Hola Laura. Aquí estoy, esta vez arriba de un avión y nuevamente volviendo a Buenos Aires. España está cada vez más hermosa, la presentación del trabajo en Granada fue muy emocionante, pero uno de las cosas que me conectó contigo y con Argentina fue que me di el lujo de anunciar en un reportaje la futura publicación de nuestro libro sobre parejas en España. ¿Qué te parece? En algunas cosas estar en Andalucía es como estar en casa, pero en otras parece otro universo, no sólo otro país. Acaso por los 40 años de franquismo en España, o más probablemente por los 40 años de psicologismo en Buenos Aires, ellos y nosotros hemos crecido en rumbos diferentes. Nunca deja de sorprenderme el grado de represión sexual que percibo en los españoles (no hablemos de Madrid, ni de Barcelona, ciudades cosmopolitas si las hay). Hablo del español (y mucho más del español que de la española) del resto de la península. Allí el tabú se enuncia desde lugares que en la Argentina ya no escuchamos. Las fantasiás sexuales por ejemplo son vividas tan culposamente que el autocastigo preferido es la fantasía de condenación (me refiero al infierno, claro). En el diálogo interno la conciencia no me dice “Esto está mal”, me dice: “Te condenarás… a ti y a tu descendencia!” (Y esto es sólo por los malos pensamientos). El caso es que he hablado de nuestro libro con algunos colegas, sobre todo con Julia Atanasópulo (una psicóloga que fundo en Granada el Centro Andaluz de Psicoterapia Gestáltica), nuestras propuestas y posiciones y las de Welwood les sorprendieron primero y los fascinaron después. En cierta medida, personal y profesionalmente ellos siguen creyendo en la pareja ideal, en el placer permanente y en el enamoramiento perpetuo. Cuando se dan cuenta de que no lo tienen lo buscan, lo exigen, lo prescriben o se resignan. Fue bien interesante. A la semana de estar en Granada, Carmen, mi esposa, llegó a la ciudad para pasar unos días con nosotros y volver conmigo a Buenos Aires. Hacía unos tres años que Julia y Quique (su marido) no nos veían juntos. Carmen estaba bárbara, había pasado tres días en Madrid con unos amigos y había viajado después a Granada. La pregunta de Julia fue: -Oye, ¿tú estás bien con Carmen? -Sí -dije- fantástico. -¿Seguro? -preguntó. -Sí -afirmé- ¿por? -Os noto distantes… -¿Distantes? -pregunté. -Sí, fríos, independientes raros. Yo no contesté, pero me quedé pensando. En cierto modo es verdad, Carmen y yo hemos crecido mucho desde la última vez que los vimos y el crecimiento no fue más de lo mismo. En este tiempo, una vez más, Carmen fue la generadora de este desarrollo personal mío. Miro para atrás y me veo a mí mismo hace años, tan dependiente, tan barroco, tan pendiente y por ende ¡tan exigente! Fue en un café en Ramos, Carmen me puso cara de seria y como quien da una noticia fatal me dijo: -Quiero empezar a estudiar una carrera universitaria. Te confieso que me pareció un cambio banal. -Ah, ¿sí? -dije displicente. -Sí -dijo Carmen-, quiero estudiar psicología. -Bueno -dije- y un nudo extremadamente atávico me cerró la garganta. Cien mil acusaciones que empezaban con “Necio, bruto” y terminaban con “fascista, machista y retrógrado” quedaron en silencio mientras mi boca agregaba: -¿Está decidido? -¿Te jode? -preguntó Carmen que sabía la respuesta. -Sí -dije. Durante las siguientes 48 horas no pudimos seguir hablando. Carmen intentaba acercarse y sacar el tema y yo lo rehuía. Yo, terapeuta, supuestamente esclarecido, asesor de parejas, profesional de la salud, no sabía qué iba a ser de mí. Hoy lo escribo y me avergüenzo, pero así fue. Durante años Carmencita se había ocupado de todo, menos de mi trabajo. Ella resolvió en esos veinte años el tema administración, casa, impuestos, niños, mecánicos, vacaciones,vestimenta, invitaciones y familia política. Y ahora yo sabía que ya no iba a ser igual. Siempre yo podía hablar con algún amigo y arreglar una cena, una salida o un viaje que Carmen no tendría problemas, y de pronto eso había terminado. Muy fuerte. Muy irritante. Muy triste. A la semana hablamos. Yo estaba todavía muy conmocionado. Me acordaba todo el tiempo de mi paciente Juan Carlos, cuando su esposa le dijo que quería volver al trabajo y él le dijo: “¿Por qué?, ¿qué te falta?, ¿por qué necesitas salir a trabajar?”