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Por primera vez desde que lo conoció, Maura vio la fría resolución de un hombre poderoso que haría lo que tuviera que hacer para conseguir exactamente lo que quería.

– Has ido demasiado lejos -le advirtió.

– No sé qué quieres decir.

– No te hagas el tonto. Has despedido a mi hermana de la película.

Jefferson se encogió de hombros.

– El director no estaba contento con ella.

– Eso es mentira -dijo Maura-, Tú mismo me dijiste que Cara tenía posibilidades en el mundo del cine, así que el trabajo no es el problema. Soy yo. Crees que despidiendo a mi hermana conseguirás lo que quieres… y hay que ser muy rastrero para eso.

– Te equivocas -replicó él-. Hay que ser un hombre que quiere conseguir algo y está dispuesto a hacer lo que tenga que hacer. Te advertí que no iba a echarme atrás, Maura. Soy Jefferson King y un King hace lo que sea necesario para conseguir lo que quiere.

– ¿Cueste lo que cueste? -Maura buscó en sus ojos alguna señal del hombre del que se había enamorado, pero no había ninguna.

– Vamos a tener un hijo y haré lo que haga falta para asegurarme de que forme parte de mi vida.

La determinación de cuidar de su hijo debería ser algo bueno, pero Jefferson usaba su dinero y su poder como un bate de béisbol, moviéndolo de lado a lado y derribando a cualquiera que se pusiera en su camino. Y eso no podía entenderlo, ni perdonarlo.

– No tenías ningún derecho a meter a mi hermana en este asunto -le dijo-. Esto es entre nosotros, Jefferson, nadie más.

– Tú la has metido en esto al no atender a razones.

– ¿Y como no estoy de acuerdo contigo te parece bien usar las tácticas de un tirano?

– Eres tú quien se ha puesto difícil, no yo.

– Yo sólo quiero…

– ¿Qué? -Jefferson puso las manos sobre sus brazos-, ¿Qué es lo que quieres, Maura?

Algo en lo que él no tenía interés, pensó, mirándolo a los ojos y por fin, por fin, viendo al hombre al que amaba. También él estaba angustiado, se daba cuenta. Estaba tan frustrado como ella.

¿Qué quería?, le había preguntado. ¿Cómo iba a contestar a esa pregunta? Ella quería el cuento de hadas. Lo que quería era amar a Jefferson y que él la amase también. Casarse con él y formar una familia. Casarse sólo por el niño sería una tontería, pero sentía la tentación de decir que sí sólo para estar con él…

Pero sabía que si se mostraba débil algún día lo lamentaría amargamente.

– Quiero que le devuelves el trabajo a Cara.

– ¿Y qué me darás a cambio?

– No voy a casarme contigo sólo por el niño. No puedo hacer eso. Ni por mí ni por ti… sería condenarnos a los tres a vivir sin amor. ¿Qué tiene eso de bueno?

– Eres tan obstinada como yo…

– Sí, desde luego. Menuda pareja, ¿eh?

Jefferson la miró a los ojos, suspirando.

– Tu hermana puede volver al rodaje.

– Gracias -dijo ella, sorprendida y nerviosa. Seguía temblando con una mezcla de rabia, deseo y… ahora tenía que marcharse.

Pero las manos de Jefferson eran tan cálidas, tan tiernas. La calentaban, alejando el frío que había llevado con ella desde la calle. Pero estar con él sólo haría que la despedida fuese aún más difícil. Aunque despedirse de Jefferson le destrozaría el corazón de todas formas. ¿Una noche más empeoraría las cosas o lo haría todo más fácil?, se preguntó.

Como si hubiera leído sus pensamientos, Jefferson la apretó contra su pecho, enterrando la cara en la curva de su cuello. El calor de sus labios la hizo estremecer y sus manos, deslizándose arriba y abajo por su espalda, hacían que cada célula de su cuerpo gritase de alegría. Le dolía el corazón, su cuerpo ardía y Maura sabía que no había forma de parar aquello. No quería pensar, no podía pensar.

Lo que había entre ellos era tan poderoso que resultaba imparable.

– Te he echado de menos -dijo Jefferson por fin, besando su frente, sus mejillas, su nariz-. No quería -admitió luego-, pero te he echado de menos. No puedo dejar de pensar en ti, Maura.

