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– Yo sonrío.

– No todo el tiempo. El trabajo te afecta, tanto si quieres admitirlo como si no. Y estás sola. Eso no es bueno. Tu trabajo es tu vida, lo sé. Prácticamente trabajas veinticuatro horas los siete días de la semana y esto tampoco es bueno. Te está deprimiendo, Kelly. Pareces medio muerta.

– Muchas gracias.

– No estoy bromeando. No se puede ser policía durante todos los minutos del día.

Kelly quiso protestar, pero no lo hizo. Por una vez, Karla tenía razón. Había estado trabajando mucho. Desde que dejó a Matt la otra noche, se había entregado en cuerpo y alma al caso. Alguien quería que Randi estuviera muerta y Kelly estaba decidida a averiguar de quién se trataba. Pronto. En dos noches, había dormido menos de cinco horas, pero se estaba acercando a la verdad. Lo sentía.

– Es un trabajo muy duro y a ti se te da muy bien, pero te está chupando la sangre por completo -añadió Karla-. Lo he visto. Necesitas divertirte un poco. Todos lo necesitamos. No creo que sea una coincidencia que recuperaras la alegría en el mismo momento en el que Matt McCafferty entró en tu vida.

– Ahora sabes lo que es mejor para mí.

– Siempre lo he sabido -replicó Karla con una sonrisa-. Ojalá pudiera saber del mismo modo lo que es bueno para mí.

Karla se despidió de Kelly con un gesto de la mano. Esta última aún no se había recuperado de la sorpresa producida por el cambio de opinión en su hermana. Se montó en su coche y se marchó fuera de la ciudad. Había evitado acudir al Flying M el día en el que los McCafferty iban a celebrar Acción de Gracias, pero tenía que hablar con Randi. Tenía que hacer su trabajo y sería más fácil sin la presencia de Matt.

Al evocar su imagen, sintió que se le hacía un nudo en la garganta y un fuerte dolor en el corazón.

– Lo superarás -se dijo-. No te queda elección.

Con sus propias palabras sonándole en los oídos, llegó al rancho. Jenny Riley, una esbelta joven con un pendiente en la nariz y una larga túnica sobre la falda, le abrió la puerta de la casa.

– Randi está en el salón y Kurt Striker está hablando con Thorne en el despacho -explicó la muchacha cuando Kelly le dijo lo que la había llevado hasta allí-. ¿Quiere que les diga que está usted aquí?

– No. Preferiría hablar con Randi a solas.

– En ese caso, ¿le apetece algo? ¿Café, té, chocolate caliente? Ahora me marcho a llevar a las niñas a su clase de ballet, pero tengo tiempo de traerle lo que le apetezca. Juanita me despellejará viva si se entera de que no le he ofrecido nada.

– No, gracias, estoy bien. De verdad. Acabo de comer.

Jenny asintió y se fue a buscar a las niñas mientras Kelly se dirigía hacia el salón. Randi estaba medio tumbada en el sofá, con un moisés a su lado en el que el bebé dormía plácidamente. Kelly no pudo evitar sonreír al ver el suave pelito rojo que coronaba la cabeza del pequeño.

– Es adorable -dijo. Deseó por primera vez tener un hijo propio.

– Así es -respondió Randi. Le señaló una silla cerca de la chimenea, en la que Kelly se sentó-. Siéntate. ¿Quieres algo?

– Sólo respuestas, Randi. Sé que quieres mantener a salvo a tu hijo y creo que sabes mucho más de lo que estás diciendo. O estás cubriendo algo, o tienes miedo de decir la verdad, o no eres consciente del peligro en el que os encontráis tu hijo y tú. Tengo que decirte que, sin tu ayuda, la investigación no puede progresar más. Te voy a hacer una vez más la misma pregunta. ¿Conoces a alguien que pudiera querer matarte?

– ¿Quieres decir aparte de mis hermanos? -bromeó Randi.

– Hablo en serio.

– Lo sé -dijo Randi. La sonrisa desapareció de sus labios-. Probablemente tengo algunos enemigos, pero no los recuerdo.

– ¿Recuerdas quién es el padre de tu hijo?

Randi se tensó y pasó el dedo muy suavemente por un arañazo que había sobre el brazo del sofá de cuero.