. Y en realidad confesaba en el consultorio que no podía creer que a su compañera no tuviera suficiente con su papel de esposa. ¿Sería eso lo que me molestaba? El tiempo demostró que no era eso. El tiempo demostró que, una vez más, Carmen ayudó a desarrollar mis aspectos más negros. El tiempo mostró que se puede armar una relación con quien amas desde cientos de lugares diferentes. “Cada pareja arma su propio circo”, como dices siempre tú. He aprendido a vivir esta diferente relación de pareja. Aprendí a volver a disfrutar de algunos placeres olvidados como viajar solo. Volví a disfrutar del alivio de no cargar con la pareja y dejé de lamentar el reclinar mi peso sobre Carmen. Es cierto, han pasado casi tres años desde entonces y todavía de vez en cuando la extraño. Añoro a esa Carmen que fue… y que, a pesar de todo, ya no elegiría para mí. Gracias por escucharme. Fredy
Querido Fredy: Estuve pensando muchas cosas en estas semanas, pero no sabía cómo comunicarme contigo. Ante todo nos mandaron una carta del congreso de Cleveland donde nos felicitan por la clasificación que obtuvimos en nuestra presentación. Los participantes tenían que clasificar de 1 a 5 y obtuvimos un promedio de 4,80. ¿Qué tal? De paso nos invitan a publicar el trabajo en el Gestalt Journal. Yo ya mandé una carta que piden que contestemos si estamos interesados y si nos comprometemos a mandar el material antes del 15 de octubre. ¡Qué bien que el libro salga en España también! Volver a conectar contigo me da muchas ganas de escribir. Estuve pensando mucho también en esto que me dices de tu relación con Carmen o con «las Cármenes» que fuiste conociendo en tu camino. Creo que el asunto pasa por descubrirnos todo el tiempo observando cómo somos. Es decir, no esperar de nosotros ni de nuestras parejas ser los mismos, sino aceptar la sorpresa de quién es el otro que tengo al lado hoy, y sorprendernos a nosotros mismos siendo diferentes todo el tiempo. Cada vez más creo que la identidad es algo que nos inventamos y que nos hace sufrir, voy a pensar y escribir sobre eso. En este mes se me juntaron dos cosas en este sentido. Estuve leyendo en Cariló el último libro de Kundera justamente llamado La identidad [5]. Y él desde una postura posmoderna llega al mismo lugar que Welwood desde el budismo. Kundera habla en este libro de una relación de pareja y en varias oportunidades los personajes se encuentran preguntándose por la identidad de sí mismos y del otro, poniendo así levedad al asunto. Permanentemente no saben quiénes son ni quién es el otro, pero siguen buscándose y huyendo el uno del otro como todas las parejas. Por su lado, Welwood nos anima directamente a salirnos de la idea del ego. Me entusiasma la idea de descubrirme todo el tiempo, de sorprenderme ante las actitudes de Carlos. Dar espacio para lo nuevo todo el tiempo. Te mando un beso. Laura PD:Tengo ganas de saber de vos. Supongo Fredy que todo lo que sigue lo debes tener. Al volver a todas estas cosas me pregunto también qué habrá pasado con esas cosas de tu vida de las que nunca más hablaste. Termino este mensaje igual que como terminaba aquél hace más de un año. Tengo ganas de saber de ti. Besos Laura