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– No se anda con rodeos.

La mayoría de las chicas de su edad no habrían sido tan directas. Bea se preguntó por qué ella sí lo era.

– Bueno, es lo que es, ¿no? -Las palabras de Madlyn sonaban crispadas-. El pene de un hombre penetrando en la vagina de una mujer. Todo lo de antes y todo lo de después también, pero al final todo se reduce a un pene en una vagina. Así que la verdad es que Santo introdujo su pene en mi vagina y yo dejé que lo hiciera. Fue mi primera vez. Para él no. Me enteré de que había muerto. No puedo decir que lo sienta, pero no sabía que le habían asesinado. Es todo lo que tengo que decirle.

– No es todo lo que necesito saber, me temo -le dijo Bea a la chica-. Mire. ¿Quiere ir a algún sitio a tomar un café?

– Todavía no he acabado de trabajar. No puedo marcharme y tampoco debería estar aquí fuera hablando con usted.

– Si quiere quedar después…

– No es necesario. No sé nada. No tengo nada más que decirle aparte de lo que ya le he dicho. Santo rompió conmigo hace casi ocho semanas y eso fue todo. No sé por qué.

– ¿No le dio ningún motivo?

– Había llegado el momento, dijo. -Su voz aún sonaba dura, pero por primera vez pareció que su serenidad flaqueaba-. Seguramente conoció a otra, pero no quiso decírmelo. Sólo que lo nuestro había sido bueno, pero que había llegado el momento de que terminara. Un día las cosas están bien y al día siguiente se han acabado. Seguramente era así con todo el mundo, pero yo no lo sabía porque no le conocía antes de que entrara en la tienda de mi padre a comprar una tabla y quisiera tomar clases. -Había estado mirando hacia la calle y la colina de detrás, pero ahora volvió la mirada hacia Bea-. ¿Es todo? No sé nada más.

– Me han comentado que Santo se había metido en algo irregular -dijo Bea-. Esa fue la palabra: «irregular». Me preguntaba si sabía qué era.

Madlyn frunció el ceño.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Le comentó a una amiga suya, de aquí del pueblo…

– Será Tammy Penrule, supongo. No le interesaba en el mismo sentido que le interesaban otras chicas. Si la ha visto, sabrá por qué.

– … que había conocido a alguien, pero que la situación era irregular. Ésa fue la palabra. ¿Tal vez quisiera decir poco corriente o anormal? No lo sabemos. Pero le pidió consejo a ella. Le preguntó si debía contárselo a todas las personas implicadas.

Madlyn soltó una carcajada áspera.

– Bueno, fuera lo que fuese, a mí no me lo contó. Pero él era… -Calló. Tenía un brillo poco natural en los ojos. Tosió y dio un pequeño golpe en el suelo con el pie-. Santo era Santo. Le quise y luego le odié. Supongo que encontró a otra para follar. Le gustaba follar, ¿sabe? Le encantaba.

– Pero si era «irregular»… ¿Qué podía ser?

– No tengo ni idea y me importa una mierda. Quizás estaba con dos chicas a la vez. Quizás estaba con una chica y un chico. Quizás había decidido follarse a su madre. Yo qué sé.

Después de eso, se marchó. Entró en el edificio y se quitó el anorak. Su rostro era impenetrable, pero Bea presentía que la chica sabía mucho más de lo que decía.

De momento, sin embargo, no iba a sacar nada más quedándose ahí parada en la acera, salvo ceder a la tentación de comprarse una empanada para cenar, algo que sin duda no le haría ningún bien. Así que volvió a la comisaría, donde encontró a los agentes del equipo de relevo -esas espinas que tenía clavadas- informando de sus acciones al sargento Collins, quien anotaba los detalles diligentemente en la pizarra.

– ¿Qué tenemos? -le preguntó Bea.

– Dos coches fueron vistos por la zona -dijo Collins-. Un Defender y un RAV4.

– ¿En los alrededores del acantilado? ¿Cerca del coche de Santo? ¿Dónde?

