Выбрать главу

Una canción se convertía en otra, pasando de la música ligera a las baladas y Jefferson, que observaba a la gente con el ojo de un cineasta, supo que tendría que incluir aquella escena en su película. Tendría que hablar con el director sobre los hermanos Flanagan, que tenían un talento asombroso. Tal vez podría hacer realidad más de un sueño en aquel pueblo, pensó.

Cuando por fin consiguiera que Maura firmase el contrato. Jefferson la miró entonces y se quedó sin aliento. Se había dado cuenta de lo guapa que era desde el primer día, pero a la luz de la vela que había sobre la mesa, en un jarroncito de cristal, parecía casi etérea. Lo cual era ridículo porque la había visto agarrar a una oveja de casi cien kilos y tirarla al suelo, de modo que frágil no era. Sin embargo, empezaba a verla de otra forma… una forma que hacía que su cuerpo se pusiera particularmente tenso en ciertas zonas. Debería estar acostumbrado, pensó. Llevaba allí casi una semana, con su cuerpo en un constante estado de alerta que lo estaba volviendo loco. Tal vez debería dejar de ser tan amable y sencillamente seducir a Maura.

Entonces, de repente, una chica entró en el pub y se sentó a su mesa, empujando un poco a Maura.

– ¡Sopa! -exclamó Cara Donohue-. Qué bien, estoy muerta de hambre.

– Pide una, pesada -protestó Maura, riendo.

– No me hace falta, tengo la tuya. ¿La has convencido ya para que firme, Jefferson?

– No, aún no -contestó él.

Cara Donohue era más alta y más delgada que Maura, con el pelo corto y unos brillantes ojos azules que parecían dispuestos a comerse el mundo. Tenía cuatro años menos que su hermana y era dos veces más abierta y, sin embargo, Jefferson no sentía ninguna atracción por ella.

Cara era una buena chica con un brillante futuro por delante, pero Maura era una mujer que haría que cualquier hombre se parase para mirarla dos veces e incluso tres.

– Lo conseguirás. Los americanos sois muy insistentes, ¿no? Además, Maura cree que eres muy guapo.

– ¡Cara!

– Pero es verdad -dijo su hermana, tomando un sorbo de su cerveza-. No es nada malo decirle que te gusta mirarlo. ¿A qué mujer no le gustaría? Y he visto cómo la miras tú también, Jefferson.

– Cara, si no te callas inmediatamente…

Maura no terminó su amenaza, pero Jefferson no podía dejar de sonreír. Sus hermanos y él eran iguales, siempre bromeando y metiéndose los unos con los otros estuviera quien estuviera delante. Además, le gustaba eso de que Maura hubiese estado hablando de él.

– No he dicho nada malo -insistió Cara-, ¿Por qué no ibais a miraros?

– No le hagas ni caso, esta chica está loca -dijo Maura, sacudiendo la cabeza.

– ¿Por qué? Está diciendo la verdad.

– Tal vez, pero no tiene por qué decirlo en voz alta, ¿no?

– Te preocupas demasiado -rió su hermana.

De repente, la música de los Flanagan se convirtió en un ritmo frenético que todos los vecinos seguían con las manos o los pies. Era un ritmo que parecía meterse en el corazón y Jefferson se encontró tamborileando sobre la mesa.

– Están tocando Whisky en la jarra -dijo Cara-. Venga, Maura, baila conmigo.

Maura negó con la cabeza, pero Cara empezó a tirar de ella.

– Llevo todo el día trabajando y no me apetece bailar. Y menos con la bocazas de mi hermana.

– Pero te gusta bailar, no lo niegues. Además, te encanta esta canción -sonrió la joven, tirando de su brazo.

Maura miró a Jefferson, avergonzada, pero luego, encogiéndose de hombros, siguió a su hermana hasta una zona que los parroquianos habían dejado libre, frente a las mesas. La gente aplaudió cuando se colocaron una frente a la otra, riendo. Y entonces las hermanas Donohue se pusieron en acción, con la espalda recta como un palo, los brazos pegados a los costados… y sus pies volando.

Jefferson, como casi todo el mundo, había visto el espectáculo de Broadway de los bailarines irlandeses y había salido impresionado. Pero allí, en aquel pub diminuto en un pueblo pequeño de la costa irlandesa, se sintió arrastrado por una especie de magia.

