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– Pero mejor si bajamos a ver las instalaciones -dijo.

– Mi madre dice que leer es pensar -dijo Sofía-. No es que leemos y luego pensamos, sino que pensamos algo y lo leemos en un libro que parece escrito por nosotros pero que no ha sido escrito por nosotros, sino que alguien en otro país, en otro lugar, en el pasado, lo ha escrito como un pensamiento todavía no pensado, hasta que por azar, siempre por azar, descubrimos el libro donde está claramente expresado lo que había estado, confusamente, nopensado aún por nosotros. No todos los libros, desde luego, sino ciertos libros que parecen objetos de nuestro pensamiento y nos están destinados. Un libro para cada uno de nosotros, Hace falta, para encontrarlo, una serie de acontecimientos encadenados accidentalmente para que al final uno vea la luz que, sin saber, está buscando. En mi caso fue el Me-ti o libro de las transformaciones. Un libro de máximas. Amo la verdad porque soy una mujer. Me formé con Grete Berlau, la gran fotógrafa alemana que estudió en la Bahaus, ella usaba el Meti como un manual de fotografía. Vino a la Facultad porque el decano pensaba que un ingeniero agrónomo tenía que aprender, para distinguir los pastos de las estancias, los distintos modos milimétricos de ver. «En el campo nadie verr nada, no hay borrde… [33] hay que recorrtar para verr. Fotogrrafiar es igual a rrastrear y rrastrillar.» Así hablaba Grete, con un acento fuertísimo. Me acuerdo que una vez nos puso juntas a mí y a mi hermana y nos sacó una serie de fotos y por primera vez se vio lo distintas que somos. «Sólo se ve lo que se ha fotografiado», decía. Fue amiga de Brecht y había vivido con él en Dinamarca. Decían que ella era la Lai-Tu del Me-ti. [34]

17

Bajaron por la escalera interior que llevaba a la planta y empezaron a recorrer la fábrica, sorprendidos por la elegancia y la amplitud de la construcción. [35] El taller ocupaba casi dos cuadras y parecía un lugar abandonado precipitadamente ante la inminencia de un cataclismo. Una parálisis general había afectado a esa mole de acero del mismo modo que una apoplejía cerebral deja seco -pero con vida- a un hombre que ha bebido y fornicado y gozado de la vida hasta el instante fatal en que -de un segundo al otro- un ataque lo deja quieto para siempre.

Líneas de montaje inmóviles, una sección de tapicería con los cueros ya teñidos y los asientos en el piso; llantas, ruedas, gomas amontonadas; el galpón de chapa y pintura con lonas cubriendo las ventanas y la puerta; herramientas y piezas mecánicas, ruedas, poleas, pequeños instrumentos de precisión tirados en el piso; llantas con rayos de madera Stepney, neumáticos Hutchinson, un claxon marca Stentor, una ingeniosa turbina para inflar los neumáticos accionada por los gases del caño de escape; un cigüeñal con su extraño nombre de pájaro, un gran banco de trabajo con morsas de ajuste, aparatos ópticos y calibres de precisión. La sensación de abandono súbito y de desánimo era un aire helado que bajaba de las paredes. La máquina guillotina Steel y la plegadora de balanceo automático Campbell, compradas en Cincinatti, estaban en perfecto estado. Dos autos a medio armar habían quedado suspendidos sobre los fosos de engrase en el centro de la planta. Todo parecía estar a la espera, como si un sismo -o la lava gris e imperceptible de un volcán en erupción- hubiera dejado inmóvil un día cualquiera de la fábrica, en el momento de su congelación. Año 1971: 12 de abril. Los almanaques con chicas desnudas de unas gomerías de Avellaneda, la vieja radio con caja de madera enchufada a la pared, los diarios que cubrían los vidrios, todo remitía al momento en el que el tiempo se había detenido. En un pizarrón colgado de un alambre se leía el llamado a asamblea de la comisión interna de la fábrica. No tenía fecha pero era de los tiempos del conflicto. Compañeros, asamblea general mañana para discutir la situación de la empresa, las nuevas condiciones y el plan de lucha. [36] El reloj eléctrico de la pared del fondo se había parado a las 10.40 (¿de la noche o de la mañana?).

Y entonces empezaron a distinguir los signos de la actividad de Luca. Objetos esféricos y curvos como animales de un extraño bestiario mecánico, acomodados en el piso. Un aparato con ruedas y engranajes y poleas, que parecía recién terminado, brillaba con su pintura roja y blanca. En una chapita de bronce se podía leer: Las ruedas de Sansón y Dalila. En un tablero de dibujo se veían diagramas y planos de una construcción monumental, fragmentada en pequeñas maquetas circulares. Un taller donde habían trabajado en el pasado cien obreros era ocupado ahora por un solo hombre.

