Tras cruzar la puerta, dejó a Pooh encima de la caja registradora que había detrás del mostrador.
– No te cagues, colega -le dijo, y entró en el taller. Allí encontró a la persona que buscaba. No era su padre, que sin duda habría recibido la historia de Cadan con un sermón sobre su eterna estupidez, sino Jago, que estaba inmerso en el delicado proceso final de lijar los bordes ásperos de fibra de vidrio y resina de los cantos de una tabla con cola de golondrina.
Jago alzó la vista cuando Cadan entró a trompicones en el cuarto de lijado. Pareció interpretar su estado de inmediato, porque se acercó a apagar la música que sonaba en una radio polvorienta sobre un estante igual de polvoriento justo detrás de los caballetes que sujetaban la tabla. Se quitó las gafas y las limpió en la pernera de su mono blanco con escasos resultados.
– ¿Qué ha pasado, Cadan? -le dijo-. ¿Dónde está tu padre? ¿Está bien? ¿Dónde está Madlyn? -Tenía espasmos en la mano izquierda.
– No, no, no lo sé -contestó Cadan. Lo que quería decir era que suponía que su padre y su hermana estaban bien, pero la verdad era que no tenía ni idea. No había visto a Madlyn desde la mañana y a su padre no le había visto el pelo. No quería plantearse qué significaba aquel último detalle porque sería una información más que tendría que afrontar y ya le estallaba la cabeza. Al final dijo-: Bien, supongo. Imagino que Madlyn ha ido a trabajar.
– Bien. -Jago asintió bruscamente con la cabeza. Regresó a la tabla de surf. Cogió el papel de lija, pero antes de utilizarlo pasó las yemas de los dedos por los cantos-. Has entrado como si te persiguiera el diablo.
– No vas muy desencaminado -dijo el chico-. ¿Tienes un minuto?
Jago asintió.
– Siempre. Espero que lo sepas.
Cadan sintió como si alguien le sacara un enorme peso de encima y se ofreciera a cargarlo por él. La historia salió sola. La indignación de su padre, el sueño de Cadan de competir en los X Games, Adventures Unlimited, Kerra Kerne, Ben Kerne, Alan Cheston y Dellen. En último lugar, Dellen. Era todo un embrollo que Jago escuchó pacientemente. Lijó despacio los cantos de la tabla de surf, asintiendo mientras Cadan pasaba de un tema a otro.
Al final, se centró en lo que ambos sabían que era el detalle destacado: Cadan Angarrack sorprendido en un acto casi tan flagrante como hubiera sido que los pillaran a los dos, a él y a Dellen Kerne, retozando y jadeando en el suelo de la cocina.
– De tal palo, tal astilla, me parece a mí -dijo Jago-. ¿No pensaste en eso cuando jugó contigo, Cadan?
– No esperaba… No la conocía, ¿sabes? Pensé que había algo raro en ella cuando apareció ayer, pero no pensé… Tendrá como… Jago, podría ser mi madre.
– Me parece que no. A pesar de sus defectos, tu madre se limitaba a los de su clase, ¿no?
– ¿Qué quieres decir?
– Por lo que me ha dicho Madlyn (y, perdóname, pero no tiene muy buen concepto de ella) Wenna Angarrack, con toda su lista de apellidos, siempre se limita a los de su edad. Por lo que dices, a ésa -y por el tono de aversión de Jago Cadan interpretó que se refería a Dellen Kerne- no parece importarle con quién se lo monta. Imagino que viste las señales cuando te la encontraste.
– Me preguntó por eso -reconoció Cadan.
– ¿Eso?
– El sexo. Me preguntó qué hacía para conseguir sexo.
– ¿Y no pensaste que era un poco raro, Cade? ¿Que una mujer de su edad te preguntara algo así? Estaba preparándote.
– En realidad, yo no…
Cadan apartó su mirada incómoda de la mirada astuta de Jago. Encima de la radio había colgado un poster: una chica hawaiana que inexplicablemente no llevaba nada puesto, salvo un collar de flores alrededor del cuello y una corona de hojas de palma en la cabeza, cogía una ola bastante grande con indiferente habilidad. Mientras la contemplaba, Cadan pensó que algunas personas nacían con una confianza asombrosa y que él no era una de ellas.
