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El asombro se fue convirtiendo en fastidio, la expectativa dio lugar a la ansiedad y la frustración se volvió irritación.

Después de una semana sólo había llegado a su buzón un correo: la invitación para el nuevo congreso de la Asociación Gestáltica Americana.

Quizás Fredy aceptara ir juntos otra vez. Pensó que le gustaría pasar más tiempo con ese hombre con el que tanto se enojaba pero a quien admiraba en muchos aspectos.

– ¡Calma Laura! -le advirtió una voz interior que, ella sospechaba, era la de su madre. Pero, aunque hubiera sido la de su madre, esta vez Laura no pudo obedecerla.

Sentía la excitación. Indudablemente, aquella ansiedad era algo más de lo que parecía ser…

A lo mejor debía llamarlo por teléfono y simplemente pedirle que leyera y contestara su mensaje. A pesar de que nunca lo habla llamado tenía en su agenda todos los números que Fredy le había pasado en Cleveland. ¿Por qué no?

Buscó su agenda, encontró el número y marcó. El timbre de llamada ya estaba sonando cuando recordó que Fredy le había avisado que no estaría en la ciudad hasta el lunes.

Laura colgó sin esperar que saltara el contestador.

Cuatro largos días pasaron todavía antes de que el mensaje de trebor@hotmail apareciera en su pantalla.

Laura:

Me alegró saber que algo de lo que te escribo te ha servido personalmente. Lo creas o no esa frase representó un gran halago para mí, valorando como valoro tus conocimientos y experiencia me siento como si Pavarotti hubiera disfrutado de escucharme cantar en la bañera, o casi.

¿Y qué te pasa a ti?

Yo creí que tenías el tema mejor resuelto que nadie, pero después de leer tu último mensaje me doy cuenta de que, como todos los terapeutas del mundo, eres mucho más hábil con los conflictos ajenos. ¡Qué suerte! Ya nunca más me sentiré solo en esas situaciones de impotencia que hasta hoy llegaban a hacerme dudar de mi capacidad profesional.

Alentado por tu actitud me animo a más… Estoy seguro de que es un acto de mezquindad de tu parte “retirarte del mercado”; algunas decenas de tipos que conozco matarían a su madre para encontrar una mujer como tú. No estoy dispuesto a admitir que ninguno de ellos te guste o sea suficiente para ti.

Mi propuesta es esta: EXPLORAR.

Deja que se acerque el próximo tipo que aparezca y date permiso para ver qué pasa. ¿Quién sabe? Quizás…

Pido disculpas si te parece que mi consejo no está a la altura de dos terapeutas como somos, pero siento que a veces lo simple aporta las mejores soluciones.

Tengo dos cosas más para decirte. Estuve pensando sobre el título del libro.

Releyendo lo que me escribiste y a partir de la paradoja, me acordé de una poesía de Margueritte Yourcenar que dice más o menos así:

Amarte con los ojos cerrados es amarte ciegamente amarte mirándote de frente sería una locura… yo quisiera que me amen con locura.

Y pensando en esa idea y en el mensaje de nuestro libro, se me ocurrió proponerte que lo titulemos “Amarse con los ojos abiertos”

Piénsalo. Me parece que tiene mucho que ver con nosotros…

Y por último algo que no tiene ninguna relación con lo anterior, o tal vez sí.

Te acuordas de mi amigo y ex-paciente Roberto (el del cuento de Egroj), bueno, resulta que le leí tus comentarios y se quedó fascinado (más que yo) con tu claridad y tu inteligencia. Y entonces ahí mismo me dijo que quería consultar contigo algunas cosas de su relación de pareja. ¿Podrías atenderle aunque sea unas pocas sesiones para orientarlo?

No quiero que le regales nada. Me gustaría sólo que lo atiendas como un paciente más, le cobres tus honorarios y después, si quieres, me das tu opinión sobre el asunto.

Si tu respuesta es sí, como espero, escríbeme diciéndome a qué número debo pedirle que te llame.

Gracias por adelantado.

Fredy

Laura escribió enseguida un breve mensaje. Le había encantado el título inspirado en Yourcenar, sintetizaba en una frase gran parte de lo que querían transmitir. Sin lugar a dudas podría atender a Roberto en algunas consultas, mandaba para eso su dirección, teléfonos y horarios de consultorio.

De todo lo demás, su mensaje no decía una palabra. Laura sabía, pese a no mencionarlo, que la invitación que Fredy le hacía sobre “seguir intentando” la había movilizado y que esto la tendría ocupada un buen rato.

CAPÍTULO 14

– Hola, ¿Laura? -había dicho la agradable voz a primera hora del lunes.

– Sí -contestó ella.

– Mire, yo soy el paciente del que le habló el Dr. Daey.

