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Lo que pasa es que en este caso no me cuadra. Primero porque Cristina no parece el tipo de chica que fuerza situaciones como ésta, desde la intuición te diría que es ella la que está para darle el gusto a él. Segundo porque ellos estaban separados. Hasta donde me cuentan, él la llamó para venir a consulta. No, no es eso.

– Bueno, vamos a seguir el camino de escuchar a tu intuición terapéutica -propuso Nancy-. Ella está para darle el gusto a él, ¿y él?, ¿por qué está él?

– Eso es lo que no sé, y seguramente es lo que más me intriga.

– Mmmm…

– ¿Qué pasa? -interrogó Laura.

– Me parece que si él no está en función de su pareja y habida cuenta de que había en ese consultorio solamente otras dos personas, Roberto debía estar por alguna de las dos… Él mismo o… tú.

– ¿Yo? -Laura reconstruyó mentalmente la sesión del día anterior-. Ahora que recuerdo, una de las cosas que anoté en el informe de la sesión fue que en muchos momentos sentí que intentaba seducirme con sus comentarios y sus conocimientos previos.

– Tal vez fue así -agregó Nancy.

– Yo interpreté que era una de esas conductas habituales en muchos pacientes que tratan de conquistar la simpatía del terapeuta para conseguir que más adelante se ponga de su lado cuando se planteen los temas de pareja.

– Puede ser, el diagnóstico lo dará entonces tu propio informe. ¿Tú te sentiste manipulada o seducida?

– No sé… No sé… -respondió Laura-. Tú sabes que estoy en un momento especial, tengo miedo de estar equivocándome totalmente percibiendo en esta consulta lo que de alguna manera yo podría estar deseando que me pase en la vida real.

– Un momento, para. La psicoanalista aquí soy yo. Dime ¿éste no es el paciente que me contaste que escribió ese cuento del príncipe y que se quedó encantado con tu comentario y que a partir de allí pidió tu número de teléfono?

Laura asintió con la cabeza y dijo:

– ¿Sabes lo qué estoy pensando? Cuando llamó para pedir una hora yo le propuse una cita y le pregunté, como hago siempre, si podrían venir, y ahora me doy cuenta de que después de un silencio raro la comunicación supuestamente se cortó y Roberto no me llamó hasta el día siguiente…

– Bueno… Está todo claro. Él tenía la fantasía de ir solo a la sesión y tu pregunta lo despistó. Lo que sigue es lógico; llamó a Cristina y le propuso ir a una sesión de pareja.

Nancy extendió el brazo para tomar una medialuna y, antes de llevársela a la boca, satisfecha con su deducción, agregó en tono sentencioso:

– Te aseguro que Roberto va por ti y no por Cristina.

– ¿Tú crees? Fíjate… -dijo Laura y se puso a mirar por la ventana del bar.

Laura nunca habría registrado su sonrisa si Nancy no se lo hubiera hecho notar.

El sábado por la mañana, Laura se sentó delante de su ordenador; tenía urgencia de escribir.

Querido Fredy:

Me gustaría desarrollar el asunto de cómo la gente se cuenta cuentos, cómo crea historias y se las cree.

¿No te parece impresionante que alguien se junte o se separe, sufra o se aleje una y otra vez y no tenga claro el porqué?

“Los hombres no sirven para nada”, “yo necesito un hombre fuerte y siempre me tocan los débiles”, “ya pasó mi cuarto de hora”,”así como soy nadie me va a querer”, “los hombres sólo quieren acostarse y después alejarse”, “las mujeres lo único que quieren es un tipo que las mantenga”, “yo con alguien así jamás tendría nada”, etc… etc…

Cada uno tiene una historia de condicionamientos neuróticos que quiere encajar en la situación con los otros. El tema de los cuentos que se inventa cada uno no sería tan grave de no ser porque terminan por convertirse en profecías que se autorrealizan.

Por ejemplo, una mujer que teme ser abandonada. Cada vez que nota un pequeño alejamiento de su pareja vuelve con el reproche:

“¿Ves que no me quieres, que siempre me dejas sola?”

Si el hombre estaba tomando una pequeña y transitoria distancia, ella con sus reproches va a ir reforzando la actitud de él a distanciarse, hasta que el hombre se sienta abrumado y finalmente la deje.

Luego, ella confirmará su teoría de que los hombres siempre la dejan sola, que no se puede confiar en ellos, etc.

En estas situaciones es importante tomar conciencia. Darmos cuenta de qué hacemos para repetir la historia es el primer paso para dejar de hacerlo.

