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El trabajo empieza por uno.

Aceptarnos es habitar confortable y relajadamente en nosotros mismos. Besos.

Laura

PD: ¿Cuándo vuelves? Necesito que nos veamos.

Laura terminó de escribir el larguísimo texto y lo copió en el portapapeles para transcribirlo al correo electrónico.

Abrió su administrador de correo y automáticamente buscó Escribir mensaje nuevo…, clic; Para… clic; se abrió la libreta de direcciones, allí buscó Alfredo Daey… click; Aceptar… clic. En el casillero Asunto de la ventana del mensaje escribió: Creencias. Cliqueó en Pegar y el largo mail quedó escrito en la pantalla.

Subió a Enviar., clic.

La confirmación apareció en el monitor:

“Su mensaje acaba de ser enviado a Alfredo Daey en:

rofrago@yahoo.com”

A punto de apagar el ordenador se dio cuenta del error. Buscó el mail en mensajes enviados, hizo clic en “Creencias” y cuando el mensaje se abrió en pantalla bajó hasta la última línea y agregó:

PD: Acabo de mandarte este mail a tu dirección anterior. Allí quedará, esperando tu regreso. Mientras, te lo mando otra vez a trebor. Más besos. Laura

¿Debía haberle contado más a Fredy sobre su entrevista con Roberto y Cristina? Posiblemente. Sin embargo se sentía muy confundida por el momento. La conversación con su amiga había empeorado la turbulencia. ¿Y si Nancy tenía razón?

Laura llevaba un estandarte que enarbolaba con orgullo: nunca había tenido un enredo con un paciente.

Por otra parte, como ella misma había escrito, debía aceptarse, no pelearse con sus pensamientos con sus sentimientos ni con sus vivencias.

Pero “aceptarse” en ese momento implicaba admitir que la conducta seductora de Roberto, la conversación con Nancy y el mail de Fredy incitándola a explorar, habían movilizado en ella una serie de fantasías que no solía tener presente en los últimos tiempos.

No podía negar lo que su profesión le impedía desconocer: que la confusión conduce siempre a la certeza si uno se da el tiempo suficiente de permanecer confuso. No iba a ser fácil, por tanto, hacerse trampas a sí misma.

Por incómodo que resultara, tendría que esperar.

El mensaje que Fredy le mandaba en respuesta al suyo venía a responder algunas de sus inquietudes.

Querida Laura:

Es importante encontrar un equilibrio entre contener y expresar las emociones.

Creo que todo esto que venimos diciendo es muy bueno para personas que tienen dificultad de expresarse; pero no debemos olvidar que también hay otras que tienen el problema opuesto, que es no poder contener lo que sienten. Este punto es muy interesante, porque mucha gente acostumbrada a leer sobre gestalt se da permiso para decir cualquier cosa porque lo siente, y cree que si lo siente tiene que expresarlo.

No estoy para nada de acuerdo, sobre todo cuando esas personas dicen barbaridades y después argumentan: “Ahhh, yo soy muy auténtico y si siento tal cosa yo te lo digo”. No es así.

No dudo de que ser conscientes de lo que sentimos, no engañarnos con los pensamientos, darnos cuenta de lo que nos pasa, son actitudes esenciales. Esto es salud: “De ahora en adelante voy a ver qué hago con lo que me pasa”.

Sin embargo, en ocasiones es muy importante aprender a contener lo que sentimos.

Deberíamos ser capaces de retener lo que nos pasa hasta el momento oportuno para expresarlo, y buscar la forma adecuada para que el otro pueda recibir nuestro corazón abierto.

Pongamos por caso el de nuestro paciente Roberto. Quedó fascinado con la entrevista contigo. Al día siguiente de verte me escribió un mail contándome el encuentro y agradeciéndome la recomendación.

Entonces me dice (te lo cuento de colega a colega) que a los cinco minutos de entrar sintió que estaba enamorado de ti desde antes de conocerte. Dice que hubiera querido pedirle a Cristina que se fuera y dedicar ese tiempo a hablar sobre sus cosas o sobre las tuyas, pero no sobre las de ellos dos (y la verdad es que no me pareció un caso de manifiesta transferencia positiva…).

Con buen criterio de salud, me parece, Roberto decide controlar el impulso y dejar estar esa emoción sin necesidad de transformarla compulsivamente en una acción.

Creo que el tema no es vomitar irresponsablemente, eso no ayuda para nada. Es fascinante el trabajo de ir hacia adentro navegando por nuestras emociones hasta ver qué pasa en el fondo, no quedarnos con una primera emoción que puede esconder otras.