– Hemos resistido -dijo, y luego usó la segunda persona del singular-. Nadie te ayuda -dijo-. Todo te lo hacen difícil. Cobran los impuestos antes de que hayas hecho el trabajo. Pero vengan por aquí.

Quería mostrarles la obra a la que había dedicado todos sus esfuerzos. Les señaló un sendero entre las bielas, las baterías y las llantas que se apilaban a un costado, y luego de cruzar un callejón entre grandes containers vieron la enorme estructura de acero que se levantaba en un patio del fondo. Era una construcción cónica, de seis metros de alto, de acero acanalado, sostenida sobre cuatro patas hidráulicas y pintada con pintura antióxido de un color ladrillo oscuro. Parecía un aparato estratosférico, una pirámide prehistórica o quizá un prototipo de la máquina del tiempo. Luca llamaba a ese objeto cónico e inquietante el mirador.

Sólo se podía entrar por abajo, deslizándose entre las patas tubulares hasta que adentro -al incorporarse- uno se encontraba en una carpa metálica triangular, alta y serena. En las zonas interiores había escaleras, montacargas de vidrio, plataformas tubulares y pequeñas ventanas enrejadas. La construcción terminaba en un ojo de vidrio de dos metros de diámetro, rodeado de pasillos de metal, al que se ascendía por una escalera de caracol que desembocaba en una sala de control con grandes ventanales y sillones giratorios. Desde ahí, en lo alto, la vista era magnífica y circular. Por un lado se podía ver, según Luca, la esfera celeste, pero adaptando una serie de espejos colocados sobre placas cuadradas y movidos por brazos mecánicos se podía vigilar también el desierto. A lo lejos se veía el destello de las grandes lagunas del sur de la provincia y los campos inundados, una superficie clara en la vastedad amarilla de la llanura; más cerca se veían los terrenos sembrados, los animales dispersos por la llanura, los caminos que cruzaban entre los montes, al costado de las estancias, y, por fin, tirados sobre la izquierda, como un banco encallado, se alcanzaban a ver los techos de las casas altas del pueblo, la calle principal, la plaza y las vías del ferrocarril.

Frente a los sillones había un tablero con instrumental eléctrico que permitía hacer girar los espejos y también provocar una leve oscilación en la pirámide. Sobre tres grampas sostenidas sobre las paredes de acero había colocado tres televisores Zenith conectados entre sí por una compleja red de cables y de antenas móviles. Las pantallas, al encenderse, conectaban con canales simultáneos y permitían seguir al mismo tiempo imágenes distintas.

– Hemos pensado llamarla Nautilus a esta máquina, que es la réplica de una nave espacial, no es un submarino, es una máquina aérea que sólo produce movimientos en la perspectiva y en la visión de lo que se ve venir. Éste es el anuncio de la nueva época: vehículos quietos que traerán el mundo hacia nosotros en lugar de tener que viajar nosotros hacia el mundo.

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[33] «La pampa es un medio privilegiado para la fotografía por su distancia, su efecto de repliegue y su plenitud intensa que se pierde en el no-espacio de la privación visual» (apunte de Grete Berlau).

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[34] Dos años después de los acontecimientos que se registran en esta crónica, el 15 de enero de 1974, Grete Berlau bebió una o dos copas de vino antes de acostarse y luego, ya en la cama, encendió un cigarrillo. Posiblemente se adormeció mientras fumaba y se asfixió en la pieza incendiada. «Hay que quitarse la costumbre de hablar sobre asuntos que no se pueden decidir hablando» era uno de los dichos de Lai-Tu que Brecht consignó en el Me-ti o libro de las transformaciones.

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[35] Metros de superficie cubierta. Nave principaclass="underline" 3.630 m2. Subterráneos: 1.050 m2. Oficinas: 514 m2. Sala de reuniones: 307 m2. Total de superficie cubierta: 5.501 m2. Terrenos para futuras ampliaciones: 6.212,28 m2. Total generaclass="underline" 11.713,28 m2.

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[36] Se hicieron mítines, marchas, protestas, pero no hubo apoyo; los paisanos pasaban a caballo por los actos, saludaban tocándose el sombrero con el cabo del rebenque, y seguían viaje. «Los gauchos no hacen huelga», decía Rocha, que había sido el delegado de la comisión interna, «si tienen un problema a lo sumo matan al patrón o se las pican; son más individualistas que la madona.»