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Se inclinó hacia Victoria interesadamente. -¿Y disfrutar de la vida aquí en Bellfield?

– Oh, sí. Estábamos en Leeds antes. Echo de menos a mis amigos, pero es mucho más hermosa esta parte del país.

Hizo una pausa. -Dime, ¿quién es su misterioso Robert?

Ella ladeó la cabeza. -¿Está usted verdaderamente interesado?

– En verdad-. Cubrió su pequeña mano con la suya. -Me gustaría saber su nombre, ya que parece que debo causarle gran daño corporal si alguna él intenta encontrarse, vez otra, contigo a solas en el bosque.

– Oh, no siga.- Ella se echó a reír. -No sea tonto.

Robert llevó su mano a los labios y le dio un beso ardiente en el interior de la muñeca.

– Lo digo en serio.

Victoria hizo un débil intento de sacar su mano, pero su corazón no estaba en ello. Había algo en la forma en que este joven señor la miraba, con los ojos brillantes con una intensidad que la asustaba y la excitaba. -Fue Beechcombe Robert, mi lord.

– ¿Y él tiene derechos sobre usted?-, Murmuró.

– Robert Beechcombe tiene ocho años de edad. Habíamos quedado en ir a pescar. Pero supongo que él desistió. Me había dicho que su madre podría tener alguna tarea para que él haga.

Robert de pronto se echó a reír. -Estoy más que aliviado, la señorita Lyndon. Detesto los celos. Es una emoción muy desagradable.

– No-no me imagino porque debería sentir celos, Señor-, balbuceó Victoria. -Usted no me ha prometido nada.

– Pero tengo la intención.

– Y yo no le he prometido nada a usted,- ella dijo, su tono firme finalmente en crecimiento.

– Una situación que tendrá que rectificar-, dijo con un suspiro. Él levantó la mano, esta vez la besó los nudillos. -Por ejemplo, me gustaría mucho tu promesa de que nunca más volverás a tan siquiera mirar a otro hombre.

– No sé lo que estás hablando-, dijo Victoria, totalmente desconcertada

– No me gustaría compartir.

– ¡Mi Lord! ¡Acabamos de conocernos!

Robert se volvió hacia ella, mostrando en sus ojos una asombrosa dulzura. -Lo sé. Sé, en mi mente, que apenas hace diez minutos te conozco, pero mi corazón te ha conocido toda mi vida. Y mi alma, incluso hace más tiempo.

– Yo no sé qué decir.

– No digas nada. Simplemente siéntate aquí a mi lado y disfrutar del sol.

Y así que se sentaron en la orilla cubierta de hierba, mirando las nubes y el agua. Permanecieron en silencio durante varios minutos hasta que los ojos de Robert se centraron en algo en la distancia, y de repente se puso de pie.

– No te muevas-le ordenó, con una sonrisa tonta desmintiendo la dureza de su voz. -No se mueva ni un centímetro.

– Pero.

– ¡Ni una pulgada!-Llamó por encima del hombro, corriendo por el descampado.

– Robert-, protestó Victoria, olvidando por completo que se le debe a llamarle -mi lord.

– ¡Ya casi he terminado!

Victoria estiró el cuello, tratando de entender lo que estaba haciendo. Se había escapado a un lugar detrás de los árboles, y todo lo que pudo ver era que él se inclinaba hacia abajo. Miró a su muñeca, casi sorprendida al ver que no ardía roja donde la había besado.

Había sentido ese beso a lo largo de su cuerpo.

– Aquí estamos.- Robert salió del bosque e hizo en una reverencia cortés con un pequeño ramo de violetas silvestres en su mano derecha. -Para mi lady.

– Gracias-susurró Victoria, sintiendo las lágrimas picar sus ojos. Se sentía increíblemente emocionada, como si este hombre tuviera el poder de llevarla a través del mundo, a través del universo.

Él dejo a todas, excepto una violeta, en su mano. -Esta es la verdadera razón por la que las recogí,- murmuró, metiendo los últimos flor detrás de la oreja. -Ya está. Ahora está perfecto.