Es todo un tema el de las emociones. No confío en las personas que las toman como determinantes absolutas de su acción. Hace falta tener mucho trabajo realizado para saber lo que uno realmente siente y sólo después decidir si es o no el momento de decirlo, de actuar, de demostrarlo.

La gente frecuentemente no se da cuenta de lo que le pasa, ¿cómo pretender que sea razonable en la expresión de sus sentimientos?

Para terminar, te confieso que a veces, cuando las personas dicen estupideces como ”La quiero pero no la amo”, “Fulano ha muerto para mí” o “lo quiero como persona”, yo me pregunto qué estarán queriendo decir.

Fredy

PD: Y hablando de cuidados, no me mandes más mensajes a la dirección anterior. Nunca te perdonaría perderme alguno de tus mensajes.

Desde la parte de las confesiones de Roberto en adelante Laura había apresurado la lectura, leía el mensaje pero a la vez rastreaba en el texto para ver si había una nueva alusión a Roberto. Apenas leyó la firma volvió a esa parte y la releyó frenéticamente unas seis veces. Casi sin respiro, y con el párrafo en pantalla, levantó el teléfono para dejar un mensaje en el contestador de su amiga:

– Nancy, ¡tú sí que lo tienes claro!

CAPÍTULO 15

Laura abrió el armario, escogió una camisa y se la puso frente al espejo con un cuidado especial. Notó que se arreglaba un poco más que de costumbre y se permitió hacerlo.

La llamada había sido de por sí atípica: Roberto que pedía hora para una entrevista individual. Argumentaba que, dada la situación, no tenía sentido seguir asisitiendo a las sesiones con Cristina antes de que ellos conversaran a solas por lo menos una vez.

Fiel a su ética profesional, Laura le había preguntado si Cristina sabía que la había llamado y de su propuesta, ante lo cual Roberto le aseguró que no sólo lo sabía sino que además lo aceptaba; de hecho, Cristina nunca había estado demasiado de acuerdo ni siquiera en ir a la primera consulta, añadió.

A las tres de la tarde Laura le abrió otra vez la puerta de su consultorio y lo invitó a sentarse.

– ¿Un té? -preguntó.

– Sí, gracias -contestó Roberto.

Al acercarle la taza Laura descubrió que Roberto tenía hermosos ojos castaños y se lamentó de no haberlo notado antes.

– Creo que la vez pasada vine con una excusa -empezó Roberto-, quiero decir, me parece que desde hace mucho tiempo sé que mi relación con Cristina no funcionará.

– ¿Y entonces?

– Como Fredy siempre me dice, a veces me cuesta darme cuenta de que la verdad es la única posibilidad. Invento realidades alternativas que conducen a situaciones inútiles.

Vine porque pienso que me podrías ayudar con algunas cosas que no tengo del todo resueltas.

– Se supone que para eso está tu terapia con Fredy.

– Fredy es mi amigo, aunque muchas veces me ayude a ver lo que me cuesta ver solo. El caso es que desde que escuché lo que escribiste sobre mi cuento de Egroj empezó a rondar en mi cabeza la idea de conocerte. En ese momento no sabía si quería volver a empezar una terapia o charlar en una mesa de café, pero sabía que no quería dejar de darme esa posibilidad. Así que llamé para pedir una hora y cuando me preguntaste si “nos” iba bien el jueves, me enteré de que se suponía que debía venir en pareja. Entonces me pareció que era una buena idea invitar a Cristina, así podría resolver dos temas de una sola vez: conocerte y terminar de definir mi situación con ella. Eso es todo.

– ¿Y ahora?

– Ahora he leído algunas de las cosas que escribiste para el libro…

– ¿Cómo fue eso? -interrumpió Laura.

– Le pedí a Fredy que me leyera algunas de las cosas que habéis escrito, y a medida que las escuchaba me daba cuenta de que tú eras la persona con la que yo quería seguir creciendo.

La entrevista se prolongó mucho mas allá de los sesenta minutos previstos. Roberto le pareció a Laura un hombre muy interesante, inteligente, sensible, creativo, fresco y seductor.

Hablaron sobre su trabajo, sobre el de ella, sobre parejas, sobre el amor, sobre la muerte del romanticismo, sobre el sexo y sobre las diferencias culturales arquetípicas entre hombres y mujeres.

Casi en ningún momento Laura se sintió ocupando el lugar de terapeuta, en todo caso, y a ratos, el de una maestra con algún camino más explorado; el resto del tiempo simplemente se sintió como una mujer frente a un hombre que contaba sus experiencias y sostenía posturas tan diferentes como encantadoras.