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¿Cómo había podido pasar?

Debería haberle pedido que usara un preservativo, pero ninguno de los dos pensaba con claridad esa noche.Y ahora, aparentemente, esa noche había tenido consecuencias.

Pero era una consecuencia feliz, pensó. Un hijo.

Ella siempre había querido ser madre.

Una vez fuera de la clínica, Maura miró el cielo cubierto de nubes. Estaba a punto de estallar una tormenta y se preguntó si sería una metáfora de lo que estaba a punto de ocurrir en su vida.

– Estaremos perfectamente tú y yo solos -murmuró, poniendo una mano sobre su abdomen. Ella se encargaría de que su hijo fuera un niño feliz y de que no le faltase nada.

En cuanto llegase a casa llamaría a Jefferson, pero sería una conversación rápida e impersonal. Se lo diría porque debía decírselo, pero también le diría que no tenía que volver a toda prisa porque ella se haría cargo de todo. Una llamada telefónica. Nada más.

Dos meses después…

– El señor King dijo que no habría ningún problema.

Maura miró al hombre que estaba en el porche de su casa. Era bajito, calvo y tan delgado que un golpe de viento podría arrastrarlo hasta el centro de Craic.

– El señor King dice muchas cosas, ¿no?

El hombre respiró profundamente, intentando encontrar paciencia. Y ella lo entendía muy bien porque llevaba semanas haciendo lo mismo y no la encontraba por ningún sitio.

– Tenemos un contrato -le recordó.

Maura miró al equipo de rodaje, que estaba colocando trailers y maquinaria por todas partes. Ella no había esperado que fueran tan… invasivos, pero había docenas de personas pisoteando la hierba de su granja.

– Sí, ya sé que tenemos un contrato y yo no tengo intención de echarme atrás. Le he dicho que pueden filmar en mi propiedad, pero no quiero que se acerquen a los corrales.

– Pero el señor King dijo…

– El señor King puede decir lo que quiera -lo interrumpió ella-, Y sugiero que lo llame por teléfono y lo moleste a él con sus quejas. Aunque le deseo buena suerte porque no suele ponerse al teléfono. Yo llevo dos meses intentándolo y aún no he conseguido hablar con él -añadió, antes de darle con la puerta en las narices.

Jefferson King estaba intentando controlar lo que parecían treinta proyectos diferentes a la vez. Aunque lo ayudaba estar ocupado. Afortunadamente, su puesto en los estudios King aseguraba que eso fuera así a diario.

Estaban rodando tres películas en ese momento y cada una de ellas era un dolor de cabeza. Tratar con los productores, los directores y, lo peor de todo, los actores, era suficiente para que se preguntase qué tenía de bueno dedicarse al cine. Además de todo eso, quería comprar un par de estudios pequeños y estaba negociando adquirir los derechos de una conocida novela para convertirla en lo que él esperaba fuese un éxito de taquilla. De modo que estaba muy ocupado, pero lo prefería así porque era la única forma de no pensar en Maura Donohue, que aparecía en su mente una docena de veces al día. Jefferson tiró el bolígrafo sobre la mesa y se quedó mirando la pared, con el ceño fruncido. Recordaba esa noche continuamente… esa noche y esa semana; la atracción que había habido entre ellos, que había ido creciendo inexorablemente hasta que por fin explotó aquella última noche.

Pero también recordaba su serena expresión por la mañana, mientras se despedía de él. Recordaba sus ojos claros, su sonrisa. No había llorado, no le había pedido que se quedase. De hecho, había actuado como si no fuera más que un irritante invitado que le impedía ponerse a trabajar. Pero las mujeres no le daban la espalda a Jefferson King, era él quien se marchaba. Siempre. Maura, sin embargo, lo había dejado de piedra cuando lo despidió tranquilamente en la puerta y se preguntaba si no habría sido ése su plan.