La música sonaba, la gente aplaudía y las dos hermanas bailaban como si tuvieran alas en los pies. Jefferson no podía apartar sus ojos de Maura. Había estado trabajando todo el día, él era testigo, y sin embargo allí estaba, bailando y riendo, tan elegante como una hoja empujada por el viento. Era tan preciosa que no podía apartar la mirada.

Pensó entonces en las historias que había oído sobre su bisabuelo, que se había enamorado locamente de una chica irlandesa en un pub como aquél, en una noche mágica. Y, por primera vez en su vida, entendió cómo había ocurrido.

Cara se marchó del pub poco después porque tenía que ir a Westport, una ciudad portuaria a diez kilómetros de allí.

– Estaré en casa de Mary Dooley si me necesitas -dijo, besando a su hermana y guiñándole un ojo a Jefferson-. Y si no, nos vemos mañana.

Cuando su hermana desapareció, Maura miró a Jefferson, riendo.

– Es una fuerza de la naturaleza, siempre lo ha sido. Lo único que la paró un poco fue la muerte de nuestra madre hace cuatro años.

– Lo siento -dijo él-. Yo también sé lo que es perder a tus padres. Nunca es fácil, tengan la edad que tengan.

– No, no lo es -admitió Maura, recordando lo difíciles que habían sido esas largas y tristes semanas tras la muerte de su madre. Entonces ni siquiera Cara era capaz de sonreír, pero se apoyaron la una en la otra como nunca.

Y, al final, la vida las empujó, como hacía siempre, insistiendo en que siguieran adelante.

– Pero mi madre llevaba muchos años añorando a mi padre y ahora que ha vuelto con él seguro que está feliz.

– Tú crees en eso.

No era una pregunta, era una afirmación.

– Sí, lo creo.

– ¿Has nacido con esa fe o uno tiene que trabajar para ganársela?

– Pues… ¿nunca has sentido la presencia de alguien a quien has perdido?

– Sí, la verdad es que sí -admitió él-. Aunque no es algo de lo que suela hablar.

– ¿Por qué ibas a hacerlo? Es una cosa privada.

Maura lo miró a los ojos, intentando leer sus pensamientos, pero los ojos azules se habían ensombrecido y tuvo que esperar hasta que habló de nuevo:

– Hace diez años mis padres murieron en un accidente de coche en el que también estuvo a punto de morir unos de mis hermanos -Jefferson tomó un trago de cerveza antes de dejar la jarra sobre la mesa-. Mucho más tarde, cuando por fin pudimos recuperarnos un poco, nos dimos cuenta de que si mis padres hubieran podido elegir habrían elegido morir a la vez. Ninguno de los dos hubiera sido feliz sin el otro.

– Te entiendo -suspiró Maura. La música seguía sonando de fondo, mezclada con las conversaciones de los vecinos. Pero allí, sentada a aquella mesa con Jefferson, le parecía como si estuvieran solos en el mundo-. Mi padre murió cuando Cara era muy pequeña y mi madre nunca fue la misma sin él. La pobre lo intentaba, por nosotras, pero le faltaba algo. Un amor así es o una bendición o una maldición.

– Sí, puede que tengas razón.

Estaba sonriendo y Maura pensó que era extraño que se entendieran tan bien hablando de recuerdos tristes. Pero por alguna razón, compartir historias de su familia la hacía sentirse más acompañada de lo que se había sentido en mucho tiempo.

– Aun sabiendo que tus padres lo hubieran querido así debió ser muy duro para tus hermanos y para ti.

– Sí, desde luego. Yo por fin me había recuperado de… -Jefferson no terminó la frase-. Da igual. La cuestión es que cuando más nos necesitábamos, mis hermanos y yo nos teníamos los unos a los otros. Y teníamos que ayudar a Justice a recuperarse.

Maura se preguntó qué habría estado a punto de decir y se preguntó también por qué, si había ocurrido tanto tiempo atrás, ese pensamiento había dejado un brillo de tristeza en sus ojos. Su secreto, fuera cual fuera, le había roto el corazón. Tanto que ni siquiera ahora podía hablar de ello.