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Si Alfredo no encontraba el aviso de retorno, nunca sabría que el mensaje no había llegado y no tendría motivos para volver a mandarlo.

Sin embargo, esta acción no evitaba el riesgo de una futura comunicación.

La solución era, por lo tanto, incomunicar a Alfredo. Pero ¿cómo bloquear su correo hacia Laura? Fredy sabía la dirección de ella y podía escribirle cuando quisiera.

Salvo que…

Roberto entró en el servidor Hotmail.com donde se ofrecían direcciones electrónicas. Se registró como trebor (su nombre al revés) y obtuvo una casilla nueva.

La jugada que empezaba lo alejaba más y más de la moral, pero eso no parecía importarle.

Entró en el sitio y escribió un mensaje nuevo dirigido a rofrago@yahoo.com

Querido Fredy:

Me alegro de saber que ya estás otra vez entre nosotros.

Es bueno saberte cerca después de esta (como tú dices) larga ausencia.

Ojalá tu promesa de ser más participativo se cumpla esta vez. Creo que te mandé copia de los primeros mails para inducirte a contestar a la luz del camino recorrido (y por lo visto sirvió).

De todos modos, presta atención: No me escribas más a esta dirección.

He decidido registrar mi propia dirección para el libro y dejar el anterior porque me conectaba con otro tiempo, con otra situación y con una realidad que ya no es la actual.

Me parece que es hora de que deje de usar como mía la dirección de mi ex marido, ¿no crees?

Así que toma nota, tú que a veces pareces medio despistado, porque no voy a abrir más la casilla anterior. La dirección actual es:

trebor@hotmail.com

Espero saber de ti rápido tal como te pedía en el mail anterior.

Besos,

Laura

PD: No olvides cambiar mi dirección en tu libreta de addresses. Chau.

Movió el puntero hacia “Guardar” para archivar una copia del mensaje saliente y cliqueó el botón “Enviar”.

Listo -pensó Roberto.

Todo estaba bajo control. Alfredo podía escribir lo que quisiera, y él decidiría si reenviarlo, censurarlo, modificarlo o ignorarlo.

MINCE podía haberle concedido a Alfredo el derecho a recibir la misma información que él, pero a partir de ahora por lo menos quedaría al margen del intercambio directo con Laura.

Abrió el mueble donde guardaba los licores y se sirvió una copa: una medida de Cointreau y media de cognac. “Cóctel de amor”, según le había enseñado Carolina.

Estaba muy contento de que sus escrúpulos no le hubieran privado de este enorme placer doméstico.

A las dos de la mañana, y después de la cuarta copa, sintió cómo venían a su cabeza las cosas leídas y estudiadas en sus cursos de filosofía.

Tuvo ganas de compartirlas con Laura.

Laura:

Me gustaría saber qué piensas tú sobre la capacidad de amar. Para mí es una cuestión muy interesante. La gente suele quejarse de no ser querida cuando el verdadero problema es que no sabe querer.

Creo que esto es lo que hay que desarrollar.

Ortega y Gasset dice que para amar se necesitan varias condiciones.

La primera sería la percepción, la capacidad de ver al otro, de poder interesarnos por otra persona que no somos nosotros mismos.

Yo veo en algunas mujeres una actitud bien contradictoria. Se quejan de estar solas pero me sorprendo al ver el desprecio con el que hablan de los hombres.

Después se enojan al ser abandonadas, cuando en realidad ellas los abandonaron primero con su falta de amor.

Como tú me “enseñaste”, la manera de estar con otro, de poder quererlo, de querer descubrirlo, es siendo capaz de aceptarlo como es.

Pero la mayoría de la gente no se preocupa por el tema de si quiere o no, sólo se preocupa sobre si es querido y si se le demuestra el amor.

El otro día una amiga, en diálogo con su novio, le dijo a éclass="underline" “Si piensas así es que tú no me quieres”. Y yo, poniéndome en el lugar de su pareja, le contesté: “Tú no le quieres cuando piensas así”.

Ella se dio cuenta de que era cierto, que en realidad era ella la que no quería, pero igual se enfadó conmigo y me preguntó qué tenía yo en contra de la relación entre ellos.

Volvemos siempre a lo mismo: la dificultad para ver el problema en uno mismo y no en el otro.

