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Aquella imagen le hirió. No entendía cómo conseguía Jago Reeth lo que a él le resultaba tan difíciclass="underline" ser un hombre con quien la gente joven deseara hablar. Era obvio que había algo en su manera de escuchar y reaccionar que Selevan no había aprendido.

Salvo que era muy fácil cuando no se trataba de un familiar tuyo, ¿no? ¿Acaso no lo había dicho el propio Jago?

No importaba. Lo único que Selevan sabía era que Jago Reeth tal vez poseyera la clave para que un abuelo pudiera mantener una sola conversación razonable con su nieta. Necesitaba averiguar cuál era esa clave antes de que la madre de Tammy se cansara y mandara a la chica a otro lugar a recibir la cura mental.

Esperó a que Madlyn Angarrack se marchara, cuarenta y tres minutos exactos después de llegar. Entonces se dirigió a la caravana de Jago y llamó a la puerta. Cuando abrió, Selevan vio que su amigo estaba a punto de salir a algún lado, porque se había puesto la chaqueta, las gafas medio rotas que sólo se ponía en LiquidEarth y una cinta en la cabeza para que el pelo no le cayera sobre la cara. Selevan iba a ofrecerle una disculpa por interrumpir sus planes, pero el hombre lo detuvo y le dijo que entrara.

– Hay algo que te carcome -dijo Jago-. Lo veo sin que tengas que decírmelo, colega. Sólo deja que… -Se acercó a un teléfono y pulsó algunos números. Le respondió un contestador, al parecer, porque dijo-: Lew, soy yo. Llegaré tarde. Tengo una especie de emergencia en casa. Madlyn se ha pasado por aquí, por cierto. Estaba un poco disgustada otra vez, pero creo que lo lleva mejor. En el armario de aire caliente hay una tabla que hay que repasar, ¿vale? -Colgó el auricular.

Selevan observó sus movimientos. Esta mañana el parkinson tenía mal aspecto. Eso o la medicación de Jago no le había hecho efecto. La vejez era una mierda, no cabía duda. Pero la vejez y la enfermedad juntas eran un infierno.

Para introducir el tema de conversación, sacó de su bolsillo el collar que le había cogido a Tammy el día anterior. Lo dejó sobre la mesa y cuando Jago regresó y se sentó en el banco que servía de asiento, lo señaló.

– Le encontré esto a la chica -le dijo-. Lo llevaba colgado del cuello. Dice que la M significa María. ¿Te lo puedes creer? Sobresalía y lo dijo así, tan tranquila, como si fuera la cosa más normal del mundo.

Jago cogió el collar y lo examinó.

– Es un escapulario -dijo.

– Exacto. Así lo llamó, escapulario. Pero la M es de María. Eso es lo que me preocupa. Lo de María.

Jago asintió, pero Selevan vio que una sonrisa jugueteaba en las comisuras de sus labios. Le resultó un poco irritante. Qué fácil era para Jago reírse de la situación, maldita sea. No era su nieta la que llevaba una M de María en el cuello.

– Algo le ha pasado a esa chica en algún momento de su vida -dijo-. Es lo único que puedo imaginar por el lío que tiene en la cabeza. Yo lo achaco a África. Estar expuesta a todas esas mujeres en pelotas, caminando por las calles de donde sea con sus partes colgando. No me extraña nada que se haya confundido.

– La madre de Dios -dijo Jago.

– Eso y más -dijo Selevan.

Entonces Jago se rió y le salió del corazón. Selevan se encabritó.

– No te líes, colega. Tú mismo has dicho que la M es de María. En un escapulario, la M de María se refiere a la madre de Jesús. Es un objeto devoto. Lo llevan los católicos. Algunos pueden llevar una fotografía de Jesucristo. Otros de un santo: san Tal y san Cual. Es un signo de devoción.

– Maldita sea -murmuró Selevan-. Esto no se acabará nunca, joder. -A la madre de Tammy le daría un ataque, no cabía la menor duda. Una razón más para coger a la chica y mandarla a otra parte. En la mente de Sally Joy lo único peor que ser católica era ser terrorista-. San Jorge y el dragón habrían sido mejor -dijo Selevan. Esa imagen, al menos, podría considerarse patriótica.

