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La idea de trabajar unida a alguien apellidado McCafferty se le atragantaba por completo a Kelly, en especial con aquel vaquero tan guapo y tan seguro de sí mismo y que, además, parecía ser el más irritante de todos. Desgraciadamente, no parecía que tuviera mucho que decir en el asunto.

– Muy bien, Matt. Como te estaba diciendo, nos estamos esforzando todo lo que podemos en averiguar la verdad de lo ocurrido en esos dos accidentes. Todo el departamento está arrimando el hombro para descubrir qué fue lo que ocurrió.

– Pero no demasiado rápido -gruñó él.

– Y ninguno de nosotros, en especial yo -continuó ella, señalándose el pecho-, necesita que estés mirando constantemente por encima del hombro -concluyó. Entonces, arrojó el bolígrafo a la taza que tenía sobre la mesa-. ¿Acaso no contrataste tu propio detective privado?

Matt apretó los labios durante un instante.

– ¿No se trata de un hombre llamado Kurt Striker? -insistió ella cruzándose de brazos.

– Sí -admitió él-. Me pareció que necesitábamos más ayuda.

– ¿Y qué tiene él que decir?

– Le parece que hay juego sucio -respondió McCafferty mirando fijamente a Kelly, como si no pudiera decidir de qué iba ella. Mala suerte. Estaba acostumbrada a que los hombres desconfiaran de ella como detective sólo porque era una mujer y eso era precisamente lo que le parecía que ocurría con Matt. Era una verdadera pena. Kelly no iba a dejar que la acosara o la intimidara nadie, ni siquiera uno de los poderosos y ricos McCafferty. El padre de Matt, John Randall, había sido uno de los hombres más ricos, poderosos e influyentes del condado, y sus descendientes creían que aún ocurría lo mismo con ellos. Pero no sería así en aquel despacho.

– ¿Tiene Striker alguna prueba de que pueda haber alguien detrás de esos accidentes?

Matt no contestó.

– Ya me lo parecía. Eso es todo. Ahora, escúchame. Tengo que trabajar y no me gusta que entres aquí y me empieces a exigir cosas y a…

– Striker dice que hay algo de pintura en la carrocería del coche de Randi. Rojo oscuro. Podría ser que fuera del otro coche cuando trataron de empujarla de la carretera.

– Si la empujaron -le recordó Kelly-. Podría ser de un roce con otro vehículo en el aparcamiento de su casa de Seattle. Eso no lo sabemos. Además, nosotros ya sabíamos lo de la pintura, por lo que no tienes que venir aquí e insinuar que este departamento es poco eficaz o muy incompetente. Simplemente estamos siendo cuidadosos. ¿Entendido?

– Escucha…

– No. Ahora me vas a escuchar tú a mí, ¿de acuerdo? -replicó ella. Había llegado al límite de su paciencia. Rodeó el escritorio y se puso cara a cara con él-. Estamos haciendo todo lo que está en nuestro poder para tratar de averiguar lo que le ocurrió a tu hermana y a tu hermano. ¡Todo! No nos tomamos ninguno de los dos sucesos a la ligera, créeme. Sin embargo, tampoco nos vamos a apresurar a la hora de sacar conclusiones. Podría ser que el Jeep de tu hermana se encontrara con una placa de hielo. Es posible que perdiera el control del vehículo, que se saliera de la carretera y que terminara en el hospital en un coma.

»En cuanto a lo de tu hermano, se arriesgó mucho cuando decidió volar en unas condiciones meteorológicas tan malas. Los motores fallaron. Determinaremos por qué. Aún no hemos descartado un sabotaje. Simplemente nos andamos con cuidado. Este departamento no se puede permitir acusaciones en falso o dar algo por sentado sin comprobarlo.

– Y mientras tanto, alguien podría estar tratando de asesinar a mi familia.

– ¿Quién? -le preguntó ella mientras rodeaba de nuevo el escritorio y se sentaba en su silla de trabajo. Volvió a tomar el bolígrafo y sacó un cuaderno para apuntar-. Dame una lista de sospechosos, alguien que conozcas que podría tener algo en contra de los McCafferty.

– Hay docenas de nombres -replicó él entornando de nuevo los ojos.

