Había tardado casi un año en construir la pirámide, los instrumentales y las guías. Había aprovechado la tecnología del taller para el plegado de las grandes planchas de metal y el encofrado sin soldadura había sido un trabajo de relojería.
– Todavía no está terminada. No está terminada y no creo que podamos terminarla antes del invierno.
La posibilidad de que la fábrica fuera confiscada el mes próximo, cuando venciera la hipoteca que debía levantar, lo tenía obsesionado. Había recibido la invitación del tribunal para una audiencia de conciliación, pero la había postergado porque pensaba que todavía no estaba preparado.
– Recibimos el telegrama hace una semana. Nos invitaban a parlamentar, no usaban esa expresión pero ése es el sentido. Quieren sentarse a negociar con nosotros y a discutir el destino de los fondos incautados. Estamos dispuestos. Veremos qué nos proponen. Por el momento hemos postergado nuestra aceptación. No le escribimos directamente al juez sino a su secretario y le mandamos a decir que nuestra empresa necesitaba tiempo y que pedíamos una prórroga. Nos responden con telegramas o cablegramas pero nosotros sólo les enviamos cartas. -Se detuvo-. Nuestro padre intercedió. Mi padre intercedió pero yo no le he pedido nada.
– ¿Sabés lo que es esto? -preguntó Renzi, y le mostró el papel con la clave Alas 1212.
– Parece una dirección.
– Una financiera…
– En el entierro de mi hermano Lucio, mi padre, aunque no se hablaron, decidió que le iba a hacer llegar la plata a Luca.
– Y la trajo Tony.
– Eran fondos familiares, dólares que el viejo tenía afuera, no podía o no quería hacerla entrar legalmente.
– Vendió el alma al diablo…
Sofía se empezó a reír, de costado en la cama, apoyada en el codo, con una mano en la cara.
– ¡Achalay! Pero vos vivís en el pasado… -Lo acarició con su pie desnudo-. Ojalá pudiera hacer ese pacto yo, pichón… sabés cómo agarro viaje, pero lo que me ofrecen, nunca me convence…
– Mi padre me ha ayudado con ese dinero, sin que yo se lo pidiera, porque me vio en el cementerio cuando enterraron a Lucio, pero no le he pedido nada. Antes muerto. Me adelantó la herencia, pero no quiero saber nada con él. -Se empezó a pasear por el taller como si estuviera solo-. No, a mi padre no puedo pedirle nada, nunca. -No podía pedirle ayuda a quien era el responsable de toda su desgracia… Por eso había vacilado, pero había intereses superiores. Detuvo su marcha-. Mientras pueda mantener la fábrica en movimiento mi padre tendrá su razón y yo la mía, mi padre tendrá su realidad y yo la mía, cada uno por su lado. Vamos a triunfar. Ese dinero es legal, fue traído subrepticiamente pero eso es secundario, puedo pagar los impuestos punitorios a la DGI al blanquear el capital pero tengo la constancia de mi padre y de mis hermanas y de mi madre en Dublín, si hace falta, de que pertenece a la familia, son bienes gananciales y con ellos voy a levantar la hipoteca. Estoy a un paso de encontrar el procedimiento lumínico, mi observatorio necesita apenas un pequeño retoque y no puedo parar. -Prendió un cigarrillo y fumó ensimismado-. No confío en mi padre, algo se trae bajo el poncho, estoy seguro de que el fiscal trabaja para él y por eso, si no me engaño, debo ser claro. No entiendo sus razones, las de mi padre, y él no entiende la humillación insondable a la que me somete al tener que aceptar ese dinero para salvar el taller, que es mi vida entera. [37] Este lugar está hecho con la materia de los sueños. Con la materia de los sueños. Y debo ser fiel a ese mandato. Estoy seguro de que mi padre no ha sido responsable de la muerte de ese muchacho, Tony Durán. Por eso he aceptado de él lo que me corresponde de mi madre.
Ésta iba a ser la base de su presentación en el juicio. Si la fábrica era su gran obra y si ya estaba hecha y había probado su eficacia, ¿por qué liquidarla, por qué hacerla depender de los créditos? Pensaba que esos argumentos convencerían al tribunal.
En el juicio se jugaba la vida. Luca tenía una causa, un sentido y una razón para vivir y no le importaba otra cosa que esa ilusión. Esa idea fija lo sostenía con vida y no necesitaba nada más, sólo tener un poco de yerba para tomar mate con galleta y poder acariciar de vez en cuando al perro de Croce. Se había quedado pensativo y luego dijo:
– Tenemos que dejarlos. Estamos ocupados ahora, nuestro secretario los va a acompañar. -Y, casi sin saludar, se encaminó hacia la escalera y subió a los pisos superiores.
El secretario, un joven de mirada extraña, los acompañó hasta la puerta de salida, y mientras los guiaba les dijo que estaba preocupado por el juicio, en verdad era una audiencia de conciliación. Había llegado la propuesta del fiscal Cueto, mejor dicho, Cueto les había anunciado que tenía una propuesta sobre el dinero que su padre les había enviado por medio de Durán.
– Luca no quiso abrir el sobre con esa propuesta del tribunal. Dice que prefiere llevar sus propios argumentos sin conocer previamente los argumentos de su rival.
Parecía alarmado o quizá era su manera de ser, un poco extraña, con ese aire desvariado que tienen los tímidos. Los siguió por el pasillo y los despidió en la puerta, y al cruzar la calle Renzi vio la mole oscura de la fábrica y una única luz que iluminaba el ventanal de los cuartos superiores. Luca los miraba detrás del vidrio y sonreía, pálido como un espectro que, desde el piso alto, los acompañara en medio de la noche.
Se habían oído ruidos abajo, en la entrada, y Sofía se detuvo, ansiosa, atenta.
– Ahí llega -dijo-. Es ella, es Ada.
Se escuchó la puerta y luego unos pasos y un suave silbido, alguien había entrado silbando una melodía y luego ya no se oyó nada, salvo una persiana que se cerraba en un cuarto al fondo del pasillo.
Sofía miró entonces a Emilio y se le acercó.
– Querés… la llamo…
– No seas turra… -dijo Renzi, y la abrazó. Tenía una temperatura increíble en el cuerpo, una piel suave y cálida, con pecas bellísimas que se perdían entre los rojos vellos del pubis como un archipiélago dorado. [38]
– Era un chiste, gil -dijo ella, y lo besó. Terminó de vestirse-. Ya vengo, voy a ver cómo está Ada.
– Llamame un taxi.
– ¿Sí?… -dijo Sofía.
18
Cuando Renzi volvió al hospicio a visitar a Croce lo encontró solo en el pabellón, los otros dos pacientes habían sido trasladados y al cruzar el parque se le acercaron -el gordo y el flaco- y le pidieron cigarrillos y plata. En el fondo, entre los árboles, sentado en una especie de banco de plaza vio a otro de los internos, un tipo muy flaco, con cara de cadáver, vestido con un largo sobretodo negro, que se masturbaba mirando la sala de mujeres del otro lado de un paredón enrejado. Le pareció que en lo alto del edificio una de las mujeres se asomaba a la ventana con los pechos al aire, haciendo gestos obscenos, y que el hombre, con una mueca abstraída, la miraba mientras se tocaba entre los pliegues del abrigo abierto. ¿Pagarían por eso?, pensó.
– Sí pagan -dijo Croce-. Les mandan a las chicas plata o cigarrillos y ellas se asoman a la ventana de arriba.
[37] «A veces escucha las risas hirientes de unos niños. ¿Se ríen de él? Odia a los niños, sus voces, sus risas