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Alian Mitchison estaba en una cámara frigorífica de Cowgate. Había muerto atado a una silla y Rebus ignoraba el móvil. Al It's a Sin de los Pet Shop Boys le siguió Fool to Cry [3] de Glimmer Twins. En ciertos aspectos no había tanta diferencia entre el piso de Mitchison y el suyo: poco habitado y más refugio que hogar. Apuró el resto del vaso, se sirvió otro que también apuró, y se tapó hasta la barbilla con el edredón que había en el suelo.

Otro día más.

Despertó horas más tarde, se levantó y fue al baño. Se duchó, se afeitó y se cambió de ropa. Había soñado con Johnny Biblia, mezclándolo todo con John Biblia. Policías de uniforme ajustado, corbata negra estrecha, camisa blanca de nailon brillante y sombrero de jubilado. 1968: primera víctima de John Biblia. Para Rebus significaba el Astral Weeks de Van Morrison. 1969: víctimas dos y tres; el Let It Bleed de Rolling Stones. Orden de búsqueda y captura hasta 1970, año en que él planeaba acudir al festival de la isla de Wight y no pudo, aunque ya por entonces John Biblia se había esfumado… Esperaba que Johnny Biblia se fuera a hacer puñetas y reventara.

No había nada de comer en la cocina, sólo periódicos; y la tienda de la esquina había cerrado definitivamente, pero tenía una de comestibles no muy lejos. No, compraría en otra cualquiera por el camino. Miró por la ventana y vio una ranchera azul claro en doble fila bloqueando tres coches del vecindario. Equipo de filmación en el vehículo y al lado dos hombres y una mujer tomando café en vasitos desechables.

– Mierda -exclamó mientras se anudaba la corbata.

Se puso la chaqueta y salió a la calle a afrontar las preguntas. Uno de los hombres cargó al hombro una cámara de vídeo y el otro comenzó a hablar.

– Inspector, sólo unas preguntas. Somos de Redgauntlet Televisión, de Justicia en directo.

Rebus les conocía: él era Eamonn Breen, guionista-presentador y un engreído de campeonato, y ella, Kayleigh Burgess, productora del programa.

– Inspector, es por el caso Spaven. Concédanos unos minutos. A ver si llegamos al fondo…

– Yo ya he llegado.

Vio que la cámara no estaba a punto y giró con rapidez sobre sus talones, dándose casi de bruces con el periodista. Recordó a Minto diciendo «acoso», sin saber lo que era ni lo que a él le había costado saberlo.

– Te va a parecer un parto -dijo.

– ¿Cómo dice? -preguntó Breen perplejo.

– Cuando el cirujano te saque la cámara del culo.

Rompió la multa de aparcamiento del parabrisas, abrió la puerta del coche y se sentó al volante. Ahora sí que estaba lista la maldita cámara, pero lo único que pudo filmar fue un Saab 900 abollado dando marcha atrás a toda pastilla.

Rebus tenía una reunión matinal con el inspector jefe, Jim MacAskill. El desorden del despacho era similar al de las otras dependencias de la comisaría: cajas de cartón para el traslado pendientes de llenar y rotular, estanterías medio vacías, viejos archivadores metálicos verdes con los cajones abiertos y montones de papeles, todo lo cual debía ser transportado con cierto orden.

– Esto es un tremendo rompecabezas -dijo MacAskill-. Si llega todo a destino en buen estado, será un milagro comparable a aquella copa de la UEFA que ganaron los Raith Rovers.

El jefe era un brigadista como Rebus, nacido y criado en Methil, en la época en que en los astilleros se construían barcos y no torres de perforación para la industria del petróleo. Era alto, fuerte y más joven que él. Daba la mano de manera normal y no al estilo masónico, pero al no estar casado, corrían rumores de si no sería de la acera de enfrente, cosa que a Rebus le tenía sin cuidado aunque esperaba que en caso afirmativo no fuese de los que se sienten culpables. Basta que se quiera guardar un secreto para estar más a merced de los chantajistas y mercachifles de la vergüenza, de las fuerzas destructivas interiores y exteriores. Vaya si lo sabía él.