– Uno estaba en Alsperyl, un pueblo al norte de Polcare Cove que tiene acceso al acantilado. Hay que caminar un poco y cruzar un prado, pero es bastante fácil llegar a la cala en cuanto se toma el sendero de la costa. El vehículo visto allí es el Defender. El RAV4 estaba justo al sur de Polcare, encima de Buck's Haven.

– ¿Que es…?

– Un lugar para hacer surf. Tal vez el coche estuviera allí por eso.

– ¿Tal vez?

– No hacía un buen día para surfear en ese lugar…

– Las olas eran mejores en Widemouth Bay. -El agente McNulty intervino desde el ordenador de Santo. Bea lo miró y anotó mentalmente comprobar qué había estado haciendo durante las últimas horas.

– Lo que sea -dijo Collins-. Tráfico está comprobando todos los Defenders y RAV4 de la zona.

– ¿Tiene las matrículas? -preguntó Bea, que notó un escalofrío de emoción que pronto se esfumó.

– No hemos tenido suerte con eso -dijo Collins-, pero imagino que no habrá muchos Defenders por aquí, así que tal vez consigamos algo si vemos un nombre conocido en la lista de propietarios. Lo mismo con el RAV4, aunque cabe esperar que haya algunos más. Tendremos que revisar la lista y buscar un nombre.

A estas alturas ya habían tomado las huellas dactilares a todas las personas relevantes, explicó Collins, y las estaban introduciendo en la base de datos de la policía y comparándolas con las huellas halladas en el vehículo de Santo Kerne. Continuaban investigando el pasado de los sospechosos. Al parecer, las finanzas de Ben Kerne estaban saneadas y el único seguro de vida de Santo alcanzaba sólo para enterrarlo y nada más. De momento, la única persona de interés era un tal William Mendick, el tipo que había mencionado Jago Reeth. Tenía antecedentes, le informó Collins.

– Vaya, es fantástico -dijo Bea-. ¿Qué tipo de antecedentes?

– Lo detuvieron por agresión con agravantes en Plymouth y cumplió condena por ello. Acaban de darle la condicional.

– ¿Su víctima?

– Un joven gamberro llamado Conrad Nelson con quien se peleó. El tipo acabó paralítico y Mendick lo negó todo… O al menos lo achacó a la bebida y pidió clemencia. Los dos estaban borrachos, afirmó. Pero Mendick tiene un problema grave con la bebida. Sus pedos a menudo terminaban en peleas en Plymouth y parte de su libertad condicional consiste en asistir a reuniones de Alcohólicos Anónimos.

– ¿Podemos comprobarlo?

– No sé cómo, a menos que tenga que entregar algún tipo de documento a su agente de la condicional, para demostrar que acude. Pero ¿qué significaría eso de todos modos? Podría ir a las reuniones puntualmente y estar fingiendo durante todo el programa, ya sabe a qué me refiero.

Lo sabía. Pero Will Mendick tenía un problema con la bebida y el hecho de que contara con una condena por agresión daba un enfoque útil al caso. Pensó en aquello, en el ojo morado de Santo Kerne. Mientras reflexionaba, caminó hacia el lugar de trabajo del agente McNulty. En el monitor del ordenador de Santo Kerne vio exactamente lo que pensaba que vería: una ola enorme y un surfista cogiéndola. Maldito hombre.

– Agente, ¿qué diablos está haciendo? -le espetó.

– Jay Moriarty -dijo McNulty enigmáticamente.

– ¿Qué?

– Es Jay Moriarty -dijo señalando la pantalla con la cabeza-. En esa época tenía dieciséis años, jefa. ¿Puede creerlo? Dicen que esa ola medía quince metros.

– Agente -Bea hizo todo lo posible por contenerse-, ¿significa algo para usted la expresión «tener los días contados»?

– Era en Maverick, en el norte de California.

– Sus conocimientos me dejan estupefacta.

El hombre no advirtió su sarcasmo.

– Bueno, no sé demasiado. Sólo un poco. Intento estar al día, pero ¿quién tiene tiempo, con el pequeño en casa? Pero verá, jefa, el tema es que esta fotografía de Jay Moriarty se tomó la misma semana que…

– ¡Agente!

McNulty parpadeó.