—No soy marinero —contestó Rhys, que cambió de tema—. Entonces ¿qué has estado haciendo desde la Guerra de los Espíritus?
—He viajado de ciudad en ciudad buscando un muerto con el que hablar —dijo el kender—. Pero la mayoría de las veces sólo he conseguido que me metan en la cárcel. Tampoco es tan malo. Por lo menos me dan de comer.
Estaba delgado y desnutrido, y aunque hablaba con alegría parecía tan desdichado que Rhys tomó una decisión. Aún no había decidido si el kender se encontraba loco o en su sano juicio, si mentía o era sincero (todo lo sincero que podía ser un kender). Sin embargo, supuso que merecía la pena descubrirlo. Además de que prefería no ofender a su temperamental diosa, que le había hecho aquel extraño regalo.
—Lo cierto es, Beleño, que me mandaron aquí a buscarte —dijo Rhys.
El kender se levantó de brinco, y Atta se despertó con un sobresalto.
—¡Lo sabía! ¡Eres un alguacil disfrazado!
—No, no —se apresuró a negar Rhys—. Soy un monje, de verdad. Zeboim es la que me mandó.
—¿Una diosa que me busca? —preguntó el kender, alarmado—. Eso es peor que un alguacil.
—Beleño... —empezó Rhys.
Reaccionó demasiado tarde. Con un ágil brinco, el kender salvó la estela y puso pies en polvorosa. Al haber pasado la vida huyendo de persecuciones, el kender era veloz y ágil. Una buena comida le había dado fuerzas, y conocía bien el entorno. Rhys no podría alcanzarlo, pero no se hallaba solo. —Atta, ¡trae!
La perra estaba de pie y, al oír la orden familiar, empezó a obedecer de forma instintiva, pero se frenó y se volvió a mirar a Rhys con expresión perpleja.
«Haré lo que quieres, amo, pero ¿dónde están las ovejas?», parecía preguntar.
—¡Trae! —repitió firmemente el hombre al tiempo que señalaba al kender que huía.
Atta lo miró durante un par de segundos más para estar segura de que había entendido y después echó a correr por el cementerio en persecución del kender.
El animal utilizó con Beleño las mismas tácticas que habría utilizado con una oveja: se le aproximó por el flanco izquierdo en un amplio círculo, sin mirarlo para no asustarlo, y después giró delante de él para que se volviera y obligarlo a ir hacia Rhys.
Al percibir un manchón blanco y negro por el rabillo del ojo, Beleño torció y corrió en otra dirección. Atta seguía delante de él, y no tuvo más remedio que girar otra vez. Por tercera vez apareció al frente, y por tercera vez el kender se vio obligado a girar.
El animal no lo atacaba. Cuando él aflojaba el paso, la perra hacía otro tanto. Cuando él se paraba, Atta se tumbaba en el suelo y lo miraba con tal fijeza con sus ojos castaños que a Beleño le costaba trabajo apartar la vista. En el momento en el que se ponía en movimiento, ella se levantaba. Beleño probó con todos los virajes y quiebros que conocía, pero siempre la encontraba delante de él, el cuerpo ágil y pequeño de la perra girando una y otra vez para desviarlo. Sólo podía moverse libremente en una dirección, y ésta era de la que había salido.
Al cabo, jadeante, Beleño se encaramó a una estela y se quedó allí, tembloroso.
—¡Aléjate de mí! —chilló.
—Es suficiente, Atta —dijo Rhys, y la perra se relajó y se acercó a él para que le diera unas palmaditas en la cabeza.
El monje se acercó a donde estaba encaramado el kender.
—No estás metido en un lío, Beleño. Todo lo contrario. Voy a realizar una misión y necesito tu ayuda.
Los ojos del kender se abrieron de par en par.
—¿Una misión? ¿Mi ayuda? ¿Estás seguro?
—Sí, por eso me mandó mi diosa en tu busca.
Rhys le contó todo lo que había pasado, desde la llegada de su hermano al monasterio hasta el terrible crimen que había cometido. Beleño escuchó fascinado, aunque interpretó mal el objetivo de la misión. Se bajó de un salto de la estela y cogió la mano de Rhys.