En cualquier caso, MacAskill era un guaperas de abundante pelo negro, sin canas ni indicios de tinte, de rostro bien cincelado y sin defectos; el equilibrio entre los ojos, la nariz y la barbilla le hacía parecer sonriente aunque estuviera serio.

– Bien -dijo-, ¿qué conclusiones ha sacado?

– Pues no lo sé. Una fiesta que acaba mal, una caída… Las botellas de bebidas estaban sin abrir.

– Me pregunto si llegaron juntos. La víctima podría haber ido allí sola y sorprender a alguien que hacía algo que no…

Rebus negó con la cabeza.

– El taxista ha confirmado que llevó a tres individuos y ha facilitado su descripción. La de uno de ellos coincide perfectamente con la del difunto, que le llamó más la atención porque estaba muy borracho. Los otros dos viajaron tranquilos, sobrios, incluso. Pero la descripción física no va a llevarnos muy lejos. Los recogió cerca del bar Mal's. Hemos hablado con el personal y fue allí donde compraron la bebida.

El jefe se atusó la corbata.

– ¿Se sabe algo más del difunto?

– Únicamente que tenía amistades en Aberdeen y que quizá trabajase en una empresa petrolífera. No utilizaba mucho su piso de Edimburgo, lo cual me hace pensar que haría turnos de dos semanas seguidos de otras dos de permiso. Ganaba lo bastante para pagar la hipoteca de un piso en el barrio financiero, y en su tarjeta de crédito hay una laguna de dos semanas en los últimos cargos.

– ¿Cree que es el tiempo que estaría en la plataforma?

Rebus se encogió de hombros.

– No sé si aún funciona así, pero hace años conocía gente que se ganaba la vida en las plataformas petrolíferas trabajando a destajo durante dos semanas seguidas.

– Bien, vale la pena averiguarlo. Hay que comprobar también si tenía familia y quién es su pariente más próximo. Dé prioridad al papeleo y a la identificación. ¿Tenemos alguna hipótesis sobre el móvil?

Rebus negó con la cabeza.

– Parece muy preparado. No creo que la cinta adhesiva y la bolsa de plástico las encontraran por casualidad en aquella pocilga. ¿Se acuerda de cómo se cargaron los Kray a Jack McVitie? No, claro; es demasiado joven. Le tentaron con una juerga. El les había cobrado un trabajo que no pudo llevar a cabo y era una deuda pendiente. Le citaron en un sótano a donde él llegó pidiendo a gritos droga y bebida. Ronnie lo sujetó y Reggie lo apuñaló.

– Entonces ¿esos dos hombres atrajeron a Mitchison al piso abandonado?

– Es posible.

– ¿Con qué propósito?

– Bueno, en primer lugar le ataron y le embutieron una bolsa de plástico en la cabeza; es decir, que no pensaban hacerle preguntas. Querían que se cagara de miedo para después matarlo. Yo diría que es un simple asesinato, con cierto agravante de crueldad.

– ¿Lo empujaron o saltó él?

– ¿Tiene alguna importancia?

– Mucha, John. -MacAskill se puso en pie y cruzó los brazos sobre el archivador-. Si él saltó, es un suicidio, aunque planeasen matarlo. Con esa bolsa en la cabeza y atado de ese modo, a lo sumo sería homicidio involuntario. La defensa alegará que lo único que pretendían era asustarle, y entonces reaccionó haciendo algo que ellos no esperaban: tirarse por la ventana.

– Para lo cual debió de sentir más que miedo, pánico.

– Pero no es homicidio -replicó MacAskill, encogiéndose de hombros-. La clave está en si trataban de asustarlo o de matarlo.

– No dejaré de preguntárselo.

– A mí me parece cosa de gángsteres; drogas quizás o un préstamo que no devolvió, o alguna estafa.

MacAskill volvió a sentarse, sacó una lata de Irn-Bru de un cajón, la abrió y bebió un trago. Nunca iba al pub después del trabajo, ni brindaba con whisky cuando el equipo de fútbol ganaba; nada de alcohol. Tanto más a favor de lo de la acera de enfrente. Le preguntó a Rebus si quería una.

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[3] «Es tonto llorar.»