llevaba un paquete de cigarrillos y también cerillas dentro de la cajetilla. Se encendió uno, dio una calada y sacó el humo por la nariz.
– ¿Qué coño se quema? -comentó Pooh.
Cadan hizo una mueca.
– Lo siento. Se lo ha oído a mi hermana un millón de veces. La imita. Imita a todo el mundo. Ella odia el tabaco. Lo siento. -No quería que pensara que estaba criticándola.
– Estás nervioso -dijo Dellen-. Es por mí. Y no te preocupes por el pájaro. Al fin y al cabo, no sabe lo que dice.
– Sí. Bueno, a veces juraría que sí.
– ¿Como lo que ha dicho del polvo?
Cadan parpadeó.
– ¿Qué?
– «Polly quiere un polvo» -le recordó ella-. Es lo primero que ha dicho cuando he entrado. No es cierto, en realidad, que quiera un polvo. Pero siento curiosidad sobre por qué lo ha dicho. Supongo que utilizas al pájaro para ligar. ¿Por eso lo has traído?
– Viene conmigo casi siempre.
– No puede ser muy práctico.
– Nos las arreglamos.
– ¿Sí?
Dellen observó al pájaro, pero Cadan tenía la sensación de que en realidad no veía a Pooh. No sabría decir qué veía, pero su siguiente frase le dio una ligera idea.
– Santo y yo estábamos bastante unidos. ¿Tú y tu madre estáis unidos, Cadan?
– No.
No añadió que era imposible estar unido a Wenna Rice Angarrack McCloud Jackson Smythe la Saltadora. Nunca se había quedado en un sitio el tiempo suficiente como para que estar unido a alguien fuera una de las cartas de la baraja con la que jugaba.
– Santo y yo estábamos bastante unidos -repitió Dellen-. Éramos muy parecidos. Sensualistas. ¿Sabes lo que es? -No le dio oportunidad de responder, aunque de todos modos tampoco habría sabido darle una definición-. Vivimos para los sentidos: para lo que podemos ver y oír y oler, para lo que podemos saborear, para lo que podemos tocar y para lo que puede tocarnos. Experimentamos la vida en toda su riqueza, sin culpa y sin miedo. Así era Santo. Así le enseñé a ser.
– Muy bien.
Cadan pensó en cuánto deseaba salir de aquella habitación, pero no estaba seguro de cómo marcharse sin que pareciera que estaba huyendo. Se dijo que no existía ninguna razón real para dar media vuelta y desaparecer por la puerta, pero tenía el presentimiento, un instinto casi animal, de que el peligro acechaba.
– ¿Cómo eres tú, Cadan? -le dijo Dellen-. ¿Puedo tocar al pájaro o me morderá?
– Le gusta que le rasquen la cabeza -contestó él-, donde tendría las orejas si los pájaros tuvieran de eso. Orejas como las nuestras, quiero decir, porque sí oyen, obviamente.
– ¿Así? -Entonces se acercó a Cadan. Él olió su perfume. Almizcle, pensó. La mujer utilizó la uña del dedo índice pintada de rojo. Pooh aceptó sus atenciones, como hacía normalmente. Ronroneó como un gato, otro sonido más que había aprendido de un dueño anterior. Dellen sonrió al pájaro-. No me has contestado. ¿Cómo eres tú? ¿Sensualista? ¿Emocional? ¿Intelectual?
– Ni de coña -contestó él-. Intelectual, quiero decir. No soy intelectual.
– Ah. ¿Eres emocional? ¿Un puñado de sentimientos? ¿Sensible? Interiormente, me refiero. -Cadan negó con la caliza-. Entonces eres sensualista, como yo. Como Santo. Ya me lo había parecido. Tienes ese aire. Imagino que tu novia lo agradecerá, si tienes. ¿Tienes novia?
– Ahora no.
– Qué lástima. Eres bastante atractivo, Cadan. ¿Qué haces para conseguir sexo?
Cadan sintió más que nunca la necesidad de escapar; sin embargo, Dellen no estaba haciendo nada más que acariciar al pájaro y hablar con él. Aun así, algo no le funcionaba bien a aquella mujer.
Entonces, de repente, cayó en la cuenta de que su hijo había muerto. No sólo había muerto, sino que lo habían asesinado. Ya no estaba, se lo habían cargado, lo habían mandado al otro barrio, lo que fuera. Cuando un hijo moría -o una hija o un marido-, ¿no se suponía que la madre tenía que rasgarse la ropa? ¿Tirarse del pelo? ¿Llorar a mares?
– Porque algo harás para conseguir sexo, Cadan -dijo-. Un joven viril como tú… No pretenderás que crea que vives como un cura célibe.
– Espero al verano -contestó al fin.
El dedo de la mujer dudó a menos de dos centímetros de la cabeza verde de Pooh. El pájaro se movió a un lado para volver a ponerse en su radio de acción.
– ¿Al verano? -dijo Dellen.
– El pueblo está lleno de chicas entonces; vienen de vacaciones.
– Ah, entonces prefieres las relaciones cortas. El sexo sin ataduras.
– Bueno -dijo él-. Sí. A mí me funciona.
– Imagino. Hoy por ti, mañana por mí y todo el mundo contento. Sin preguntas. Sé exactamente a qué te refieres. Aunque supongo que te sorprenderá. Una mujer de mi edad, casada y con hijos, que sepa a qué te refieres.