– Nombres, McCafferty. Quiero nombres.

– Tú deberías conocer unos cuantos -dijo él.

– No te andes por las ramas.

– Muy bien. Empecemos por tu familia -espetó él.

Kelly se tensó.

– Ningún miembro de mi familia tiene problema alguno con tu hermano o con tu hermanastra -replicó ella mirándolo fijamente a los ojos.

– Sólo con mi padre.

– Muchas personas tenían problemas con él, pero ya no. Y te aseguro que en mi familia no hay asesinos en potencia, ¿de acuerdo? Por lo tanto, te ruego que ni siquiera entremos en ese terreno -dijo. Prácticamente escupió las palabras, pero no cedió a la ira que amenazaba con apoderársele de la lengua. ¿Cómo se había atrevido a decir eso?-. Ahora… ¿Quién podría querer hacerle daño a tu hermana Randi y a tu hermano Thorne? -insistió, aplicando la punta del bolígrafo al papel.

Matt pareció deshacerse de una parte de su ira.

– No lo sé -admitió-. Estoy seguro de que Thorne se ha granjeado bastantes enemigos. Uno no consigue ser millonario sin despertar envidias.

– ¿Envidias lo suficientemente fuertes como para tratar de matarlo? -preguntó Kelly.

– Maldita sea, espero que no, pero… -susurró. Cerró los ojos durante un instante-. No lo sé.

Eso, al menos, sonaba sincero.

– Trabaja en Denver, ¿no?

– Trabajaba. Las oficinas centrales de su empresa se encuentran allí.

– Ha decidido volver aquí para casarse -dijo Kelly. Matt asintió. Ella no pudo evitar fijarse en el modo en el que le brillaba el cabello bajo la potente luz de los fluorescentes. El se desabrochó la chaqueta, dejando al descubierto una camisa de franela y un amplio torso. Un vello oscuro le asomaba por la abertura de la camisa. Kelly apartó los ojos y se reprendió mentalmente por fijarse en él como hombre. Entonces, tomó algunas notas sobre Thorne.

– Sí. Se va a casar con Nicole Stevenson -afirmó Matt, con una medio sonrisa que resultaba increíblemente irritante y sexy a la vez.

Kelly comprendió. Thorne, como sus hermanos, había sido un soltero empedernido. Junto con Matt y Slade, el más joven de los tres hermanos, había hecho profunda mella entre las chicas de la ciudad. Ricos, guapos e inteligentes hasta el punto de resultar arrogantes, los tres hermanos habían empezado a ser considerados muy pronto como los solteros de oro del condado y, en consecuencia, habían roto bastantes corazones. Matt, en particular, se había ganado a pulso la reputación de verdadero seductor.

Sin embargo, en aquellos momentos parecía que el primero de los invencibles y alérgicos al matrimonio había caído en las redes de una mujer. La futura esposa era una doctora de urgencias en el hospital local, una madre soltera con dos hijas gemelas.

– Bien. ¿Y tu hermana? -le preguntó ella, tratando de centrarse en el asunto que tenían entre manos-. ¿Tiene algún enemigo conocido?

– No lo sé -admitió Matt. Se sentía bastante molesto. Desde el accidente, los de la oficina del sheriff llevaban metiendo la nariz en la vida de su hermana-. Podría ser. Escribía una columna para el Seattle Clarion.

– ¿Consejos para personas con el corazón roto?

– Algo más que eso. Consejos más generales y muy serios para solteros. Su columna se llama…

– Solos. Lo sé. Tengo copias -dijo Kelly-. No obstante, la mayoría de los consejos que daba eran sobre la vida amorosa de una persona soltera.

– Irónico, ¿verdad? Ella daba todos esos consejos en una columna que aparecía también en otros periódicos y, sin embargo, termina embarazada y casi muere al volante de su coche sin que se sepa siquiera quién es el nombre del padre de ese niño.

– Yo diría que, más que irónico, es muy raro -dijo ella. Apretó el botón que sacaba la punta del bolígrafo varias veces, muy rápidamente. Entonces, le indicó la silla que había vacía al otro lado del escritorio-. ¿Por qué no te sientas?

Matt miró la silla justo en el momento en el que empezó a sonar el teléfono.