Выбрать главу

Se quedó Antonia suspendida, y tanto como la naturaleza de aquella revelación le admiraba que hubiera podido mantenerla el ama en secreto tantos años, sin que nadie advirtiera nada. Y aunque ella sabía todo lo que quería Quiteria a su tío, y de ello habían hablado una vez después de muerto él, pensaba que era de otro modo muy distinto aquel amor.

– Me dejas, Quiteria, de una pieza, como se dice. Válganle Dios, si yo ni nadie en este pueblo hubiera podido adivinar nada de lo que estás contando. Y quiero decirte una cosa: ojalá mi tío hubiera sabido corresponder a tus sentimientos, porque de haber sido así, lo tendríamos ahora vivo entre nosotros, lirondo y cuidando de sus hijos, porque eres buena y a cualquier hombre le convendrías. Sé muy bien de qué hablas cuando dices que el corazón de una mujer es un perro que va buscando amo, y que a menudo, después de hallarlo, cuando es tarde, cae en la cuenta de que no le conviene. Espera a oírme y compara mi pena con la tuya, y a lo mejor me compadeces luego, pues por lo que veo, voy yo a recorrer, uno por uno, tus mismos pasos, sólo que a ti te cupo el consuelo de poner los ojos en quien te superaba mucho y yo en quien siendo mi igual podría corresponderme si quisiera, y no lo hace, y si a mi tío tú te hubieras atrevido a abrirle tu corazón y mi tío te hubiera rechazado, no habrías visto en ello desdén o un alma empedernida, sino los buenos usos que rigen nuestra república, que dice que si quieres bien casar, casa con tu igual, y ni hidalga con villano, ni villana con hidalgo.

Iba a decirle Quiteria que andaba muy confundida en eso de los casamientos, ya que ejemplos de bodas desiguales los había por todas partes, y felicísimos, y seguiría habiéndolos le pesare lo que le pesare a la república y al refranero, y que en lo otro, en lo de haberse declarado a su tío, iba errada también porque se había declarado a él cierto día, no hacia ni dos años, y don Quijote la rechazó muy caritativamente. Pero consideró Quiteria que quizá en otra ocasión acabaría de revelarle a Antonia toda la verdad de su triste caso, porque ni los secretos están hechos para revelarse todos de una sentada ni los caminos de la reconciliación han de hacerse de una galopada, sino al paso, y dejó que la muchacha continuara con lo que estaba diciendo:

– Ay qué desdichada soy, Quiteria, y cómo agradeceré que hayas vuelto y pueda enseñarte mi corazón, que sí no le da el aire, se me va a pudrir en su retrete. Tú tuviste la mala fortuna de ir a enamorarte de quien te excedía en linaje, y yo la de hacerlo de quien siendo mi igual me rechazaría también, si por casualidad un día llegara a sus oídos lo que siento por él.

– No es justo que te compares conmigo, Antonita. Eres joven, eres tan hermosa que por aquí pasan en procesión todos los mozos del pueblo para verte. Podrás elegir donde quieras. Eres hija de quien eres y sobrina de quien acaso esté llamado a ser el más famoso hijo de este pueblo por las cosas que he visto estos dos meses, estás sana y tienes ahora, para ti sola, sin que nadie mande en ella, una buena hacienda.

– Ay, no, Quiteria, no digas que buena, porque no sabes tú

Y en pocas palabras le contó cómo estaba ya todo en manos del señor De Mal, quien esperaba un sí en la iglesia para sacarlas de pobre.

– ;Y has pensado qué hará? -preguntó Quiteria.

– Son cosas esas que no hay que pensar. Pero me temo que o cedo yo o no va a ceder él, y se quedará con todo.

– No me asustes, Antonia.

– De menos nos hizo Dios y menos aún traje yo a esta casa, y aquí me ves, que no me he muerto. Y sigue con lo que estabas contando, Quiteria, que te he cortado el hilo.

Pero inopinadamente para quien no tenía costumbre de malgastar sus lágrimas, Antonia rompió en un profundísimo lloro, incontenible y angustioso.

– A ti te ha pasado algo -dijo alarmadísima el ama.

Incapaz de articular una sola palabra, sollozó Antonia, negando y afirmando al mismo tiempo con la cabeza, sin que se supiera qué le hacía llorar, el sí o el no, lo que sucedió con Cebadón, sin haber sucedido nunca, o lo que no sucediendo con Sansón Carrasco, tendría que haber sucedido.

– Espera, ama, que todo irá saliendo poco a poco -pudo decir al fin la muchacha.

Le costaba recobrar el resuello a Antonia, y en vista de ello siguió hablando el ama.

– Te decía que en el pueblo hay mozos que te convienen, escoge, tú que puedes. Ahí sin mas tienes al bachiller, que me ha dicho que ahorca su sotana. Es bueno y discreto. Lo he visto en este viaje. El te conviene.

– Ay, Quiteria -y sofocó un grito, alarmada, Antonia-. ¿Eres adivina? ¿Te ha dicho algo él, te ha pedido, te ha sonsacado, te confesó secretos? Por Dios que me lo digas, que me va la vida en ello.