– Ah, sí. ¿Qué tal Roberto?

– Qué agradable saber que usted recuerda mi nombre…

Por un momento Laura no supo qué decir, la respuesta era demasiado intimista para una persona a la que no conocía. A lo mejor se había equivocado al llamarlo por su nombre, quizá se estaba persiguiendo y Roberto estaba sinceramente sorprendido y agradado de no recibir la respuesta fría de un contestador automático.

Laura recordó la primera vez que se animó a contactar a un terapeuta: después de varios días de tomar coraje llamó y una voz metálica le contestó:

“Este es el consultorio de la Dra H… No podemos atender su llamada. Inmediatamente después de la señal deje su nombre, apellido y número de teléfono. Le llamaremos en cuanto nos sea posible.”

“Inmediatamente después de la señal…” había colgado y abandonado la idea de pedir una hora con la lienciada H…

– Hola Laura -siguió Roberto- ¿está ahí?

– Sí, Roberto, perdón, ¿en qué lo puedo ayudar?

– Bueno, a mí me recomendó Fredy, quiero decir el Dr. Daey. Yo quería pedir una entrevista con usted.

– Déjeme ver… -dijo Laura mientras abría su agenda ¿podrían venir el jueves a las… seis?

Se produjo un silencio en la línea y al cabo de unos segundos la comunicación se cortó.

– ¿Hola? -intentó Laura sabiendo que sería inútil- ¿Hola?… ¡Hola!

Apretó el botón gris de su teléfono inalámbrico y con el aparato en mano fue hasta la cocina a hacerse un té a la naranja.

Mientras lo bebía, con sorpresa advirtió que se había quedado pendiente de la llamada. La interrumpía la extrañeza de que el paciente no volviera a telefonear enseguida.

Dos veces durante la mañana se acercó al aparato para constatar que la línea funcionaba.

– Ya llamará -se dijo para cerrar internamente el asunto.

Durante el resto del día no se acordó del episodio, pero al anochecer de regreso a su casa, en el coche pensó que debía escribirle a Fredy contándole el intento fallido de su amigo para conseguir la entrevista.

Afortunadamente no lo hizo, porque el martes cerca del mediodía sonó su teléfono.

– Hola.

– Con Laura por favor -dijo Roberto.

– Hola Roberto -contestó Laura con genuina alegría, reconociendo la voz-, ¿qué le pasó?

– Nada, se me cortó la comunicación y después no me pude volver a comunicar en todo el día. Le pido disculpas.

– No, está bien.

– Cuando se cortó le estaba diciendo que Cristina y yo queríamos tomar un horario para verla.

– Sí. Y yo le ofrecí el jueves a las seis, ¿les viene bien?

– Estoy seguro de que sí.

– Bueno, nos vemos pasado mañana en el consultorio. ¿Usted tiene la dirección, verdad?

– Sí, gracias.

– Será hasta el jueves entonces -se despidió Laura.

– Hasta el jueves -dijo Roberto.

En muchos aspectos Cristina y Roberto eran una pareja más, un poco despareja, como diría su mamá, pero una pareja al fin. Habían llegado puntualmente el jueves y la sesión había durado casi dos horas. Al final de la sesión Laura sentía que la relación entre ellos estaba terminada hacía tiempo y que los sostenía el recuerdo, la costumbre o no sabía ella qué cosa. No era la primera vez que recibía una pareja que claramente estaba muerta y que en el fondo la consultaban para poder separarse.

Lo que se había dicho en la reunión no era demasjado diferente de lo sucedido en cientos de otras primeras entrevistas anteriores. Sin embargo, Laura se había quedado en un lugar diferente.

Tan así fue que el viernes decidió hacerse el espacio para encontrarse con Nancy a tomar el té y contarle.

– Es raro -abrió la conversación Laura- durante toda la sesión tuve la impresión de que ella no existía para él. El tipo hablaba casi exclusivamente conmigo, hasta te diría que ni siquiera cruzaba mirada con Cristina.

– A lo mejor a él no le interesa nada la relación con ella -arriesgó Nancy.

– Podría ser, pero entonces… ¿Para qué llamó pidiendo sesiones de pareja? ¿Para qué se ocupó de pedirle a Fredy mis teléfonos? ¿Por qué aceptó un nuevo horario para volver a vernos? No encaja.

– Mira -comenzó Nancy muy segura-, en mi experiencia a veces los hombres aceptan estas entrevistas para complacer a sus parejas aunque en realidad van solamente a demostrar que no hay nada para hacer. Por ahí el pobre tipo viene siendo presionado por la chica y está empeñado en demostrar que hizo todo lo posible, “hasta consiguió una terapeuta”. Es un clásico.