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Ahora, después de vaciar los ceniceros y ventilar para que se vaya el olor a pucho, Nurit Iscar barre. Y luego lava algunos platos que quedaron de la noche anterior, pone el mantel dentro del lavarropas que va a encender más tarde, cuando se junte algo de ropa, y mete los desparramados diarios del domingo en una bolsa negra de consorcio que en unos minutos llevará al pasillo junto con la basura. Hace tareas idénticas a las que, nada más que un rato antes, Gladys Varela también hacía para su patrón, Pedro Chazarreta. Pero en este momento, mientras Nurit Iscar anuda la bolsa de plástico negra con los diarios, Gladys Varela no está haciendo nada. O sí, llora, sentada en el carrito a batería que condujo hasta ahí uno de los guardias de La Maravillosa, cinco minutos después de que un vecino llamó para advertir que una mujer -una doméstica, dijo- gritaba como loca en medio de la calle. Le ofrecieron subir a la camioneta que llegó un poco más tarde, con el encargado de Seguridad y tres guardias más y llevarla a la enfermería. Pero ella no piensa moverse hasta que no venga la policía en serio. La Bonaerense. No se va a mover ni medio milímetro, dice. Y esta vez los guardias también parecen más precavidos. El que se quemó con leche cuando ve una vaca llora, le contesta el encargado de Seguridad a un vecino que acaba de preguntarle por qué nadie está adentro con el muerto. Ninguno que tenga buena memoria, va a cometer los mismos errores que cometieron los guardias que asistieron a esa casa el día de la muerte de Gloria Echagüe, tres años atrás. No van a acercarse a la escena del crimen ni van a dejar que nadie se acerque, no van a mover ni un pelo que se encuentre a metros alrededor de donde está el degollado, mucho menos van a dejar que alguien limpie la sangre, ni acomode el cadáver sobre una cama, ni van a hacerle caso a ningún pedido de quien sea para que no avisen a la policía con el argumento de que todo fue “sólo un accidente”. Si es necesario, no van a dejar que nadie respire hasta que llegue el patrullero. Ese error ya lo cometieron antes. Y aunque nadie lo dice, aunque guardias, vecinos, algún jardinero, la empleada de la casa de enfrente y Gladys Varela apenas se miren en silencio mientras esperan que llegue la Policía Bonaerense y el fiscal, todos tienen la extraña sensación de que alguien les está dando la oportunidad de que, esta vez, hagan las cosas bien.

CAPÍTULO 03

Unas horas más tarde, cuando pasado el mediodía saca la bolsa con los diarios del domingo al palier para que se la lleve el portero junto con la basura, Nurit Iscar sigue sin saber que Pedro Chazarreta está muerto. Degollado. Sin embargo, lo sabrá pronto. En un par de horas más. En el momento en que haga un alto para tomar la merienda. Porque ahora, la noticia empieza a correr. Y un rato después de que Nurit da por terminada la limpieza de su departamento y se dispone a echarle un poco de agua a las macetas que decoran su balcón -nunca tuvo eso que llaman “mano verde”, pero sabe que esas plantas son el único ser vivo además de ella en ese hogar y no está dispuesta a dejar que se sequen-, suena el interno 3232 de la redacción del diario El Tribuno, el teléfono que está sobre el escritorio de Jaime Brena. O Brena a secas, como lo llaman los que lo conocen del periodismo policial, aunque él ya no está más en Policiales. Lo pasaron a Sociedad. No me pasaron, me degradaron, le gusta corregir a Brena. ¿Por qué te quejás?, le dijo en una de esas oportunidades su jefe y jefe de todos, Lorenzo Rinaldi; si trabajaras en otro diario estarías en Sociedad, ¿o todavía no te diste cuenta de que casi ningún diario de primera línea tiene sección Policiales? Las noticias policiales las meten en Sociedad o en Información general. Por eso, porque lo cambiaron de sección, cuando esa tarde hace apenas unos instantes comienza a sonar su interno, Brena no está escribiendo una crónica policial sino que revisa una encuesta que asegura que el 65% de las mujeres de raza blanca duerme boca arriba, y en cambio el 60% de los hombres de la misma raza duerme boca abajo. Lo que más allá de cualquier otra consideración le produce, como primer efecto, una molestia de tipo matemática: ¿por qué no haber dicho que el 65% de las mujeres duerme boca arriba, y sólo el 40% de los hombres duerme en la misma posición? O, el 60% de los hombres duerme boca abajo mientras sólo el 35% de las mujeres duerme en esa posición. La pregunta que se hace siempre cuando el pronóstico advierte: 