– Yo tampoco -suspiró ella, ofreciéndole sus labios. Y Jefferson los tomó, besándola con tal ternura que le daban ganas de llorar.

La dulzura de sus caricias se llevaba la urgencia del deseo. Allí estaba su casa, pensó, allí era donde quería estar, en sus brazos. Para siempre.

Jefferson levantó una mano para acariciar su pelo, sujetando su cabeza mientras la besaba. Y ella se entregó por completo.

¿Cómo había podido pensar que podría vivir el resto de su vida sin experimentar aquello? ¿Cómo había podido aguantar meses sin las caricias de Jefferson? ¿Y cómo iba a soportar el resto de su vida sin él?

– Quédate conmigo -musitó Jefferson, llevándola hacia el dormitorio.

Se movía como si fuera bailando: una mano en la cintura, la otra sujetando su mano sobre el pecho. Y cuando la habitación empezó a dar vueltas, Maura supo que bailaría con Jefferson King en cualquier sitio.

– Quédate conmigo -Maura repitió sus palabras y, al ver el brillo de sus ojos, supo que le había tocado el corazón.

Diez

Las cortinas del balcón se movían con la brisa y desde la calle les llegaba la música de un pub cercano. Había una sola lámpara encendida, iluminando lo suficiente como para ahuyentar las sombras de la habitación.

Jefferson se detuvo al lado de la cama y la ayudó a quitarse el jersey. Debajo llevaba una sencilla camisa que desabrochó y tiró a un lado. Luego le quitó el sujetador con sorprendente habilidad y la libró de botas, pantalones y ropa interior. En unos seguros, Maura estaba desnuda delante de él y un poco insegura sobre los cambios en su cuerpo. Jefferson no la había visto desnuda desde la primera y última vez y desde entonces no era la misma.

Maura vio que sus ojos se suavizaban al mirar el abdomen abultado…

– He cambiado, lo sé.

– Sí, claro -susurró él, poniendo una mano sobre su hijo-. Y ahora eres más preciosa aún.

– Tienes el don de los irlandeses de decir justo lo que tienes que decir en cada momento -sonrió ella.

– Estás temblando, voy a cerrar el balcón.

– No, no. No es el frío lo que me hace temblar, es el deseo. El deseo que siento por ti.

Jefferson tragó saliva mientras se inclinaba para apartar el embozo. ¿Habría otra mujer tan directa como Maura Donohue?, se preguntó, como tantas otras veces.

– De todas formas, métete bajo las sábanas -le dijo, esperando a que lo hiciera.

Cuando, una vez desnudo, se reunió con ella, Maura se acercó a él por instinto. Era tan perfecto, pensó, mientras deslizaba la mano por su espalda y sus hombros.

Sus labios se encontraron y sus lenguas se enredaron, mezclando sus alientos. Se besaban como si estuvieran hechos para hacer eso y sólo eso. Maura lo abrazó mientras Jefferson cubría su cuerpo con el suyo, levantando las caderas para recibirlo. Sus corazones latían al unísono, sus cuerpos moviéndose al mismo ritmo, como si hubieran esperado una eternidad… sus suspiros llenando el aire. La primera ola de placer la envolvió y ella gritó su nombre mientras su alma se partía bajo esas manos tan tiernas. Unos segundos después, Jefferson caía sobre ella, estremecido.

En el silencio pasaron horas o minutos, no lo sabía.

Lo único que sabía era que no quería que aquella noche terminase nunca. No quería perder a Jefferson, pero no encontraba la manera de retenerlo. ¿Por qué no se daba cuenta de que la quería? Lo veía en sus caricias, en el brillo de sus ojos; esa pasión no era sólo de deseo. Había algo allí… y era más que afecto.

Sin embargo, Jefferson no había mencionado esa palabra. ¿Por qué estaba tan decidido a no entregarle su corazón?

Mientras se hacía esas preguntas, Jefferson tiró de ella para darse la vuelta, apretándola contra su pecho. ¿Cuánto tiempo podían estar así? ¿Cuánto tiempo antes de que se rompieran el corazón el uno al otro y ya no hubiera nada que salvar?