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—Deja de hacerte el dormido, Beleño —le regañó—. Ya nos tenemos que ir. Tengo que ir a Morada de los Dioses y el mapa lo tienes tú.

Empezó a temblarle la voz.

—¡Despiértate! —exclamó entre hipidos—. Por favor, por favor, despiértate.

El kender no se movió.

Mina emitió un gemido desgarrador y se abrazó al cuerpo.

—¡Lo siento, lo siento, lo siento! —gritaba una y otra vez, en un paroxismo de dolor.

—Mina... —masculló Rhys con la boca llena de sangre y dientes rotos y la mandíbula fuera de su sitio.

Su nombre resonó en las paredes de los Señores de la Muerte.

—Mina, Mina...

Se puso en pie. La niñita miró a Beleño afligida, pero fue la mujer, Mina, quien le cerró con delicadeza los ojos de mirada vacía. La mujer, Mina, se acercó a Galdar. Apoyó una mano sobre el minotauro y le susurró algo. La mujer volvió junto a Atta y la acarició con ternura. Después Mina se arrodilló junto a Rhys. Con una sonrisa triste, le tocó en la frente.

El ámbar, cálido y dorado, se deslizó sobre él.

7

Mina, la mujer, estaba sentada junto a Valthonis sobre la dura superficie de la piedra, azotada por el viento. Ya no vestía armadura ni los negros ropajes propios de una sacerdotisa de Chemosh. Se cubría con un vestido sencillo, que caía formando pliegues sobre su cuerpo. Su cabello cobrizo estaba recogido en delicados rizos en la nuca. Sentada en silencio, observaba al Dios Caminante, esperando a que recuperara la conciencia.

Por fin Valthonis se incorporó, miró en derredor y su expresión se ensombreció. Se levantó rápidamente y fue a atender a los heridos. Mina lo miraba sin emoción, con el rostro impasible, impenetrable.

—El kender está muerto —declaró—. Lo maté yo. El monje, el minotauro y el perro sobrevivirán, creo.

Valthonis se arrodilló junto al kender y colocó el cuerpo roto con delicadeza en una postura más natural. En voz baja, le dio su bendición.

—Sacúdete el polvo del camino, pequeño amigo. Ahora tus botas se cubren del polvo de las estrellas.

Se quitó la capa verde y cubrió el menudo cadáver con ella, con gestos reverentes. Valthonis se inclinó junto a Atta, que meneaba la cola apenas sin fuerzas y le dio un lametazo en la mano. Apartó el pelo negro cubierto de sangre, pero las heridas no parecían graves. Le acarició la cabeza y después se acercó a su amo.

—Me parece que conozco al monje —dijo Mina—. Lo he visto antes. Estaba intentando recordar dónde y por fin me acuerdo. Fue en un bote... No, no era un bote. Era una taberna que había sido un bote. Él estaba allí, yo entré y él me miró y me conocía... Sabía quién era yo... —Arrugó un poco la frente—. Pero él no...

Valthonis levantó la cabeza y miró en sus ojos ambarinos. Ya no vio el sinfín de almas allí atrapadas. En sus ojos transparentes vio el terrible conocimiento. Y se vio a sí mismo, reflejado en su superficie brillante.

—El monje estaba sentado junto a un hombre... Era un hombre que estaba muerto. No sé su nombre. —Mina quedó callada y después añadió, con la voz temblorosa—: Tantos hombres... y no sé el nombre de ninguno. Pero sé el nombre del monje. Es el hermano Rhys. Y él sabe mi nombre. Él me conoce. Sabe qué y quién soy. E incluso así, caminó a mi lado. Me guió. —Sonrió con tristeza— Me gritó...

Valthonis apoyó la mano en el cuello de Rhys y sintió el latir de la vida. El monje tenía la cara cubierta de sangre, pero no encontró ninguna herida. No dijo nada en respuesta a las palabras de Mina. El instinto le decía que ella no quería que hablara. Lo que quería, lo que necesitaba, era escucharse a sí misma en el silencio sepulcral del valle de Neraka.

—El kender también me conocía. Cuando me vio por primera vez, empezó a sollozar. Lloraba por mí. Lloraba de pena por mí. Me dijo: «Estás tan triste...» Y el minotauro, Galdar, era mi amigo. Un amigo bueno y leal...

