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Siobhan asintió con la cabeza. Ishbel estaba cambiada desde la época en que ella la había conocido; se había dejado el pelo largo y lo llevaba teñido de rubio; también más maquillaje, se notaba cierta dureza en torno a los ojos a pesar de la sonrisa y una ligera papada. Lucía peinado con raya en el medio. Siobhan tardó un instante en saber a quién le recordaba: a Tracy, por el pelo largo rubio, la raya y el delineador azul de los ojos. Sí, el mismo aspecto que su hermana muerta.

– Gracias -dijo guardándose la foto en el bolsillo.

Siobhan preguntó si seguían teniendo el mismo número de teléfono y John Jardine asintió con la cabeza.

– Nos trasladamos a una calle cercana, pero no hubo que cambiar el número.

Claro que se habían cambiado de casa. ¿Cómo iban a seguir viviendo allí donde se había suicidado Tracy? ¿Donde la hija de quince años había encontrado el cadáver de la hermana a quien admiraba e idolatraba, su modelo?

– Ya les llamaré -dijo Siobhan volviendo la espalda y alejándose.

Capítulo 2

– ¿Dónde has estado toda la tarde? -preguntó Siobhan poniendo la pinta de IPA delante de Rebus y sentándose enfrente de él.

Rebus expulsó humo hacia el techo, su singular criterio de respeto hacia los no fumadores. Estaban en el salón de atrás del Bar Oxford, cuyas mesas llenaban oficinistas recargando pilas antes de regresar a casa. Siobhan no había permanecido mucho rato en la comisaría después de recibir el mensaje en el móviclass="underline" «qué tal una copa en el Ox».

Rebus había aprendido por fin a enviar y recibir mensajes pero aún no dominaba la puntuación ni las mayúsculas.

– En Knoxland -contestó.

– Col me dijo que ha aparecido un cadáver.

– Es un homicidio -añadió Rebus dando un trago a la cerveza y mirando con el ceño fruncido el vaso de lima con soda de Siobhan.

– ¿Cómo es que fuiste allí? -preguntó ella.

– Me llamaron. Alguien de la Central comentó a los de la comisaría del West End que yo soy excedente en Gayfield Square.

– ¿Dijeron eso? -preguntó Siobhan dejando el refresco.

– No hace falta una lupa para leer entre líneas, Shiv.

Siobhan había dejado hacía tiempo de reprender a la gente para que la llamase por el nombre completo y no con un diminutivo. Phyllida Hawes era Phyl y Colin Tibbet, Col, por lo visto a Derek Starr a veces le llamaban Deek, pero ella nunca lo había oído. Hasta el inspector jefe James Macrae le había dicho que le llamase Jim si no estaban en una reunión oficial. Mientras que John Rebus… desde que ella le conocía era John, no Jock o Johnny. Parecía que la gente supiera con sólo mirarle que no era la clase de persona que aguanta diminutivos. Los diminutivos hacen a la gente más amigable, más abordable, más fácil de seguirle el juego. Cuando el inspector jefe Macrae decía: «Shiv, ¿tiene un minuto?», era que quería pedirle algo, pero si decía «Siobhan, por favor, venga a mi despacho», ya no era para congraciarse sino para reconvenirla por algo.

– ¿Qué estás pensando? -preguntó Rebus, que ya había dado cuenta de casi toda la cerveza a que le había invitado ella.

– Pensaba en la víctima -respondió Siobhan meneando la cabeza.

– Era de aspecto asiático o como se diga ahora de forma políticamente correcta -dijo Rebus encogiéndose de hombros y apagando la colilla-. Podría ser mediterráneo o árabe… no lo vi desde muy cerca. Por lo de excedente -añadió moviendo la cajetilla vacía que aplastó antes de acabarse la cerveza-. ¿Tomas otra copa de eso? -preguntó levantándose.

– Si apenas lo he tocado.

– Pues déjalo y bebe algo de verdad. Por hoy ya has acabado, ¿no?

– Lo que no significa que esté dispuesta a pasar la velada ayudándote a emborracharte.

Rebus permaneció quieto para incitarla a cambiar de idea.

– Bien, de acuerdo: ginebra y tónica -dijo ella.

Él, satisfecho, salió del salón camino de la barra y Siobhan oyó voces saludando su presencia al llegar.

