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Ivory levantó los brazos para permitir que la manada se uniera a su piel. Agradecida de que estuviera al fin preparándose para irse, la manada tomó sus lugares de uno en uno, cubriéndole la espalda y los brazos como si sólo fueran tinta sobre la piel y no criaturas inmortales. Ella nunca apartó los ojos de su compañero, nunca cambió su expresión aunque dentro de ella podía oírse chillando.

– La joven tuvo a mi hija, una niña bastante hermosa. Era asombrosa y talentosa. Todos fuimos retenidos prisioneros. Mis tías, la madre de mi hija, la pequeña y hermosa Lara y yo. No quería que matara a Lara como finalmente hizo con su madre, y le dije que haría lo que fuera.

Ella jadeó con incredulidad.

– ¿Al alto mago? ¿Comerciaste con tu alma? ¿Con el alto mago? -Se sintió un poco idiota repitiéndose pero, ¿quién hacía eso? ¿Quién sería tan…?

– Para entonces había sido torturado severamente. Él había dejado que el cadáver de la madre de Lara se pudriera delante de nosotros, y no podía soportar que Lara fuera torturada. La verdad, no pensaba con claridad. -Sacudió la cabeza-. No puedo recordar los hechos exactamente ya. El tiempo los ha enturbiado para mí. Pero no puedes confiar en mí. Puede tomar este cuerpo en cualquier momento y forzarme a hacer cosas indecibles a aquellos a los que amo. He traicionado a todos los que alguna vez significaron algo para mí.

– Y aún así luchaste contra él. Todavía luchas.

– Soy el hijo de mi padre. Xavier lo mató también y trató de poseer a mi hermana. No le permití tenerla. Cambié mi vida por la suya y luego mi alma por mi hija. No me queda nada para ti.

Esos ojos penetrantes nunca abandonaron su cara, ni una vez, y si había pena o remordimiento en esa confesión, ella no la oyó. Había comerciado con su vida y estaba dispuesto a morir este día, cuando el sol subiera, para proteger a los todos los demás, Ivory incluida.

– Él no puede tenerte -dijo-. Lo siento, pero si lo que dices es verdad, entonces yo no tengo más elección que dejarte inconsciente para que no conozcas el camino a mi guarida.

Por primera vez la expresión de él cambió.

– No puedes llevarme allí, mujer. Lo prohíbo. -Levantó ambas manos y ella sintió los comienzos del hechizo que estaba lanzando, un hechizo para forzar su conformidad.

Ella fue más rápida. Con las palmas hacia fuera, quebrantó su hechizo haciendo que estallaran pequeñas chispas entre ellos. Susurró suavemente y él parpadeó y luchó por un momento, pero muerto de hambre y débil, la cabeza le resbaló a un lado y sus ojos se cerraron.

Ivory no vaciló una vez decidida. Se arrojó al Buscador de Dragones sobre el hombro y saltó hacia al cielo, compitiendo con el sol mientras este se alzaba sobre los picos más altos. Pasó como un rayo a través de la nieve, escudriñando los senderos que conducían a las montañas en busca de rastros de humanos cazadores de vampiros, raros ahora, pero aún así una amenaza para su raza. Dio rienda suelta a sus sentidos, buscando signos de los no muertos que se podrían haber guarecido cerca de su guarida, o un cazador perdido, uno de los machos Cárpatos a los que cuidaba de ocultar su existencia.

En mitad del vuelo se encontró poniendo los ojos en blanco. Para lo que había servido eso cuando se tropezó con su compañero, tumbado en la nieve, tan delgado y ojeroso, tan demacrado por el hambre y sufriendo, que no pudo ser lo suficientemente despiadada para dejarlo allí.

– O jelä peje terádel sol te abrase, päläfertiilam, compañero -siseó en voz alta.

Nunca se le había ocurrido que se encontraría en tal apuro. Un macho. Estaba llevando a un macho empapado a su casa. Su refugio. Debería haberle dicho terád kejeachichárrate… y haber terminado con él, pero no, tenía que ser una hembra bobalicona y llevarse al maldito hombre a casa con ella.