– Sabías lo que estaba pasando -dijo Jago-. Supongo que pensaste que te habías ligado a una putita dispuesta a dejarse hacer de todo, ¿eh? O, en el peor de los casos, que echarías un buen polvo. Sea como sea, te quedabas contento. -Sacudió la cabeza con desaprobación-. Los chicos de tu edad sólo tenéis una cosa en la cabeza y los dos sabemos qué es.
– Me ha ofrecido algo de comer -dijo Cadan para defenderse.
Jago se rió.
– Apuesto a que sí. Y planeaba ser tu postre. -Dejó el papel de lija y se apoyó en la tabla-. Una mujer así trae problemas, Cade. Tienes que saber interpretarla desde el principio. Agarra a un tío de los huevos y le da a probar un poquito, ¿eh? Un poquito ahora y un poquito después hasta que lo cata todo. Luego se pone ahora sí, ahora no hasta que el tío no sabe qué parte de ella tiene que creerse, y se lo cree todo. Ella le hace sentir cosas que no ha sentido nunca y él piensa que nunca volverá a sentirse igual. Así funciona. Será mejor que aprendas de lo que ha pasado y te olvides.
– Pero el trabajo… -dijo Cadan-. Necesito el trabajo, Jago.
Jago le señaló con su mano temblorosa.
– Lo que no necesitas es a esa familia -dijo-. Mira qué le ha traído a Madlyn mezclarse con los Kerne. ¿Está mejor por abrirse de piernas con ese hijo suyo?
– Pero tú dejabas que utilizaran tu…
– Claro que sí. Cuando vi que no podía convencerla de que no dejara que Santo se metiera en sus bragas, lo mínimo que podía hacer era asegurarme de que lo hicieran de manera segura, así que les dije que fueran al Sea Dreams. Pero ¿sirvió de algo? Fue peor. Santo la utilizó y la dejó tirada. Lo único bueno fue que la chica tuviera a alguien con quien hablar que no le gritara: «Ya te lo advertí».
– Aunque imagino que quisiste hacerlo.
– Claro que sí, maldita sea. Pero lo hecho, hecho estaba, así que, ¿qué sentido tenía? La pregunta es, Cade, ¿vas a seguir el camino de Madlyn?
– Hay diferencias obvias. Y de todos modos, el trabajo…
– ¡A la mierda el trabajo! Haz las paces con tu padre, vuelve aquí. Nosotros tenemos trabajo. Tenemos demasiado, la temporada está a la vuelta de la esquina. Puedes hacerlo bastante bien si te lo propones. -Jago regresó a su tarea, pero antes de retomarla hizo un comentario final-. Uno de los dos tendrá que tragarse su orgullo, Cade. Te quitó las llaves del coche y el carné de conducir porque tenía sus motivos. No quería que te mataras. No todos los padres hacen ese esfuerzo, no todos los padres lo hacen y tienen éxito. Será mejor que empieces a pensar en ello, hijo mío.
– Eres asquerosa -le dijo Kerra a su madre.
Le temblaba la voz. Por alguna razón, aquello hizo que las cosas le parecieran peores. El temblor podía sugerirle a Dellen que su hija sentía miedo, vergüenza o -lo que era verdaderamente patético- alguna forma de consternación, cuando lo que Kerra sentía era cólera. Furiosa, encendida, absolutamente pura y toda dirigida hacia la mujer que tenía delante. La sentía con más intensidad de lo que la había sentido en años y no habría creído que fuera posible.
– Eres asquerosa -repitió-. ¿Me oyes, mamá?
– ¿Y tú qué te crees que eres, apareciendo así como una pequeña espía? -dijo Dellen a su vez-. ¿Estás orgullosa de ti misma?
– ¿Piensas emprenderla conmigo?
– Sí. Andas por aquí a hurtadillas como una chivata, no te creas que no lo sé. Llevas años vigilándome y contándoselo a tu padre y a cualquiera que quiera escucharte.
– Eres una zorra -dijo Kerra, más sorprendida que enfadada-. Es increíble lo zorra que eres.