– ¿Qué haces escondido arriba? -dijo uno.

Ella no llegó a oír la respuesta, pero la conocía muy bien. La barra era el campo de competencia de Rebus, el lugar donde alternaba con los suyos, varones todos. Pero aquella parte de su vida era coto privado y Siobhan no se explicaba el motivo. El salón de atrás era para citas e «invitados». Se reclinó en el respaldo y pensó en los Jardine y en si realmente tenía ganas de implicarse en la búsqueda de la hija. Eran personas de su pasado y los casos pasados rara vez daban la sensación de algo tangible, aunque eran gajes del oficio verse involucrados en las vidas íntimas de los demás -más íntimamente de lo que a muchos de ellos les gustaba-, ni que fuera temporalmente. A Rebus se le escapó en cierta ocasión que se sentía rodeado de fantasmas, amigos y conocidos muertos, aparte de las víctimas cuyas vidas habían acabado antes de que él tuviera que interesarse por ellas.

«Eso puede hacer estragos en uno, Shiv…»

Nunca había olvidado aquellas palabras; in vino ventas y todo lo demás. Al oír sonar un móvil en el salón del piso de la barra se apresuró a sacar el suyo para ver si tenía mensajes, pero vio que no había cobertura. Se le había olvidado que en el Bar Oxford, que estaba a un minuto de las tiendas del centro, no había cobertura en el salón de atrás. Era un local escondido en una callecita de oficinas y pisos con gruesos muros de piedra sólida pensada para aguantar siglos. Movió el aparato en diversas posiciones, pero en la pantalla sólo se leía: «Sin señal». Rebus apareció en la puerta, sin bebidas y con su móvil en la mano.

– Tenemos que irnos -dijo.

– ¿Adónde?

– ¿Tienes el coche? -añadió sin hacer caso de su pregunta.

Ella asintió con la cabeza.

– Es mejor que conduzcas tú. Es una suerte que no bebieses alcohol.

Siobhan se puso la chaqueta y cogió el bolso. Rebus fue a comprar cigarrillos y caramelos de menta a la máquina de detrás de la barra y se echó uno en la boca.

– ¿Se trata del viaje misterioso o qué? -preguntó Siobhan.

Él meneó la cabeza masticando el caramelo.

– Vamos al callejón Fleshmarket -dijo-. Hay un par de muertos que pueden interesarnos, pero no tan recientes como el de Knoxland -añadió abriendo la puerta hacia la noche.

* * *

El callejón Fleshmarket era una zona peatonal que conectaba High Street con Cockburn Street. Flanqueaban el extremo de High Street un bar y una tienda de fotografía. Como no había sitio para aparcar, Siobhan dio la vuelta hasta Cockburn Street y dejó el coche junto a los soportales. Cruzaron la calle y entraron al callejón, que en aquella punta alojaba un corredor de apuestas a un lado y una tienda de cristales y «atrapa sueños» al otro. El viejo y el nuevo Edimburgo, pensó Rebus. El extremo del callejón que daba a Cockburn Street estaba a merced de los elementos, mientras que al otro lo resguardaba un edificio de cinco alturas, que Rebus imaginó que sería de pisos de alquiler. Las ventanas sin luz reflejaban sombras siniestras del movimiento en la calle.

Había varias puertas de entrada, una de ellas era de la casa de pisos y exactamente la de enfrente, la de los muertos. Algunas de las caras que vio Rebus eran las mismas del escenario del crimen de Knoxland, miembros de la científica vestidos de blanco y fotógrafos de la policía. Era una puerta estrecha y baja, de siglos atrás, cuando los edimburguenses eran de mucha menor estatura. Rebus se agachó y entró seguido de Siobhan. La luz, una bombilla huérfana en el techo, iba a mejorar gracias a una lámpara de arco voltaico en cuanto lograran encontrar un alargador hasta el enchufe más cercano.

Rebus permaneció apartado hasta que uno de los miembros de la científica le dijo que no había problema.

– No son de ayer y hay pocas posibilidades de destruir pruebas.

Rebus asintió con la cabeza y se acercó al estrecho círculo que formaban los hombres de blanco sobre el suelo de hormigón roto, al lado de un pico. Notó que se le pegaba a la garganta el polvo suspendido en el aire.