30% de probabilidades de lluvia. Si sólo es el 30%, ¿no sería más adecuado enunciar: 70% de probabilidades de que no llueva? ¿Qué se resalta en cada uno de los casos?, ¿la diferencia, la coincidencia, la mayoría, la minoría, lo deseado, lo no deseado? Pero lo peor de todo, cree Jaime Brena, es que, al menos en el caso de la encuesta de cómo duermen hombres y mujeres de raza blanca, nadie se hizo estas preguntas antes de redactar el cable. Está convencido de que quien tituló de ese modo lo hizo porque así le vino la información. Ya casi no hay tiempo en las agencias ni en las redacciones para pensar en la sintaxis o en el vocabulario, apenas en la ortografía. Apenas. El cable de agencia con las conclusiones de la encuesta viene acompañado de declaraciones de investigadores de la Universidad de Massachusetts que aportan posibles razones sociológicas, culturales y hasta psicológicas que explicarían el hecho. ¿Es esto una noticia?, ¿a quién le puede importar qué porcentaje de gente duerme en qué posición?, se pregunta Jaime Brena. ¿Las otras razas no fueron incluidas en la encuesta porque quien investigó no pudo, no quiso o no le importó? Eso sí podría ser una noticia, saber por qué se incluye algunas razas, o una raza: la blanca, y otras no. ¿O no se incluyeron otras porque nadie que no fuera de raza blanca se prestó a semejante idiotez?, concluye mientras descuelga el teléfono que hasta hace un instante seguía sonando y dice Hola. Pero ya no hay nadie del otro lado, apenas un tono de ocupado. Brena aprovecha la interrupción para estirar los brazos por encima de su cabeza, entrelazar los dedos, girar las palmas hacia arriba como queriendo tocar el techo, hacer sonar los huesos, y relajar así la cintura que a sus sesenta y pico de años no soporta más tantas horas sobre una silla. A ver, ¿por qué el 65% de las mujeres duerme boca arriba y el 60% de los hombres boca abajo?, le pregunta a Karina Vives, la periodista de la sección Cultura que se sienta en el escritorio a su izquierda, junto a una de las pocas ventanas de la redacción, la que da al bulevar. Y Karina, que lo conoce desde que entró a trabajar al diario hace ocho años y que sabe lo que significa para Jaime Brena haber tenido que dejar Policiales para ocuparse de notas como ésa, lo mira con cara de tonta y arriesga: ¿Porque aplastarse las tetas duele más que aplastarse el pito?, y le mantiene la mirada esperando su respuesta. La pija, nena, la pija, le dice Brena y empieza a tipear con disgusto en su teclado el título y el copete que llevará la nota: Las mujeres boca arriba, los hombres boca abajo. Jaime Brena sabe que ese título va a confundir a los lectores, pero al menos se divierte con eso, con la fantasía que puede provocar el malentendido. ¿Hace cuánto lo pasaron a Sociedad? ¿Tres semanas? ¿Dos?, se pregunta mientras se rasca la cabeza con un lápiz negro sin que le haya picado. Ya no se acuerda. Demasiado. Y todo por decir en un programa de cable con escenografía de dos sillones y una lámpara: Trabajo en El Tribuno, pero leo a la competencia porque les creo más. Aún se lo reprocha. No estuvo bien, Jaime Brena lo reconoce. Pero venía de comer con un colega, había tomado vino, bastante vino. Mucho vino. Y por otra parte decía la verdad. Eso nadie lo discute. Varios de sus amigos se habían cambiado de diario en los últimos meses. Algunos compañeros de trabajo, también. Pero nadie es tan idiota como él para reconocerlo, eso es cierto. Y menos frente a una cámara de televisión, sea de cable o de aire. Tanta noticia acerca de los bienes del Presidente, de los exabruptos del Presidente, de los dientes del Presidente, de los negociados del Presidente, de los zapatos del Presidente, terminaron aburriéndolo. Los dientes y los zapatos del Presidente no le importan nada; y el resto, la primera vez es noticia, la segunda es repetición, y la tercera vez -si sale en la tapa a media página y ese mismo día la muerte en un accidente aéreo del presidente de un país de la Unión Europea y su comitiva oficial no está en esa misma tapa o está pero ocupa un lugar mínimo- es alguna otra cosa a la que no se atreve a ponerle nombre. Pero no noticia. O eso sospecha él. O eso cree. A él le gustaba cuando El Tribuno titulaba con noticias de Internacionales. O deportivas. O policiales, claro, porque entonces en ese título participaba él, Jaime Brena. Sin embargo, Brena lo sabe, ese tiempo quedó muy lejos, y lo que es peor, intuye que no será fácil que algún día vuelva. Al menos, no por el momento. Si vuelve, cree, él ya no lo verá.