– No creo que san Jorge aparezca en ninguno de éstos -dijo Jago, con el escapulario colgando de sus dedos-, porque los dragones son seres imaginarios que convierten a san Jorge en algo cuestionable. Pero es la idea general que se tiene de ellos. Alguien que crea en una persona santa se pone esto en el cuello y supongo que también acaba sintiéndose santa.

– Todo esto es culpa de los putos políticos -dijo Selevan sombríamente-. Por ellos el mundo está como está y por eso la niña está trabajando para convertirse en santa. Intenta prepararse para el fin de los días, sí. Y nadie ha sido capaz de conseguir que cambie de opinión.

– ¿Es lo que dice ella?

– ¿Eh? -Selevan cogió el escapulario y se lo guardó en el bolsillo de la pechera de su camisa-. Dice que quiere llevar una vida devota. Son sus palabras exactas: «Quiero llevar una vida devota, yayo. Creo que es a lo que todo el mundo debería aspirar». Como si sentarte solo en alguna cueva y comer hierba y beber tu propio pis una vez a la semana fuera a solucionar los problemas del mundo.

– Ése es el plan, ¿verdad?

– Bueno, no sé cuál es el plan, coño. Nadie lo sabe, y eso incluye a la chica. ¿Ves cómo funciona? Oye hablar de un culto al que puede unirse y quiere unirse a él porque este culto, a diferencia del resto que hay ahí fuera, es el que va a salvar al mundo.

Jago parecía pensativo. Selevan esperaba que se le estuviera ocurriendo una solución al problema de Tammy. Pero no dijo nada, así que volvió a hablar.

– No sé conectar con la chica. No sé ni por dónde empezar. He encontrado una carta debajo de su cama donde le decían: «Pásate por aquí y echa un vistazo, haz una entrevista para que podamos formarnos una opinión de ti y ver si eres adecuada y nos gustas y eso». Se la he enseñado y se ha puesto como loca porque husmeo en sus cosas.

Jago parecía pensativo. Se rascó la cabeza.

– Lo has hecho, ¿eh? -dijo.

– ¿Cómo?

– Has husmeado en sus cosas. ¿No es eso?

– Tenía que hacerlo. Si no, su madre se pone toda histérica conmigo. Me dice: «Necesitamos que consigas que vea la luz. Alguien tiene que conseguir que vea la luz antes de que sea demasiado tarde».

– Ése es justo el problema -señaló Jago-. Ahí es donde os equivocáis todos.

– ¿Dónde? -Selevan se dirigió a su amigo sin ponerse a la defensiva. Si estaba enfocando el problema con Tammy de manera equivocada, pensaba aprender a hacer las cosas bien de inmediato y por eso había recurrido a Jago.

– Lo malo de los jóvenes -dijo Jago- es que hay que dejar que tomen sus propias decisiones, colega.

– Pero…

– Escúchame bien. Forma parte de su camino a la madurez. Toman una decisión, cometen un error y, si nadie acude corriendo como un bombero a salvarles del resultado, aprenden de la experiencia. El trabajo de un padre, o del abuelo, la madre o la abuela, no consiste en impedirles que aprendan lo que tienen que aprender, colega. Lo que deben hacer es ayudarles a encontrar un final a la historia.

Selevan lo entendía. Podía analizarlo en su cabeza y estar básicamente de acuerdo. Pero estar de acuerdo era un proceso del intelecto, no tenía nada que ver con el corazón. La posición de Jago en la vida -como no tenía ni hijos ni nietos- le facilitaba ceñirse a aquella filosofía admirable, y también explicaba por qué los jóvenes se veían capaces de hablar con él. Ellos hablaban; él escuchaba. Probablemente era como compartir los secretos con una tumba. Pero ¿qué sentido tenía si la tumba no decía «espera un momento. Estás haciendo el ridículo»? ¿O «estás eligiendo mal, maldita sea»? ¿O «escúchame porque he vivido sesenta años más que tú y esos años bien tienen que contar para algo, si no, ¿qué sentido tiene haberlos vivido?»? Más allá de eso, ¿los padres y los abuelos no tenían cierto derecho a meter a sus vástagos en cintura. Era lo que le había ocurrido a él. Tal vez no le gustara, tal vez no lo quisiera, tal vez no lo habría escogido ni en un millón de años, pero ¿acaso no se había convertido en una persona mejor y más fuerte por haber tirado a la basura sus sueños de entrar en la Marina Real para llevar una vida diligente en la granja?