Victoria se quedó mirando el ramo de flores en la mano. -Nunca he visto nada tan bonito.

Robert miró a Victoria. -Yo tampoco.

– Huelen celestial.- Ella se inclinó y olió nuevamente. -Adoro el olor de las flores. Hay cada vez más madreselva a las afueras de mi ventana, en casa.

– ¿De verdad?-, Dijo distraídamente, casi tocando su rostro, pero retiró la mano justo a tiempo. Ella era inocente, y él no quería asustarla.

– Gracias,- dijo Victoria, de repente mirando hacia arriba.

Robert se puso de pie. -¡No te muevas! Ni una pulgada.

– ¿Otra vez?- Se echó a su rostro en erupción en la más amplia de las sonrisas. -¿A dónde vas?

Él sonrió. -Para encontrar a un artista del retrato.

– ¿Un qué?

– Quiero que este momento sea capturado por la eternidad.

– Oh, mi lord-, dijo Victoria. Su cuerpo se estremecía de risa cuando ella se puso de pie.

– Robert-corrigió.

– Robert.- Ella era terriblemente informal, pero su nombre cayó con tanta naturalidad de sus labios. -Eres tan divertido. No puedo recordar la última vez que me reí tanto.

Él se inclinó y puso un beso sobre su mano.

– ¡Dios mío,- dijo Victoria, mirando al cielo. -Es muy tarde. Papa podría venir a buscarme, y si él me encontró a solas contigo.

– Lo único que podía hacer es obligarnos a casarnos-, Robert interrumpió con una sonrisa perezosa.

Ella lo miró fijamente. -¿Y eso no es suficiente para enviarle apresuraran a viajar al condado vecino?

Se inclinó hacia delante y acarició suavemente sus labios con un beso. -Shhhh. Yo ya he decidido que voy a casarme contigo.

La boca de ella se abrió en sorpresa. -¿Estás loco?

Él retrocedió con una expresión mezcla entre diversión y asombro. -En realidad, Victoria, no creo que jamás haya estado más cuerdo que en este mismo momento.

* * *

Victoria abrió la puerta de la casa que compartía con su padre y su hermana menor.

– ¡Papá!- Gritó. -Lo siento, llego tarde. Yo estaba explorando. Todavía hay mucho de la zona no he visto.

Ella asomó la cabeza en el estudio. Su padre estaba sentado detrás de su escritorio, trabajando duro en su próximo sermón. Agitó la mano en el aire, presumiblemente señalándole que todo estaba bien y que él no quería ser molestado.

Salió de puntillas de la habitación.

Victoria se dirigió a la cocina a preparar la cena. Ella y su hermana, Eleanor, se turnaban para hacer la cena, y esta noche era su turno. Probó el caldo de res que, antes, había puesto en la estufa, añadió un poco de sal, y a continuación, se dejó caer en una silla.

¡Quería casarse con ella!

Seguro que había estado soñando. Robert era un conde. ¡Un conde! Y él se convertiría en un marqués. Los hombres de títulos elevados no se casaban con la hija de un vicario.

Sin embargo, él la había besado.

Victoria se tocó sus labios, sin sorprenderse que le temblaran las manos. Ella no podía imaginarse si el beso habría sido tan importante para él como lo había sido para ella. Él era, después de todo, mucho mayor que ella. Él habría besado, sin duda, a decenas de mujeres antes que a ella.

Sus dedos trazaron círculos y corazones en la mesa de madera, mientras su mente soñadora rememoraba lo ocurrido esa tarde. Robert. Robert. Ella pronunció su nombre, entonces lo escribió sobre la mesa con el dedo.

Phillip Robert Arthur Kemble. Trazó todos sus nombres.

Él era terriblemente apuesto. Su cabello oscuro y ondulado era un poquito demasiado largo para la moda. Y sus ojos, uno supondría que un hombre de cabello oscuro tendría ojos oscuros, pero su mirada había sido clara y azul. Azul claro, parecían de hielo, pero su personalidad se había mantenido caliente.

– ¿Qué estás haciendo, Victoria?

Victoria alzó la vista para ver a su hermana en la puerta. -Oh, hola, Ellie.