En las parejas los guiones de cada integrante se apoderan cada vez más de la relación e influyen en la percepción que cada uno tiene del otro. Cada uno asigna a su compañero un rol en su historia y entre los dos crean una realidad distorsionada.

Las personas establecen sus relaciones con una idea de lo que va a ocurrir, se comportan como si eso ocurriera efectivamente hasta que consiguen que suceda.

Estuve viendo a la pareja que me mandaste, Roberto y Cristina. Cada uno vino, como siempre vienen las parejas, con sus creencias a cuestas. Ella con la idea de que en una buena pareja el otro debe ser siempre la principal prioridad, y él con la convicción de que los problemas del vínculo se deben a que son diferentes,”porque en una pareja lo importante es coincidir”.

Hay que ayudar a la gente a salirse del mito que supone que si nos queremos tenemos que coincidir en todo. No es así, amarse no signifca pensar igual ni quererte más que a mí mismo. La cuestión es que me respetes como soy. La cuestión es “amarse con los ojos abiertos” como el título de nuestro libro.

Cuando podemos lograr esto en una pareja, no es tan difícil ponerse de acuerdo, porque ya hay un acuerdo esenciaclass="underline" yo te acepto como eres y tú me aceptas como soy.

Deberíamos insistir acerca de lo maravilloso que es sentirse aceptado como uno es, porque la aceptación nos da sensación de libertad; es como un motor que nos permite soltarnos. Es importante trabajar para aceptar a nuestro compañero tal como es, viéndolo en su totalidad, descubriendo su sistema de funcionamiento y respetando su manera de ser.

Cuando uno de los integrantes de una pareja dice: “Me gustaría que fueras menos esto o más aquello”, no advierte que si el otro efectivamente cambiara, cambiaría entonces todo el sistema, y es más, nadie podría garantizar que la persona que reclamaba el cambio siga sintiendo que el otro le gusta, porque el cambio lo habrá convertido en otra persona.

Sabemos que queremos al otro así como es; no podemos saber si lo querremos cuando sea de otra manera.

Las personas somos un paquete completo y amar es poder aceptar al otro como un solo paquete, quererlo como es, sin intentar cambiarlo. En fin, es todo un desafío… Un desafío que empieza por uno mismo.

“Aceptarse” empieza por “aceptarme”.

“Aceptarse”, lo repetiré hasta el cansancio, no quiere decir resignarse o creer que no hay posibilidad de mejorar. Todo lo contrario: estamos convencidos de que es ese movimiento de aceptación y no pelea -y ninguna otra cosa- el que puede generar el cambio verdadero.

Todo cambia naturalmente. Si me doy cuenta de esto me entrego sin miedo, porque sé que no me voy a quedar estancado allí, que la vida es un fluir permanente.

Aunque suene contradictorio, querer cambiar es frenar este proceso natural de cambio. Por el contrario., aceptar es permitir el cambio natural que se va a dar sin que yo lo decida.

Estar vivo es estar en movimiento permanente; lo que no puedo hacer es querer dirigir ese cambio.

Si juntamos estos dos temas (el de la falta de aceptación y el de atarnos a nuestras creencias) tendremos el mapa de los problemas del noventa por ciento de las parejas.

Entramos en la pareja llenos de ideas sobre cómo debe ser el vínculo, cómo se comporta una mujer, cómo se comporta un hombre, cómo debería comportarse alguien que nos quiere, qué es y qué no es compartir, cuánto y cómo se debe hacer el amor, si debemos hacerlo todo juntos o no, etc…

Y ni en la pareja ni en los individuos existe una ley que determine lo que es mejor. Lo mejor es siempre ser quien uno es.

Es verdad que es posible evolucionar y superarse, pero sólo cuando partimos de aceptar que somos quienes somos aquí y ahora. Dice Nana Schnake: “Nadie puede construir un puente sobre un río que no ve”.

Aceptarnos no quiere decir renunciar a mejorar, quiere decir vernos como somos, no enojarnos con lo que nos pasa, tener una actitud amorosa y establecer un vínculo reparador con nosotros mismos, que es lo que nos ayuda a crecer.

Si seguimos torturándonos a nosotros mismos, exigiéndonos ser lo que no somos, seguramente terminaremos atribuyéndole a alguien la causa de nuestro descontento. En un principio este lugar lo ocupan los padres; pero luego, en la medida en que crecemos desplazamos esta acusación a nuestra pareja: “El (o ella) es el (la) culpable de que no me desarrolle profesionalmente, de que no me divierta, de que no gane dinero, de que no sea feliz.”