Mina apartó la mirada del minotauro y la paseó por el valle, fantasmagórico y yermo.

—Odio este lugar. Sé dónde estoy. Estoy en Neraka y han pasado cosas terribles por mi culpa... Y más cosas terribles pasarán... por mi culpa...

Miró a Valthonis, suplicante.

—Ya sabes lo que quiero decir. Tu nombre significa «el exilio» en elfo. Y eres mi padre. Y ambos, el padre mortal y la hija desdichada, somos exiliados. Con la diferencia de que tú no podrás regresar nunca. —Mina suspiró; fue un suspiro largo y profundo—. Y yo debo regresar.

Valthonis se acercó al minotauro. Puso la mano sobre el cuello ancho como el de un toro.

—Soy una diosa —dijo Mina—. Vivo todos los tiempos al mismo tiempo. —Una arruga perturbó su frente lisa, al añadir—: Aunque hay un tiempo antes del tiempo que no recuerdo y un tiempo que todavía está por venir que no veo...

El viento silbaba entre las rocas, como el aire que se escapa entre unos dientes putrefactos, pero lo único que oía Valthonis eran las palabras de Mina. Era como si el mundo físico hubiera desaparecido bajo sus pies y estuviera suspendido en el éter y sólo existieran su voz y los ojos ambarinos, a los que, mientras él los miraba, acudían las lágrimas.

—He cometido maldades, padre —dijo Mina, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas—. O, mejor dicho, cometo maldades, pues vivo en todos los tiempos a la vez. Dicen que soy una diosa nacida de la luz y, sin embargo, atraigo la oscuridad. Miles de inocentes mueren por mi culpa. Asesino a aquellos que confían en mí. Arrebato la vida y devuelvo muerte viviente. Algunos dicen que me engañó Takhisis y que no sé que estoy haciendo el mal.

Mina sonrió entre las lágrimas y aquélla fue una sonrisa extraña y fría.

—Pero sé lo que estoy haciendo. Quiero oírles cantar mi nombre, padre. Quiero que me veneren. ¡Mina! No Takhisis. Ni Chemosh. Mina. Sólo Mina.

No se movió para secarse las lágrimas.

—Quienes fueron mis madres para mí, ambas murieron. Cuando Goldmoon estaba muriéndose, me miró desde el crepúsculo y vio la verdad, la fealdad que hay en mi interior. Y me abandonó.

Mina se levantó y corrió hacia el minotauro. Se agachó junto a él, pero no lo tocó. Se levantó y caminó hasta donde yacía el kender, debajo de la capa verde. Se inclinó y colocó con delicadeza una esquina de la tela que el viento había volado. Una luz trémula brillaba en sus ojos.

—Puedo arreglarlo —dijo. Se incorporó y abrió los brazos, abarcando a los heridos y el muerto, las ruinas del templo y el valle maldito—. ¡Soy una diosa! ¡Puedo hacer que todo esto no haya ocurrido jamás!

—Así es —confirmó Valthonis—. Pero para hacerlo, tendrías que regresar al primer segundo del primer minuto del primer día y empezar de nuevo.

—¡No lo entiendo! —gritó Mina confundida—. Hablas en clave.

—Todos volveríamos atrás si pudiéramos, Mina. Todos borraríamos nuestros errores del pasado. Para los mortales es imposible. Aceptamos la realidad, aprendemos de ella y seguimos adelante. Para un dios es posible. Pero significa hacer desaparecer la creación y volver a empezar.

Mina parecía dispuesta a rebelarse, como si no creyera lo que le decía, y durante un momento eterno Valthonis temió que su sufrimiento fueran tan intenso que quisiera aliviarlo echando al olvido al mundo y a ella misma.

Mina cayó de hinojos y alzó el rostro hacia el cielo.

—¡Dioses! ¡Me empujáis y tiráis de mí en todas direcciones! —gritó—. Todos me queréis para vuestros propios fines. A ninguno le importa qué quiero yo.

—¿Qué quieres tú, Mina? —preguntó Valthonis.

Miró en derredor, como si ella misma se lo preguntara. Su mirada se posó en el kender, su cuerpo descoyuntado e inmóvil tapado por la capa verde. Después su mirada voló hasta Galdar, que seguía inconsciente, el amigo leal. Miró a Rhys, que la había consolado cuando se despertaba llorando en medio de la noche.

—Quiero volver a dormir —susurró.