¿Habría estado tirándole de la correa, tomándole el pelo para que aumentase la oferta? ¿Sería una manipuladora y él sencillamente no lo había visto? No le gustaba pensarlo, pero… ¿por qué si no iba a mostrarse tan despreocupada después de una noche que para él había sido no sólo una sorpresa sino una revelación?

¿Qué clase de mujer pasaba la noche con un hombre y luego lo despedía en la puerta como si hubieran estado tomando un café? ¿Y por qué demonios no podía dejar de pensar en ella?

– Ya es hora de que me olvide de Maura Donohue… -Jefferson sacudió la cabeza, enfadado consigo mismo-. Genial, ahora estoy hablando solo y seguro que ella ni se acuerda de mí.

Y eso lo sacaba de quicio. Maldita fuera, Jefferson King no era un hombre al que se pudiera olvidar fácilmente. Normalmente las mujeres lo perseguían… y no sólo las aspirantes a actrices que iban a Hollywood por cientos sino mujeres inteligentes, empresarias, ejecutivas, mujeres que lo veían como un hombre de éxito, seguro de sí mismo y de su sitio en el mundo. Mujeres que no eran Maura.

¿Por qué? ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella?, se preguntaba una y otra vez. Después de todo, ninguno de los dos quería una relación. Tenía que ser su ego, sencillamente. La despedida de Maura había sido como una bofetada y él no estaba acostumbrado a eso.

– Da igual -dijo en voz alta. Los recuerdos desaparecerían tarde o temprano. Claro que eso no era un gran consuelo cada vez que despertaba por la noche pensando en ella. Pero un hombre no era responsable de sus sueños.

Suspirando, Jefferson se levantó para mirar por la ventana, desde la que se veía Beverly Hills y parte de Hollywood. Las calles estaban llenas de coches, deportivos y coches de lujo sobre todo. Pero sobre la ciudad parecía haber una continua neblina, la contaminación de una ciudad donde millones de personas corrían de un lado a otro buscando el éxito a toda costa. Y, por un momento, se permitió a sí mismo recordar las colinas de Irlanda, la cálida bienvenida en el pub, la estrecha carretera que llevaba a la granja de Maura…

Irritado consigo mismo, se pasó las dos manos por la cara. No tenía tiempo para pensar en una mujer que, sin la menor duda, ya se habría olvidado de él.

Su teléfono sonó en ese momento y Jefferson se agarró a él como a un salvavidas.

– Dime, Joan.

– Harry Robinson está en la línea tres -le dijo su ayudante-. Dice que tienen problemas en una de las localizaciones.

Harry estaba dirigiendo la película que se rodaba en la granja de Maura…

– Pásamelo -un segundo después, el director estaba al otro lado-, ¿Cuál es el problema, Harry?

– El problema es que este rodaje es una pesadilla.

– ¿Por qué? ¿Qué ha pasado?

– En el hostal no tienen habitaciones libres, los precios en el mercado se han triplicado de repente, el tipo del pub se ha quedado sin cerveza cada vez que vamos por allí…

– ¿Que no tienen cerveza en un pub irlandés? Eso no me lo creo.

– Pues créelo, esto es un desastre. No tiene nada que ver con lo que tú me contaste… y la señorita Donohue no quiere cooperar para nada.

Jefferson se tiró de la corbata porque de repente sentía como si lo estuviera estrangulando.

– Sigue.

– Ayer, el propietario del mercado nos dijo que no nos vendería nada y que nos fuéramos a la ciudad a comprar lo que necesitáramos. Y no tengo que decirte que Westport está a una hora de aquí… ah, y tengo un mensaje para ti de su parte. Te lo repito literalmente: «aquí no habrá paz para ustedes hasta que alguien cumpla con su obligación». ¿Tú sabes qué demonios ha querido decir?

– No -contestó Jefferson.

¿Obligación? ¿Qué obligación? Él había cumplido religiosamente con los contratos. ¿Qué había pasado para que, de repente, un pueblo que parecía encantado de hacerse famoso se pusiera en su contra de esa forma? Los vecinos de Craic estaban emocionados unos meses antes…