—¡Tenemos que regresar allí inmediatamente! —dijo a la par que intentaba tirar de él—. Donde enterraste a tus amigos.
—No —repuso firmemente el monje—. Hemos de encontrar a mi hermano.
—Pero todos esos espíritus agitados me necesitan —dijo Beleño en tono suplicante.
—Ahora están con su dios —manifestó Rhys. —¿Estás seguro?
—Sí —respondió el monje, y era cierto—. Debemos encontrar a mi hermano y detenerlo antes de que haga daño a alguien más. Tenemos que descubrir lo que Chemosh le hizo para que pasara de ser un clérigo de Kiri—Jolith a ser un seguidor del Señor de la Muerte. Tú te puedes comunicar con los muertos, cosa que podría ser útil, además de que lo puedes hacer sin levantar sospechas. No te puedo pagar nada —añadió—, porque a los monjes se nos prohibe aceptar pago alguno excepto lo que necesitemos para sobrevivir.
—Con más carne como la que acabamos de comer me daría por satisfecho. Y será estupendo tener un amigo —dijo Beleño, entusiasmado—. Un amigo vivo de verdad. —Miró a la perra.
«Supongo que tendrás que llevarla, ¿no?
—Atta es una buena guardiana así como una buena compañera. No te preocupes. —Rhys posó la mano en el hombro del kender con aire tranquilizador—. Le caes bien, por eso te persiguió. No quería que te marcharas.
—¿De veras? —Beleño parecía complacido—. Creía que me arreaba como si fuera una oveja o algo así. Pero si le caigo bien, entonces es distinto. A mí también me cae bien.
La oscuridad ocultó la sonrisa de Rhys.
—Me alojo con un granjero que vive cerca. Pasaremos la noche allí y nos pondremos en marcha de buena mañana.
—Los granjeros no suelen dejarme entrar en sus casas —comentó Beleño, que se puso a andar al lado del monje, dando dos pasos por cada uno de los del hombre a causa de sus cortas piernas.
—Me parece que éste te dejará una vez que le haya explicado lo mucho que Atta te aprecia —predijo Rhys.
La perra estaba tan encariñada con el kender que se tumbó encima de sus piernas toda la noche y no lo perdió de vista un solo momento.
9
A Rhys no le resultó difícil dar con el rastro de su hermano. La gente recordaba claramente a un clérigo de Kiri—Jolith que se pasaba la noche de juerga en las tabernas y el día coqueteando con sus hijas. Rhys había estado temiendo descubrir que su hermano había vuelto a asesinar y lo sorprendió y lo alivió enterarse de que lo peor que había hecho era marcharse de la ciudad sin pagar la cuenta de la taberna.
Cuando preguntó si su hermano había hablado de Chemosh, todo el mundo pareció divertido y sacudió la cabeza. No les había mencionado una sola palabra de ningún dios, menos aún de uno como Chemosh. Lleu era un joven agradable y apuesto que quería divertirse, y no había nada malo en ser un poco imprudente y alborotador. La mayoría lo tenían por un buen tipo y esperaban que le fuera bien.
A Rhys le extrañó mucho aquello. No le encajaba la imagen que esa gente le daba de un alegre calavera con la del asesino despiadado que había matado brutalmente a diecinueve personas. Habría llegado a dudar que iba tras la pista de su hermano, pero todos reconocían a Lleu por la descripción física y por el hecho de llevar la túnica de Kiri—Jolith. No había muchos clérigos de ese dios en Abanasinia, donde su culto apenas empezaba a divulgarse.
Rhys sólo encontró un hombre que tenía algo malo que decir de Lleu Alarife, y era un molinero que le había dado alojamiento y comida a cambio de unos cuantos días de trabajo en el molino.
—Mi hija no ha vuelto a ser la misma desde entonces —le contó el molinero a Rhys—. Maldigo el día que vino y me maldigo a mí mismo por haberlo conocido. Mi Betsy era una muchacha obediente antes de que ése se fijara en ella. Muy trabajadora. Iba a casarse el mes que viene con el hijo de unos de los tenderos más prósperos de la ciudad. Era un buen matrimonio, pero eso se ha acabado ahora, gracias a tu hermano. Sacudió la cabeza con aire severo.