¿Cómo ayudaremos a las personas a desarrollar su capacidad para amar?

Sería bueno mostrarles su particular manera de no querer. En el caso de mi amiga sería:

Tú no lo aceptas cómo es él.

Tú te cierras cuando él te habla.

Date cuenta de qué poco te importa lo que a él le interesa.

Tú lo criticas, lo menosprecias, lo descalificas.

Tú, que sentías que amabas demasiado y te creías tan generosa, date cuenta de que solamente le das lo que tú quieres darle, que no te ocupas de saber lo que él necesita, que sólo das por tu necesidad de dar y no por lo bien que le puede hacer a él lo que le estás dando.

Tú eres la que que no sabes quién es,

la que lo pusiste en un lugar

y nunca más… lo has vuelto a ver de verdad.

Como dice H. Pratter hablando de la incapacidad de querer de las personas: “Creo que a la primera persona que no quieren es a sí mismos, y que se maltratan y menosprecian al igual que como lo hacen con los demás. Hay muchas personas que no pueden salir de sí mismas, que no pueden interesarse en otro porque nadie les importa.”

Supongo que es por la misma razón que decimos siempre que los problemas de pareja son problemas personales, porque alguien que puede amar, siempre va a encontrar algo para amar en la persona que tiene enfrente.

Y, si no, pensemos en los grupos terpéuticos o en los talleres, a los que llegamos llenos de prejuicios y terminamos sintiendo que amamos a todos; tan solo porque ellos nos mostraron su alma y nosotros también lo hicimos.

Dice Ortega y Gasset: “Nadie ama sin razón, el mito de que el amor es puro instinto es equivocado”.

Me resulta muy interesante pensar en esto. Besos.

Fredy

Después de mandar el mensaje y terminar su sexto cóctel de amor, se dio cuenta de que las letras de la pantalla se movían en una sospechosa danza frente a sus ojos.

Apagó la máquina en «Roberto-automático», como él decía, y de memoria llegó primero a su cuarto, después a su baño y, seguramente también de memoria, a su cama.

Seguramente… porque allí apareció durmiendo a la mañana siguiente.

CAPÍTULO 10

Se despertó con la boca pastosa y la cabeza turbia.

– Ya no estoy en edad para el alcohol -ironizó consigo mismo.

Era fiesta y tenía todo el día para él.

Después de la tercera taza de café, decidió disolver un sobre de sal de frutas en medio vaso de soda; le gustaba el exceso de efervescencia que producía el polvo blanco al caer sobre el agua gasificada.

Lo bebió de un solo trago y eructó grandilocuentemente. Siempre le habían fascinado los sonidos socialmente reprochables que exagerados en la soledad lo conectaban con esa especie de rescate cínico del fluir espontáneo y sin culpa.

– Una demarcación audible de territorio -pensó.

Su territorio, su casa, su ordenador, sus pensamientos, sus sentimientos, Laura, Laura, Laura.

¿Cómo iba a enamorarse de alguien a quien no conocía? Laura…

¿Habría algo entre Fredy y ella? Habían estado juntos en Cleveland…

Laura…

Roberto recordaba el clima de los congresos de marketing: todos con todos. Los de psicología no debían ser diferentes.

Laura.

A pesar de que su concepto de los psicólogos dejaba bastante que desear en ese sentido (y también en otros), hacía mucho que sabía que esa idea de “liberados” que circulaba por ahí había sido siempre una proyección de la ficción de los psicoanalizados del mundo.

Laura.

Otra vez no podía sacar a Laura de su cabeza.

Otra vez no quería sacar a Laura de su cabeza.

Abrió el ordenador y se puso a buscar los archivos guardados de Laura. Quería releer aquél donde alguna vez ella le había escrito sobre el estar enamorado. Después de un rato lo encontró y anotó con lápiz en su block algunas frases:

“Estar enamorados nos conecta con la alegría que sentimos de saber que el otro existe, nos conecta con la poco común sensación de plenitud.”

“Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que ese otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.”

“El otro no es quien es, sino la suma de las partes más positivas del apasionado proyectadas en el otro.

“Este primer momento es más una relación mía conmigo mismo, aunque elija determinada persona para proyectar esos aspectos míos.