– Yo… aún estoy trabajando en eso.

– Las mentiras no me ayudan.

– He dicho que estoy trabajando en eso.

– Bien. ¿Qué me dices sobre el libro que estabas escribiendo?

¿Fueron imaginaciones de Kelly o Randi palideció un poco?

– Es ficción.

– Trata sobre la corrupción en el circuito de rodeo.

– Así es.

– ¿Tiene algo que ver con tu padre o con tus hermanos?

– No, pero fue mi padre quien me dio la idea, creo. Mira, todo está muy liado en mi cabeza…

– ¿Qué me dices de Sam Donahue? Es vaquero y estuvo en el mundo del rodeo. Aún proporciona ganado para las competiciones nacionales, ¿no?

– He dicho que todo está muy liado en mi cabeza…

– Estuvisteis saliendo juntos.

– Yo… creo que sí. Me acuerdo de Sam.

– ¿Podría ser él el padre de tu hijo?

Randi no respondió. Un gesto de testarudez se le dibujó en el rostro.

– Muy bien -siguió Kelly-. ¿Qué me dices de tu trabajo? ¿Te acuerdas de algo al respecto? ¿De algo sobre lo que podrías haber estado trabajando y que podría haber molestado a alguien hasta el punto de querer matarte?

– Yo escribía una columna en la que aconsejaba a la gente. Supongo que alguien se podría haber ofendido, pero no me acuerdo.

– ¿Y qué me dices de Joe Paterno? ¿El fotógrafo y periodista que trabajaba contigo? ¿Te acuerdas de él?

Randi tragó saliva.

– También saliste con él.

– ¿Sí?

– Cuando estaba en la ciudad. Ahora se ha marchado para hacer un artículo. Tiene alquilado un estudio sobre un garaje de una de esas viejas casas del distrito de la Reina Anne en Seattle.

– Como ya te he dicho, no me acuerdo de nada. De ningún detalle. Los nombres me resultan familiares, pero…

Kelly estaba preparada. Abrió su maletín y colocó tres fotografías sobre la mesa. Una era de Joe Paterno; la otra, de un periódico de Calgary, pertenecía a Sam Donahue; la tercera era de Brodie Clanton. Llevaba puesto traje y corbata y esbozaba la radiante sonrisa de un abogado con ambiciones políticas.

– Vaya -dijo Randi. Se inclinó sobre las tres fotografías y las miró una a una-. Ciertamente has estado muy ocupada.

Trece

– Quiero encontrar al canalla que trató de matarte, Randi, pero no puedo hacerlo sin tu ayuda -dijo Kelly-. Por lo tanto, necesito que me digas quién crees que es.

Randi observó las fotografías que había sobre la mesa. Se mordió el labio inferior. En aquel momento, Kelly sintió que alguien la estaba observando. Justo entonces, Randi centró su atención en el arco que separaba el vestíbulo del salón. Se quedó completamente inmóvil.

– ¿Quién es usted?

Kelly miró por encima del hombro y vio que el investigador privado estaba de pie junto a las escaleras.

– Kurt Striker.

– El detective privado… -dijo Randi mirándolo muy atentamente-. Mis hermanos lo contrataron para que tratara de averiguar quién está intentando matarme, ¿no?

– Así es -afirmó Kurt. Entró en el salón y extendió la mano. Kelly apretó los dientes para poder contener la lengua.

Randi no se molestó en darle la mano. Con gesto serio, dijo:

– No sé en qué estaban pensando mis hermanos, pero no necesitamos a nadie que investigue el accidente.

– No fue un accidente -observó Kurt.

Randi volvió a mirar a Kelly.

– ¿Estáis seguros?

– Bastante -admitió Kelly.

Randi lanzó una mirada al detective privado.

– Creo que la policía se puede ocupar del asunto.

Kurt sonrió y tuvo la audacia de sentarse en una esquina de la mesa de café, colocándose justo delante de Randi.

– ¿Tiene usted algún problema conmigo, guapa?

– Probablemente -replicó ella, y extendió la mano para ajustarle la mantita a su bebé-. Sólo quiero que las cosas estén tranquilas. Pacíficas. Para mí y para él. Y, para que conste, no quiero que vuelva a llamarme guapa. Lo considero un gesto machista.