– ¿Y por qué no lo has dicho antes?
Él soltó una carcajada.
– ¿Quién puede decir una palabra cuando tú empiezas con uno de tus discursos?
– Sí, eso es verdad, tengo muy mal carácter, pero es que lo he pasado tan mal… -suspiró Maura, sobre la curva de su cuello.
– Yo también lo he pasado mal. Sin ti no hay nada, ahora lo sé.
– Oh, Jefferson, cuánto te he echado de menos.
– Yo iba a buscarte -dijo él, su voz ronca y llena de emoción-. Había decidido volver a Irlanda y convencerte para que te casaras conmigo, aunque tuviera que secuestrarte.
Ella rió, entre el alivio y la incredulidad.
– Casi lamento habérmelo perdido.
– Te compensaré -le prometió Jefferson-, Quiero vivir en Irlanda, contigo y con el niño, en la granja.
Maura echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos, incrédula.
– ¿Vivirías en Irlanda?
– No será tan difícil. Creo que me gusta ese sitio casi tanto como a ti.
– Eres un hombre maravilloso. ¿Te lo he dicho últimamente?
– No, últimamente no -rió Jefferson.
Había ido hasta allí, tan lejos, para buscarlo. Había soñado y había rezado para convencerlo. Y ahora que lo tenía, lo único que podía hacer era apretarse contra él como si no quisiera soltarlo nunca.
– Tendré que viajar algunas veces -empezó a decir Jefferson-, pero el niño y tú podéis ir conmigo. Tendremos muchas aventuras y nuestra vida será muy feliz, te lo prometo.
– Te creo -dijo ella, poniendo una mano en su cara.
– Maura… -Jefferson la miraba a los ojos como un hombre que hubiera despertado de un largo sueño-. Voy a pedírtelo otra vez, pero ahora de verdad. Quiero que te cases conmigo no por el niño sino porque te quiero y porque no puedo vivir sin ti.
– Ah, Jefferson, ahora voy a llorar -suspiró ella, con los ojos empañados.
– No, por favor. No llores -Jefferson intentó secar sus lágrimas con un dedo-. No te merezco, ¿verdad?
Maura apoyó la cara en su pecho para escuchar los latidos de su corazón.
– Cariño mío, si todas las mujeres esperasen al hombre que las merece no habría matrimonios.
Jefferson la apretó contra su corazón, riendo.
– Tú eres la mujer de mi vida, la única.
– Y tú para mí, cariño. Siempre te querré.
– Cuenta con ello -Jefferson la besó entonces; un beso profundo y sentido que prometía una vida entera de amor.
Y cuando el beso terminó y se apartaron… oyeron los aplausos y silbidos de sus hermanos, que habían salido para presenciar la escena.
– Ven conmigo -rió Jefferson, tomando su mano-. Quiero presentarte a mi familia.
– Nuestra familia -lo corrigió Maura, apoyando la cabeza en su hombro
Y luego, juntos, se alejaron del pasado para adentrase en el futuro.
MAUREEN CHILD