Se dirigió hacia la abertura entre las dos columnas altas y elevadas de piedra que se alzaban como cuernos encima de la montaña. La piedra parecía sólida y nadie, en todos los años llevaba residiendo allí, había encontrado jamás esa fina grieta en la piedra izquierda que corría hacia el interior alrededor a la base, donde la torre se encontraba con el pico de la montaña misma. Le llevó un momento deshabilitar su intrincado sistema mineralógico de protección para poder pasar con el macho. Sopló suavemente en el viento, revolviendo la nieve en una mini-ventisca, cubriendo su caída mientras entraba en forma de vapor, vertiéndose como niebla en la grieta y avanzando hacia abajo por el interior de la montaña.

Pasó capas de piedra, cuevas de cristal y hielo, todo el tiempo utilizando la pequeña grieta que corría hacia el punto más profundo bajo el suelo, se movió constantemente más abajo hasta que el calor comenzó a calentarla y la presión en su cuerpo aumentó. Siempre le llevaba unos pocos momentos ajustarse a la profundidad bajo la tierra, pero con el paso de los años su cuerpo se había adaptado. Si el Buscador de Dragones había sido retenido preso por Xavier, entonces había estado bajo tierra en las cuevas de hielo donde Xavier gobernaba y su cuerpo estaría bastante aclimatado a las profundidades.

Continuó hacia abajo, pasando las cuevas donde habitaban los murciélagos e incluso más abajo, más allá de las profundidades de las cuevas de hielo, donde ningún Cárpato había dormido jamás que ella supiera. Había encontrado tierra rica y una caverna excavada. A lo largo de los siglos amplió sus dependencias hasta incluir varios cuartos. Trajo libros, almacenándolos en las estanterías del suelo hasta el techo que había creado. Recreó concienzudamente cada libro de hechizos que había estudiado cuando asistía a la escuela de Xavier, allá en los viejos tiempos en los que Xavier era considerado un amigo de la gente de los Cárpatos.

Sus muebles se adaptaban a ella y las velas estaban hechas con las mejores fragancias curativas y los minerales que pudo encontrar. Al ampliar su guarida encontró un pequeño flujo de agua, y aunque le había llevado casi setenta y cinco años, excavó una cuenca natural en la piedra sólida y formó una piscina para ella misma. Adoraba su piscina, el agua fría y limpia que siempre fluía y caía en cascada por el suelo a la siguiente cama de piedra bajo ellos.

Una vez en su guarida, reprogramó su extraordinario sistema de alarma con las gemas, que no sólo se acumulaban cayendo por la grieta sino que le proporcionaban luz de la lejana superficie. Se encogió de hombros liberando a los lobos en el momento en que estuvo dentro de su casa, permitiéndoles tomar sus formas naturales, mientras ella andaba a zancadas por los cuartos exteriores, su salón donde a los lobos les gustaba acurrucarse mientras ella leía, pintaba o tocaba su instrumento, y luego a los cuartos donde hacía su trabajo con los metales, construyendo sus armas, antes de bajar la escalera que llevaba al último cuarto donde todos dormían.

Un violín yacía en una caja contra una pared de su cámara; asentado cerca de la profunda cuenca de roca que ella había llenado de la tierra más rica. Dejó al Buscador de Dragones en la tierra rejuvenecedora y lo estudió un momento. Él luchaba, luchaba contra el hechizo del sueño. Tuvo la sensación de que no había estado tan profundamente dormido como ella había pensado, pero lo que realmente importaba era que él no vio la ubicación de su guarida.

Respirando hondo dejó sus armas e invirtió el hechizo. El Buscador de Dragones, a pesar de su condición muerta de hambre y debilitada, se levantó de la tierra con los ojos despiadadamente enojados. Cayó de espaldas lejos de él, aterrizando sobre su trasero, de forma que tuvo que inclinar la cabeza para mirarlo.